Marina Costa
“En la vida de los pobres casi todo son penurias, interrumpidas por momentos de iluminación. Cada vida tiene su propia propensión a iluminarse y no hay dos iguales. (El conformismo es un hábito que cultivan los acomodados.) Los momentos de iluminación arriban mediante la ternura y el amor: el consuelo de ser reconocidos, necesitados y abrazados por ser lo que repentinamente uno es. A otros momentos les ilumina la intuición, pese a todo, de que la especie humana sirve para algo” (John Berger, “Con la esperanza entre los dientes”, Alfaguara 2011, pág. 86)-
Francisco I, entrevistado por Pino Solanas, afirma que actualmente la sociedad le hace culto al Dios del dinero.
Un deportista estrella gana lo que más de cien personas – todas ellas en su conjunto- no llegaran a ganar en toda su vida laboral. Los medios televisivos, informan del desempleo, se horrorizan; pero a su vez nos cuentan la historia de una famosa actriz que le regaló, por su cumpleaños, a su esposo, una isla.-
Hay niños que van a escuelas, donde la matrícula cuesta, por lo menos el triple que un ingreso promedio. Y otro chico, va día por medio a la escuela, porque tienen solo un par de zapatillas para usar y se turna con su hermanito.-
Trabajadores se levantan todos lo días antes del alba, porque les espera un viaje de varias horas a su trabajo, también otro tanto para volver a sus casas a descansar. Otros toman su auto y van a su trabajo.
Esos mismos trabajadores, tendrán la suerte de llegar a horario si el tren funciona o no hay accidentes- en el mejor de los casos, también podrían perder su vida-. El señor del auto, se quejará de la cantidad de transito: – cada vez más autos…
Una mujer sale de su casa al gym, al salón de belleza, al spa; otra deja a su hijo menor a cargo del otro de 12 años; ya que sino llega a horario la señora del Gym, se perderá su clase de spinning.
Estos cuadros de la vida diaria, no los estoy inventando, son. Existen.
Todo mezclado lo trágico, lo frívolo, el dinero. Es como si todo valiera nada o lo mismo o mucho.
Pero han creado la idea, en la persona privada de todo (del que viaja 4 horas, del que no tiene calzado, del que con su sueldo no puede alimentarse, del que no tiene…), que esa vida se la merece y que solo cambiaría si por lo menos se puede parecer al otro en algo. Y en eso todos se mezclan: todos usan los mismos celulares (que para algunos valen lo que ganan en dos meses), computadoras que los hacen acceder a una vida que no tienen. Para mirar, para que se sigan distrayendo, para que no piensen.
Dolor, pena, resentimiento. La vida pasa por otro lado.
Pero a pesar de todo: una señora que duerme en la calle se corre, para que su perro pueda guarecerse de la lluvia; otro comparte su comida con un vecino; alguien te tiende una mano; un niño te regala su mejor sonrisa…
Dejar de mirar, dejar de quejarse, dejar de balconear.-