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Tiempos inciertos en los que nos ha tocado vivir, una época en la que nada es lo que parece y sin embargo, las apariencias lo son todo. Curiosa contradicción que no hace más que reflejar el espíritu esquizofrénico que define esta era.
Desde lo más personal e intransferible hasta lo colectivo y global todo se ve envuelto por ese manto de falsa apariencia que envuelve nuestras vidas.
Crecemos admirando modos y estilos de vida ajenos a nosotros y que simplemente son irreales aunque en ese momento (y posiblemente durante el resto de nuestra vida) no sospechemos que son puro humo artificial que no proviene de ningún fuego sino de una máquina que constantemente lo fabrica para no dejarnos ver más allá, para no poder observar siquiera el potencial que existe tras esa cortina artificial.
Cuando nada es lo que parece vemos cómo nos movemos y agitamos constantemente, protestando, reclamando aquello que creemos justo y nos pertenece. Sin embargo, no vamos más allá de un grupo de seres persiguiendo un humo que alguien o algo nos indicó como la señal inequívoca de la verdadera fogata. Otra vez la máquina astuta que adquiriendo la forma de gurú antisistema u organización pseudorevolucionaria nos indica el modelo a desear.
Cuando nada es lo que parece donde encontramos un discurso de apariencia robusta y bien articulada hallamos palabras huecas, rellenas de nada y que a nada obligan más allá de reproducirlas constantemente y defenderlas como si nos fuera la vida en ello. Discursos repletos de bellas palabras y hermosos propósitos que están tan cerca de lo poético como lejos de la práctica diaria. Así nos encontramos con que un concepto tan formidable como el apoyo mutuo se convierte en mutuo apoyo previo acuerdo de lo que cada una de las partes se va a llevar y si no hay acuerdo cada cual que apoye lo suyo que para eso estamos. Criticamos la caridad por no ser más que un mecanismo de dominación vertical pero si eso mismo lo organiza gente afín y lo reviste de jerga contestataria podemos llamarlo con toda solemnidad y con satisfacción: solidaridad.
Así y una y otra vez, nos hallamos ante la irrealidad que vivimos donde el constante cambio de las circunstancias no hace más que reafirmar la inmovilidad general en la que existimos y que como consecuencia nos tiene inmersos en una aparente carrera hacia un glorioso futuro que se convierte en un eterno retorno al punto de partida donde todo sigue igual.
Cuando nada es lo que parece esperamos la aparición de la enésima reencarnación del mesías que nos salvará de este presente de desgracias continuas que dura ya demasiado tiempo, sin ser capaces de comprender que ese mesías siempre está actuando precisamente para mantener la perpetuidad de este presente. A veces tiene forma de líder político, otras de gurú espiritual o de científico prominente, algunas de honorable guerrero o de filósofo atemporal pero siempre, siempre de baluarte de la apariencia y por tanto del cambio inocuo. La importancia de lo aparente nos priva de la conciencia de los pequeños gestos, los únicos capaces de mover la losa que nos oprime y nos obliga a estar constantemente atentos a los grandes gestos, a las grandes proclamas y a tratar de reproducirlas aunque en el fondo sepamos de su inutilidad y de la imposibilidad de obtener resultados diferentes repitiendo una y otra vez las mismas acciones.
Cuando nada es lo que parece en un mundo donde se ensalza lo individual, se pone en primer lugar el ego frente a cualquier otro interés, una sociedad en la que el individuo es el centro absoluto de la vida. Resulta que nos encontramos ante el momento histórico donde menos humanos existen, donde hay miles de millones de seres extraños, ajenos a su realidad, con enormes posibilidades pero, desde luego, lejos de poder considerarnos humanos. En la apariencia de sentirnos en la cima del mundo no somos más que insignificantes seres lejos de toda lógica como especie, desconectados del resto, desconectados entre nosotros, ajenos a todo lo que ocurre a nuestro alrededor por mucho que seamos el actor principal de este drama en que hemos convertido la vida.
Cuando nada es lo que parece, la vida es lo más parecido a la muerte que existe y que podemos experimentar, se convierte en un transitar sin sentido en busca de la nada pero que a ojos del mundo es la cosa más maravillosa jamás creada. Ni siquiera lo que creemos sentir es realidad, confundimos el amor con la posesión y hasta creemos que la libertad es poder elegir aquello que queremos sin ser capaces de ver que es sólo fachada, sólo apariencia, que las diferentes elecciones disponibles no las elaboramos nosotros, no son reales.
Cuando nada es lo que parece, precisamente eso, la nada es donde transcurre nuestro paso por este mundo.