Maciek Wisniewski
La Jornada

1) Según sus apologetas, el capitalismo –desde los “padres fundadores” (Locke, Smith, etcétera) hasta hoy– es un sistema basado en la “confianza”. No obstante, este argumento funciona fuera del contexto de la economía moderna, guiada no por la vieja ética mercantil o inversión a largo plazo, sino por la ganancia cortoplacista, especulación, volatilidad de mercados, “casino banking  y transacciones engañosas. En el capitalismo tardío la confianza no es un valor premiado, ni caracteriza las relaciones de trabajo o de mercado. Es un concepto vacío –parte de la mitología capitalista– y una herramienta ideológica en tiempos de crisis. 

2) Para Ulrich Beck los fundamentos de nuestra sociedad son el riesgo y la incertidumbre (La sociedad del riesgo, 1992). Igual para Zygmunt Bauman: la confianza era propia de los tiempos del capitalismo “sólido”, no “líquido” (La modernidad líquida, 2000). ¿Cómo confiar en “runaway capital  o en “runaway factory? Promover los conceptos anacrónicos, separados de la realidad, crear confusión sobre las bases y conflictos reales en el capitalismo fue la operación ideológica del “fin de la historia”. No en vano su gurú –Francis Fukuyama– también era uno de los ideólogos de la confianza (Confianza: los valores sociales y la creación de la prosperidad, 1995).

3) Si bien la crisis demostró que la confianza no era el fundamento del sistema –los bancos en vez de fomentarla recurrían a estafas masivas, no existía “conocimiento pleno” que pudiera justificarla, etcétera–, según los ideólogos del capital el problema fue la “crisis de confianza”, y “se necesitaban recortes para restablecerla”. Así, la frenética búsqueda de algo inexistente se volvió una base real para la austeridad (eliminación de gastos sociales, elevación de la edad de jubilación, etcétera), que puso en riesgo la existencia de millones de personas.

4) Fue un predilecto leitmotiv de economistas y políticos: en 2009, a principios de la crisis, el primer ministro polaco Donald Tusk, en su discurso de toma de posesión, haciendo una suerte de exorcismos –y repeliendo los ataques de los “fondos buitres”–, dirigiéndose principalmente a los mercados, no a los ciudadanos, usó la palabra confianza 43 veces (¡sic!).

5) El dogma “es una crisis de confianza y hay que restablecerla” infectó también a la izquierda keynesiana: según Larry Elliot – que invocaba las ideas de Paul Ormerod y su libro Positive Linking, 2012 – la crisis estalló por la “pérdida de confianza” y para salir de él hacía falta “más optimismo” (The Guardian, 8/7/12). No era un problema de modo de acumulación, ni la caída de la tasa de ganancia, sino un “pesimismo irracional que destruyó todo”, una “sicologización” de la economía, que cubría los mecanismos estructurales. La misma receta que se escuchaba de los sicólogos de negocios que poblaban los medios: “¡Tomémonos de las manos, mirémonos con confianza en los ojos y permitamos que el capitalismo nos haga felices de nuevo!”. Uff…

6) Hay incluso algunos liberales conscientes de que la visión del capitalismo basado en confianza y ética weberiana es un espejismo. Dice Michael Walzer que “hoy la peor forma de corrupción no proviene del ámbito político, sino económico, caracterizado por un mercado desregulado…” (Philosophie Magazine, nº 26/2009). Basta ver una encuesta realizada entre los gerentes de Wall Street, según los cuales la deshonestidad es la base del éxito (por ejemplo, la práctica de “producir” los derivados, que consistía en mezclar los activos seguros con tóxicos) y los altos salarios incitan a prácticas ilegales (La Jornada , 11/6/12).

7) El capitalismo es un sistema quasi-religioso basado en una serie de creencias, también en la creencia en él mismo (“es el mejor sistema-fuente de prosperidad que existe”). Los mercados se basan incluso “en creencias sobre creencias de otras personas” (Slavoj Zizek, First As Tragedy…, 2009). Pero a la vez es una religión basada en la negación de su decálogo (“Confiarás en…”, etcétera), y en que los que mejor prosperan, son los “herejes”.

8) Aunque los destacados keynesianos y premios Nobel critican el fetiche de la “confianza” y la austeridad como productos ideológicos –Stiglitz: “Los mercados y los economistas de derecha han entendido el problema al revés: creen que la austeridad produce confianza, y que la confianza produce crecimiento. Pero la austeridad socava el crecimiento, empeorando la situación…” (La crisis ideológica del capitalismo, en: Project Syndicate, 6/6/11); Krugman: “(…) el hada de la confianza no nos salvará de las consecuencias de nuestra locura” (El País, 28/3/11)– también acaban en la sicologización. Viéndolo todo como una “locura” e “irracionalidad”, fruto de nuestros “espíritus animales” (Keynes), fallan en identificar el verdadero origen de la crisis, de sus soluciones y objetivos: la caída de la tasa de ganancia y el ataque al mundo del trabajo para restablecerla (Michael Roberts, The Next Recession Blog, 12/9/12 y 20/11/13).

9) Dicha postura es llevada al extremo por otro keynesiano y otro premio Nobel (2013), Robert J. Shiller: representante de la “economía conductual” (“los acontecimientos en la economía se explican por las conductas irracionales de inversionistas y consumidores”), que a pesar de criticar la “confianza” (“su exceso ocasiona burbujas y crisis”, Polityka, 5/7/09), ve al mercado como una arena de puras emociones (Animal Spirits, 2009). Nada de la búsqueda de ganancia, explotación o papel de trabajo. A pesar de gozar de la fama de un crítico, es apologeta de mercado (“para los problemas de mercado, más mercado”) y su afán de “democratizar el capitalismo” lo pone al lado de sus ideólogos como Hernando de Soto (¡sic!).

10) Uno de los más patéticos intentos de restablecer la confianza –no tanto para hacer negocios, sino en el sistema mismo– fue El manifiesto capitalista   (¡sic!), de Fareed Zakaria (Newsweek International, 12/6/09). “El fantasma está recorriendo el mundo: el retorno del capitalismo…”, escribía su autor, asegurando que la causa de la crisis fue el “éxito del sistema” (Schumpeter), que éste saldrá reforzado y que la única falla estaba en el sector financiero, no en el resto de la economía (vieja práctica de separar el capitalismo “bueno” del “malo”, por la que Marx ya criticaba a Proudhon). Recordaba también que según el ya citado Shiller, para “hacer el mercado más estable se necesita incluso más derivados” (¡sic!). Y desde luego, más capitalismo. Y más ideología.