Me ha costado decidirme a escribir algo sobre Siria. No es fácil construir un argumento cuando lo primero que viene a la mente son oraciones (en el sentido gramatical por favor) adversativas, cuando a cada afirmación le acompaña un pero o un sin embargo, cuando hay más dudas que certezas, cuando lo que era o lo que pensábamos que era lo que estaba ocurriendo se ha trasformando en algo distinto, cuando el levantamiento contra la dictadura, que eso fue y aquí no hay adversativa que limite el sentido de la afirmación lo que ocurrió, deviene en una atroz carnicería en la que Siria, la vieja y civilizada Siria, se destruye o está siendo destruida desde dentro que es la forma más eficaz y cruel de destrucción.

Porque a estas alturas del drama, esfumado ya el espejismo de que el régimen caería pronto arrollado por la marea de las entonces triunfantes revoluciones árabes, lo que queda es la desoladora realidad del país devastado y en riesgo de caer en la espiral de la violencia sectaria.

¿Y cómo se ha llegado a esto? Hay quien tiene respuestas clarísimas: Todo ha sido un complot imperialista para desestabilizar Siria que, bueno, (introduzcan aquí un tonillo condescendiente tipo qué se le va a hacer, nadie es perfecto) es una dictadura pero es socialista, laica y sobre todo antiimperialista. En ciertos sectores de la izquierda suelen tener éxito estos análisis en los que todo cuadra en el esquema Imperialismo- antiimperialismo, todo excepto la realidad que tiene la mala costumbre de no cuadrar con los esquemas y salirse por los márgenes. No cuadra esta idea del régimen sirio como bastión del antiimperialismo, con el papel que ha desempeñado en la región desde hace varias décadas. No cuadra con su apoyo a los cristiano-maronitas en la guerra civil libanesa, o a las milicias de Amal contra los refugiados palestinos en los 80, o su integración junto a Arabia Saudí y otros regímenes árabes que digamos no destacan por su antiimperialismo, en la coalición liderada por EEUU que atacó a Irak en el 91, o, no hablemos de ayer sino de ahora mismo, con el cerco al campamento de refugiados palestinos de Yarmuk en las afueras de Damasco que desde hace semanas mantiene su ejército. Si hay un eje directriz de la política exterior del régimen de los Asad, padre e hijo, este ha sido en el ámbito regional (libanés-palestino básicamente) el mantenimiento de su papel de árbitro entre los distintos grupos confesionales y políticos, no permitiendo que ninguno de ellos consiga una posición hegemónica; en un ámbito más global el hilo conductor sigue siendo su capacidad para establecer alianzas, cambiantes y a veces muy extrañas, que le permitan mantenerse en el poder. Entre otras cosas porque siempre se ha sabido vulnerable.

A diferencia de las dictaduras de Mubarak en Egipto y Ben Ali en Túnez, cuya base social se podría describir como más o menos nacional, la dictadura de los Asad en Siria se asienta en la lealtad de un grupo confesional, los alauitas. El ejército sirio es básicamente, o al menos en sus puestos clave, el ejército de los alauitas. Lealtad y vulnerabilidad. Quien se siente vulnerable es especialmente leal a quien le protege. O dice que le protege. Esa ha sido la gran baza del régimen ante las minorías, alauita y cristiana. Se podría decir que una cierta tensión confesional siempre ha reforzado a la dictadura. Frente a ello los movimientos progresistas y marxistas que hasta mediados de los 80 tuvieron un fuerte protagonismo en la escena política sirio-libanesa, promovían la idea de ciudadanía por encima o al margen de la pertenencia confesional. Fracasaron o fueron derrotados. Y el régimen sirio tuvo un papel decisivo en esa derrota. Pero, en fin, eso ocurrió hace mucho. ¿Y ahora?

Creo que ahora, como entonces, la política de la dictadura siria nada tiene que ver con el antiimperialismo y mucho con la supervivencia. Supervivencia en el poder, claro. Tampoco creo que su derrocamiento haya sido un objetivo prioritario de la política exterior estadounidense, quizás sí de la Saudí. Lo que explica lo fácil que le resultó a la diplomacia rusa, hacerle desistir a Obama de su anunciada intervención. Bastó con ofrecerle la ocasión de salvar la cara. Hay que reconocer el valor de esa diplomacia hábil, discreta y eficaz que es tradición en Rusia desde mucho antes de que el Sr Putin llegase al poder. Gracias a Rusia la intervención militar estadounidense quedó descartada. Pero la guerra, la terrible y cruel guerra de Siria, continúa implacable.

Para su desgracia Siria que es un país pequeño y no tiene petróleo, tiene mucho valor estratégico. De modo que lo que empezó como levantamiento ciudadano contra una dictadura especialmente brutal, se convirtió en seguida en escenario en el que grandes, medianas y hasta pequeñas potencias, globales y regionales, dirimen sus diferencias: Arabia Saudita, Catar y Turquía frente a Irán y de rebote contra su aliado sirio y de rebote también a favor de los rebeldes; Estados Unidos, Francia, Inglaterra también frente a Irán y de rebote contra Siria y Rusia, aunque ya no tan frontalmente, al fin y al cabo en Teherán hay ahora un gobierno reformista que quiere dialogo con Occidente y en Siria hay demasiados grupos islamistas actuando y mejor no mover demasiado el terreno porque el terreno está minado.

Es cierto, el terreno en Siria está minado. Si las milicias libanesas de Hizbullah entraron abiertamente en combate en apoyo del régimen, miles de combatientes de espíritu yihadista, procedentes de países vecinos y también lejanos, lo han hecho en las filas de la rebelión. Y desde hace tiempo su papel no es de apoyo sino de mando. El Frente Al Nushra, el ISIS (Estado Islámico de Irak y Siria) y otros grupos más o menos vinculados a al Qaida, se han hecho con las riendas de la lucha armada contra el régimen. Y contra quienes, también en las filas rebeldes, se oponen a ellos.

Un amigo libanés, nada sospechoso de apoyar la dictadura sino todo lo contrario, me dijo hace poco: si tengo que elegir entre el Frente Al Nushra o Bachar Al Asad, elijo a Al Asad. Era el reconocimiento de un fracaso. Y de una nueva realidad. Las líneas de separación en Siria ya no son sólo, el régimen y los rebeldes o si se quiere la revolución frente a la dictadura. Hay otros frentes: islamistas contra el régimen, islamistas contra la oposición laica al régimen, yihadistas contra infieles y el peor de todos, el frente de la violencia sectaria, hasta ahora quizás más una amenaza que una realidad. Pero quien dice que la amenaza no se cumplirá. Las cosas, contrariamente a lo que afirma el dicho, siempre pueden ir a peor.

No sé, porque no hay medio de saberlo, cuantos sirios que, como mi amigo, simpatizaron con la revuelta han cambiado de actitud, tampoco hay medio de saber cuántos por el contrario están dispuestos a continuar la lucha hasta el final. Pero sé, aunque no tenga medio de comprobarlo, que la mayoría de la población siria, los que aún se sienten a salvo en Damasco y los que sobreviven bajo las bombas en Alepo, los que apoyan al régimen y los que luchan contra él, los que han huido y los que esperan regresar, la mayoría de la población de Siria quiere por encima de todo que pare la matanza, que pare la guerra. Y, ¿acaso no hay nadie capaz de responder a esa demanda? El recurso a la Comunidad Internacional tiene sentido si, en vez de usarse como dispensador de avales que justifiquen las intervenciones militares de EEUU y sus aliados, sirve para forzar la paz. Para eso se creó Naciones Unidas, para forzar la paz. Y hay mecanismos para ello, desde el embargo de armas total, es decir a todos los bandos, a la iniciativa política. Hay mecanismos para parar la guerra, esa es la tarea, la única urgente y necesaria para salvar a Siria.

Teresa Aranguren es periodista y escritora, especializada en Próximo Oriente