Se va el año en el que se fue el Comandante. Acaba un año en el que la Revolución Bolivariana estuvo como nunca bajo ataque y en el que, por momentos, parecía que misiles en la línea de flotación terminarían con la navegación venezolana hacia su propio socialismo. Pero no. Las fortalezas se impusieron a tiempo a las debilidades y se ganó futuro. Tiempo para nuevas batallas.

Enero y febrero transcurrieron en un solo aliento contenido, hasta el 18 de febrero, cuando de madrugada el Comandante regresó a Venezuela y su pueblo, tozudo, quiso seguir creyendo e interpretó la vuelta como una señal de mejoría.

Y a contener el aliento de nuevo, hasta que el 5 de marzo, en una tarde roja y clara y caliente llovió apenitas sobre el hospital militar y se fue Chávez. Lo que no tenía que suceder, sucedió. El escenario imaginado y negado, estaba pasando.

Y el pueblo lloró y despidió al gigante, mientras el mundo bueno lloraba también y los otros velaban las armas para asestar el golpe final en el momento más difícil. Siguieron semanas abrumadoras.

Las elecciones sobrevenidas eran inminentes y el derrotado en octubre fue por más anunciando su candidatura con certeras provocaciones al pueblo dolido. “Nadie se los va a devolver”, dijo y puso en duda la fecha de la muerte del líder.

Maduro encabezó una difícil campaña electoral, en la que intentó movilizar al pueblo golpeado. La certeza total y absoluta del Chávez de diciembre fue el pilar de una campaña que, aún con semejante mandato, no movilizó a todos.

La oposición llegó a su techo histórico de 7.363.980 votos y más de seiscientos mil votantes de Chávez en octubre no se movilizaron en abril. Se ganó, sí. Pero se cerró demasiado la brecha entre chavismo y oposición. Era la hora del ataque.

Primero desconocieron la victoria de Maduro, después salieron a la calle en busca de sangre. 11 chavistas murieron, pero no les alcanzó para terminar con Maduro. Había que golpear a toda la sociedad, y en el bolsillo.

En pocas semanas, el dólar ilegal trepó de dos veces a diez veces por encima del oficial. Un dato poco conocido fronteras afuera es que éste, el oficial, es el que utilizan todos (privados, públicos, viajeros) para acceder a las divisas.

Tal escalada artificial catapultó una ola especulativa de ganancias millonarias. El esquema era simple: los privados importaban con dólares a 6,30 bolívares y fijaban el precio como si hubieran transado negocios a 60 bolívares por dólar.

Así florecieron celulares a 40 mil “bolos” y espejitos de colores a 5 mil. Las cinco cifras parecían naturalizarse para cualquier producto de mediano uso. Y en paralelo, se desplegaba un extendido desabastecimiento.

Primero fue el papel higiénico, luego la leche fresca y en polvo. También las fórmulas más requeridas para los más pequeños. En general, no se encontraba nada con precio regulado: harina de maíz, arroz, aceites.

En ese contexto cada vez más complejo el presidente Nicolás Maduro apostó al “gobierno de calle”, con buenos resultados. Encuestas de mitad de año mostraban a esa política con más aceptación, aún, que la propia marcha general del gobierno.

Pero la inflación y el desabastecimiento crecían y en ese escenario real y concreto y a la vez artificial, la oposición decidió convertir las elecciones de alcaldes del 8 de diciembre en un plebiscito contra el gobierno.

Capriles, el perdedor en octubre y abril fue ungido como jefe de campaña de la oposición y las apelaciones a la salida inmediata de Maduro florecieron aquí y allá. El gobierno chavista tenía, aseguraban, plazo de salida: diciembre.

“Después del 8 de diciembre vamos por ti”, le gritó Capriles a Maduro en un escuálido acto en la Plaza Venezuela de Caracas dos semanas antes de los comicios del 8D. Una esmirriada concentración que anunciaba lo que se venía.

Llegó el 8D y con él una retirada notable de la oposición de las urnas. Eso posibilitó configurar un mapa “rojo rojito” en las alcaldías y también un avance importante (aunque no exitoso) de los bolivarianos en algunos de los centros más poblados.

¿Por qué el ahogo de la inflación, la especulación y el acaparamiento no terminó, como soñaban algunos, con el gobierno del primer presidente chavista y, por el contrario, el 8D se plantó como revitalizante victoria bolivariana?

Las respuestas se adivinan múltiples. Primero, hay que anotar la intervención del gobierno en las grandes cadenas de venta de electrodomésticos. En ese sector a comienzos de noviembre Maduro impuso con firmeza la idea de los “precios justos”.

La obligada baja de los precios de línea blanca en grandes cadenas hasta entonces ebrias de especulación tuvo un logro central: la población entendió el mecanismo usurero por el cual compraban a dólar 6,30 y vendían al ficticio 60 o más.

Apareció un gobierno fuerte frente a la usura, que abría las puertas de grandes comercializadoras privadas al pueblo. Maduro se deslastró del aura de presidente débil y pudo asociarse así a la imagen de la “topadora” Chávez.

Apareció así la luz de esperanza hacia 2014. Con esa actitud del presidente chavista, hay que esperar que el que se inicia sea un año en donde, también, haya firmeza para resolver la distribución y comercialización de alimentos.

Por lo pronto, y a diferencia de abril de 2013, la oposición muestra el escenario más favorable que el chavismo podía imaginar meses atrás, buscando negociar tregua y con un Capriles anulado y vencido. Al menos aparentemente.

La reunión del presidente Maduro con los alcaldes y dos de tres gobernadores opositores es un hito que muestra a un gobierno nacional fortalecido y a una oposición prisionera de su laberinto desestabilizador.

Así cierra 2013 en Venezuela. El año de la tristeza. Otro año que vivimos en peligro. En este contexto, que llegue 2014 es muy bueno. Pero los desafíos son los mismos. O, en rigor, mayores aún. 2014. Un año sin elecciones, pero aún así, clave.

salgado.marcos@gmail.com