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Michele Boldrin y David K. Levine, economistas y catedráticos de la Universidad de Washington en San Luis, EEUU, están, como indica el título de su libro en contra del monopolio intelectual.
Los intelectuales analizan los cerca de 400 años de historia de las patentes de invenciones, y describen el siguiente patrón: “Las industrias innovadoras aparecen en situaciones en las cuales las patentes tienen poca o ninguna relevancia. En estas condiciones, las tecnologías se desarrollan rápidamente mediante la imitación, la mejora y la competencia”, cita un trabajo del portal Manzana Mecánica.
Sin embargo, “cuando la industria se hace más poderosa y las oportunidades para más innovaciones disminuyen, el valor de la protección del monopolio para los que están dentro de la industria aumenta, y los esfuerzos de lobby se multiplican y a menudo tienen éxito”, destacan los autores.
En otras palabras, la indagación incentiva el desarrollo de los sistemas de patentes, pero los sistemas de estas no incentivan el estudio. Hay tres objeciones fundamentales a las licencias. Las patentes pueden aumentar los beneficios para el que crea una innovación, pero también incrementan sus costos: riesgo de infringir otras patentes, costos de litigios legales, etc.
Los monopolios en general son perniciosos para la innovación, porque una empresa protegida por un monopolio no tiene incentivos para mejorar.
Las patentes en la práctica no han mostrado que produzcan un aumento substancial en la innovación, por lo tanto, sus costos en la práctica son comparables o mayores a sus beneficios.
Un registro es un artificio legal para asegurar un negocio sobre un producto por un tiempo estipulado; es así como una persona que inventa algo, solicita una patente para poder comercializar ese “algo” sin que otro pueda competir contra la persona inventora en el mercado, cita el portal.
CREAN UN CÍRCULO VICIOSO
Los autores citan un estudio de Bessen y Hunt en el 2003 en el que se aborda el tema de las patentes de software y se concluye que 15% más de software podría haberse producido sin legalización, con un efecto negativo más agudo a partir de los noventa al relajarse los estándares de patentabilidad.
Los líderes de la industria de tecnologías de información han dejado claro que en la práctica las patentes se usan como un arma defensiva. Jerry Baker de Oracle dice que “como estrategia defensiva (…) solicitan patentes que generan las mejores oportunidades para acuerdos de licenciamiento cruzado entre Oracle y otras empresas que puedan alegar que infringimos sus patentes”. Bruce Sewell de Intel ha dicho que tienen 10 mil patentes, pero que estarían felices con 1 mil, si el resto del mundo también hiciera lo mismo. Finalmente, John Kelly de IBM ha declarado que ellos podrían generar fácilmente más del triple de patentes de las que producen al año.
En el fondo, una vez que se establece un sistema de patentes, aparece un círculo vicioso: Las patentes ni aumentan la tasa de innovación ni son el mejor instrumento para aumentar las ganancias de los inventores. Las patentes crean un mercado para patentes y servicios legales y técnicos requeridos para intercambiarlas y hacerlas valer.
ACUERDO TRANS-PACÍFICO
El Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Cooperación Económica (TPP (por sus siglas en inglés) es un tratado de libre comercio multilateral, que involucra a 12 naciones: Estados Unidos, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Malasia, Brunei, Singapur, Vietnam, Canadá, y los Estados latinoamericanos México, Perú y Chile.
El TPP busca expandir el plazo de protección a las licencias de medicamentos, lo que significa mayores trabas para la fabricación de genéricos y, en consecuencia, tendremos medicinas cada vez más caras, según cita el portal TPP abierto.
Los medicamentos genéricos han sido vitales para reducir el costo de tratamientos de enfermedades como el cáncer y VIH, aumentando las posibilidades de supervivencia de los afectados.
PATENTIZAN PROCEDIMIENTOS MÉDICOS
Las últimas filtraciones de los aspectos de propiedad intelectual del tratado TPP son muy preocupantes. EEUU está intentando que el tratado obligue a los firmantes a reconocer patentes sobre procedimientos médicos: métodos de diagnóstico, cirugía y tratamiento en humanos.
El actual marco de propiedad intelectual internacional permite a los países rechazar este tipo de registro. De hecho, más de 80 naciones del mundo expresamente las prohíben, y solo dos Estados las permiten abiertamente: Estados Unidos y Australia.
En EEUU, el juez Breyer de la corte suprema resume el problema de esta forma: “(estas) patentes pueden impedir a los doctores usar su mejor criterio médico; pueden forzar a los doctores a gastar tiempo y energía en intentar un acuerdo de licencia; pueden desviar recursos de las tareas médicas de cuidado de la salud a tareas legales o de búsqueda en los archivos de patentes de métodos relacionados; pueden aumentar los costos del cuidado médico e inhibir la efectividad de las prestaciones médicas”.
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El TPP
El capítulo sobre propiedad intelectual del Acuerdo Trans-Pacífico (TPP) se encuentra actualmente en discusión. En misma se incluyen disposiciones que ponen en grave riesgo las libertades de los ciudadanos de los países miembros, similares a las de la fracasada Ley SOPA norteamericana, cuyo objetivo era perseguir la piratería en línea combatiendo aquellas prácticas sociales que ellos consideran ilícitas: intercambiar música, compartir películas, vídeos y demás contenidos protegidos por el derecho intelectual.
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La invención es un proceso “meramente” acumulativo
Michele Boldrin y David Levine estudian varios casos de grandes invenciones: la máquina a vapor, el telégrafo, el aeroplano, por ejemplo. La historia que aparece en estas invenciones y en muchas otras es que las mismas son meramente acumulativas y simultáneas.
Según los autores, la mayoría de las cosas útiles que nos rodean no son producto de un salto adelante debido a la imaginación de un genio prometeico, sino que son el resultado de una cadena de mejoras incrementales, humildes, y a menudo ignoradas que son llevadas a cabo por miles de seres humanos.
Cuando estos hallazgos finalmente se convierten en productos usables, ocurre una lucha entre distintos inventores por llevar un artículo al mercado.
En muchos casos, lo que resulta es una carrera tecnológica que se decide en los tribunales y no en el mercado: el monopolio intelectual históricamente ha dado y sigue dando todas las recompensas a una persona con suerte, y a menudo sin mucho mérito.