Vicky Peláez
Cuando un lobo se empeña en tener la razón, pobres corderos
(Esopo)
En vísperas de la celebración del Día Mundial de la Alimentación el 16 de octubre pasado, en más de 500 ciudades de 52 países se realizaron manifestaciones contra Monsanto la tenebrosa transnacional de la biotecnología y de los alimentos genéticamente modificados. Los miles y miles de manifestantes pidieron al mundo boicotear la acción “depredadora” de Monsanto porque ha introducido distintos tipos de transgénicos en el mercado globalizado, que según expertos, son dañinos para la salud humana, representando una amenaza para para “la salud, la fertilidad y la longevidad”.
En realidad, Monsanto no es la única corporación que aspira lograr el monopolio del suministro de alimentos en nuestro planeta. Son varias corporaciones biotecnológicas y agroquímicas que forman el poderoso grupo CropLife America y entre ellas se destacan: Monsanto, DuPont, Dow AgroSciences LLC, Syngenta, Bayer, Basf, Río Tinto, Mendel, Ceres, Evogene. Fue precisamente este grupo que mandó la carta de protesta a la esposa del presidente Obama, Michelle Obama cuando ella plantó su jardín orgánico libre de pesticidas y organismos genéticamente modificados (GMO). Ahora pueden estar tranquilos porque la crisis económica y la reciente paralización temporal del gobierno norteamericano hizo marchitar el jardín de la señora Obama.
En este conjunto Monsato, la multinacional de Biotecnología Química y Agrícola con sede en Creve Coeur, Missouri es la más poderosa de todas en términos políticos, económicos y financieros. Es la más famosa por sus semillas transgénicas y herbecidas como Roundup (RR) a base de glisofato para eliminación de hierbas y arbustos. Actualmente esta corporación que comenzó como una pequeña compañía química en 1901, se transformó en un gigante biotecnológico del Siglo XXI ganando en 2012 13,5 mil millones de dólares. Está operando en 68 países del mundo sembrando semillas GMO en más de 114 millones de hectáreas y de ellas 61 millones en los Estados Unidos. En este país controla el 40 por ciento de las tierras cultivables.
Fue precisamente Monsanto uno de los productores del Agente Naranja que fue rociado masivamente durante la guerra de Vietnam en una operación Ranch Hand entre 1961 a 1971. Según la Cruz Roja vietnamita, un millón de personas quedaron discapacitados y más de 500,000 niños nacieron con defectos por el uso de este defoliante. El Agente Naranja que fue aplicado con el pretexto de proteger vidas de los soldados norteamericanos hizo sus estragos en sus propios soldados quienes en 1984 hicieron una demanda colectiva en el Tribunal del Distrito Este de Nueva York. A pesar de que el Tribunal no encontró culpables, se acordó que las siete compañías productores del Agente Naranja (Monsanto, Diamond Shamrock Corporation, Dow Chemical Company, Hercules Inc., TH Agricultural y Nutrition Company, Thompson Chemical Corporation y Uniroyal Inc.) pagaran 180 millones de dólares a los veteranos estadounidenses de la guerra en Vietnam y a sus familiares. Se calcula que más de 600.000 veteranos norteamericanos fueron afectados por este defoliante y miles de sus hijos nacieron con leucemia.
Pero todo esto pertenece a la historia y ya nadie quiere acordarse de la tragedia de aquella guerra. Hasta el Tribunal Supremo norteamericano declaró en 2004 que las compañías productoras no eran responsables del uso del Agente Naranja. Sin embargo, la realidad que vive el mundo actualmente es mucho más siniestra comparando con el pasado, pues estamos frente a un proceso cuando una corporación multinacional Monsanto aspira apoderarse de la producción y distribución de alimentos en el mundo entero usando su tecnología del GMO. De acuerdo al reciente estudio de la Food and Wáter Watch, el 93 por ciento de los productos de la soya en el mercado norteamericano y el 80 por ciento de los de maíz contienen GMO producidos por Monsanto que tiene más de 1.676 patentes de semillas. Actualmente esta multinacional controla más del 90 por ciento del mercado mundial de semillas transgénicas lo que constituye un monopolio industrial sin precedentes, y un 60 por ciento del mercado global de semillas comerciales.
Este éxito de Monsanto no se debe solamente a su habilidad de crear productos rentables sino a sus conexiones políticas, mediáticas y a su persistente trabajo de cabildeo. Según el Center for Responsive Politics, Monsanto gastó más de 4 mil millones de dólares desde 1990 para las campañas electorales dando apoyo a los políticos para promover sus intereses. La mayoría de sus ejecutivos, de acuerdo a la publicación Global Research, son excongresistas y altos exfuncionarios de diferentes departamentos del gobierno Federal norteamericano. Tiene a su disposición incondicional a los medios de comunicación que día a día están tratando de convencer a la opinión pública de la ventaja del uso productos que contengan GMO. Y para dar solidez a los escribanos a sueldo utiliza estudios favorables de seis universidades estadounidenses subvencionados por la multinacional: Arizona State University, St. Louis University, University of Missouri, Cornell University, Washington University in St. Louis y South Dakota State University.
Ahora los profesores a su disposición crearon un nuevo pretexto para la promoción de las semillas GMO. Un reciente informe del ETC Group como Monsanto, Bayer, BASF, DuPont, Syngenta, Dow, Mendel, Ceres, y Evogene están patentando las semillas con genes que resisten el estrés del medio ambiente (sequía, variaciones extremas de temperatura etc.). Según la campaña publicitaria de estos gigantes bioquímicos, “solamente esta tecnología de GMO es capaz de neutralizar los efectos del calentamiento global y el hambre en el futuro no tal lejano”. En realidad, es un nuevo pretexto para aumentar el poder corporativo sobre la alimentación, controlar los precios, terminar con la investigación independiente y acabar con la tradición milenaria de los agricultores de intercambiar las semillas. Ahora la Monsanto y la BASF están invirtiendo 1,5 mil millones de dólares para crear este tipo de semillas.
Su laboratorio es África donde estas dos multinacionales se aliaron con la Fundación Bill y Melinda Gates para promover la supuesta “Revolución Verde” en el continente. Lo curioso que el multimillonario Bill Gates que es presentado por la prensa globalizada como un generoso filántropo, compró 500.000 acciones de la Monsanto por 23 millones de dólares. Los africanos hubieran debido estudiar los “resultados” de las “revoluciones verdes” que promovió la Fundación Rockefeller en América Latina en los años 1960 y 1970. Pero el proceso ya está en marcha con el consentimiento y participación de los gobiernos de Kenia, Tanzania, Uganda y África del Sur apoyado por 47 millones de dólares donados por la Fundación de Bill Gates.
América Latina también ha estado en mira de la Monsanto desde los años 1990. El modelo de agroindustria con el uso de las semillas GMO se impuso en todos los países del Mercosur y también en Bolivia para la producción de soja, maíz y algodón transgénicos. Actualmente el 57 por ciento de la tierra cultivable en la provincia de Buenos Aires está sembrado con semillas GMO y regado con glifosato desde una avioneta. En Paraguay, después del golpe de Estado en 2012 contra el presidente legítimamente elegido, Fernando Lugo, la Monsanto junto con Cargill encontraron un paraíso para sus semillas transgénicas. Actualmente están construyendo una fábrica de semillas transgénicas, convirtiéndose este país en el tercer laboratorio de Monsanto después de Argentina y Brasil.
Actualmente en Argentina, de acuerdo al periodista Federico Larsen, el 97 por ciento de la soja producida es transgénica y también el país liberó el uso de la hormona recombinante bobina BST Posilac producida por Monsanto que aumenta la producción lechera en las vacas en un 25 por ciento, pero que está prohibida en la mayoría de los países del mundo por demostrarse científicamente que Posilac favorece al desarrollo del cáncer de mama en las mujeres. Sin embargo la misma presidenta Cristina Fernández declaró hace poco que “La inversión de Monsanto es importantísima y va a ayudar a la concreción de nuestro plan, tanto agroalimentario 2020, como nuestro plan también industrial”. Parece nadie está prestando a tención a los estudios de varios especialistas que llegaron a la conclusión que a este paso la tierra en Argentina y Brasil dejarían de ser productivas en unos 50 años.
Parece que a las transnacionales o muchos gobiernos de turno no les interesa el futuro. Por eso firman las leyes como la reciente Ley de Protección de Monsanto en los Estados Unidos que protege a la transnacional de todos los juicios relacionados a la producción y venta de semillas GMO o la Ley Monsanto en México aprobada en 2005 por la mayoría de los congresistas ni siquiera ser leída dando la luz verde a la corporación biotecnológica en su país. El mismo camino está tomando Ucrania teniendo las tierras más fértiles de Europa. Felizmente existen raras excepciones, como la iniciativa del presidente del Perú, Ollanta Humala que logró que el congreso aprobara en 2011 una moratoria de 10 años al cultivo y la importación de transgénicos en el país con el “fin de proteger la biodiversidad, la agricultura nacional y la salud pública”.
También la multinacional Monsanto decidió retirar las solicitudes para el cultivo de nuevos transgénicos en la Unión Europea ante las protestas y resistencia de varios gobiernos y grupos ecologistas de usar estas semillas que impactan negativamente sobre la salud. Sin embargo las plantaciones de cultivos transgénicos siguen en España, Portugal, República Checa y Polonia. En Rusia el presidente Putin dio un grito de alerta por las intenciones de la Monsanto de instalarse en su país. Pero tendrá que luchar contra los oligarcas rusos para los cuales la patria no es un lugar donde uno nace sino donde se gana dinero, igualmente contra las leyes rusas aprobadas en la época de Yeltsin y que impiden la prohibición de los productos transgénicos.
Hace unos diez años Monsanto trató de ingresar a Cuba pero ellos anunciaron que serían el laboratorio mundial para los productos orgánicos y no llegaron a ningún acuerdo. Ahora Rusia tiene mejor oportunidad y las condiciones para convertirse en el centro de cultivos orgánicos por no estar contaminada su agricultura con las semillas GMO y por tener 40 millones de hectáreas de tierra no expuesta durante muchos años al uso de los químicos. De acuerdo a los expertos, para 2020 Rusia podría abastecer el mercado mundial con 15 por ciento de los productos orgánicos si es que los agricultores reciben el apoyo del gobierno.
Las posibilidades de poner freno a las intenciones de las multinacionales biotecnológicas de establecer el control corporativo sobre alimentación existen. Sólo se necesita la voluntad de los pueblos de desprenderse del individualismo implantado por el neoliberalismo, y retornar a la premisa de Aristóteles según la cual los humanos somos hombres sociales y políticos y no podemos vivir fuera de la sociedad. Pero vivir en la sociedad necesariamente implica acciones colectivas a través de los cuales podríamos imponernos a cualquier transnacional, como lo están haciendo actualmente los habitantes de Malvinas Argentinas a 14 kilómetros de Córdoba, Argentina oponiéndose Asamblea de Vecinos Lucha por la Vida a Monsanto. En 2012, las Madres de Ituzaingó, un barrio de Córdoba ganaron por primera vez un juicio contra Monsanto.
Esto demuestra que la unión, solidaridad y la voluntad colectiva son armas poderosas del pueblo que lucha por su bienestar y sus ideales.