El derecho a que cada ser humano, aún viviendo en comunidad, tenga un espacio para su vida privada está consagrado desde 1948, en el artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Allí se afirma que:
«Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.»
Es decir, se reconoce un ámbito de privacidad para la existencia del ser y se aboga porque la misma sea protegida. Y es que cada individuo requiere un espacio para encontrarse consigo mismo, para su intimidad y hasta su aislamiento voluntario y temporal, sin que ello atente o menoscabe su vida en sociedad. Uno tiene derecho a retirarse y pensar con calma lo que se debe hacer, a reflexionar sobre hechos de su vida, a guardar algún secreto, a reservarse alguna decisión por un tiempo, a mantener comunicaciones privadas con sus padres, su pareja, hijos, amigos cercanos o algún jefe. No es un crimen tener algún confidente, sea este alguien de nuestra confianza o un profesional. Los médicos, sacerdotes, abogados, psicólogos, periodistas y algunas otras profesiones, desde hace siglos, gozan de un derecho en su trabajo a guardar informaciones de la gente.
Y ejercer tal privacidad no es un crimen. A veces exigimos privacidad por los valores morales bajo los cuales nos han educado; así por ejemplo, si la gente va a tomar una ducha, es razonable que pida se respete ese momento privado. Y no es que esté haciendo nada malo, es su derecho a asearse únicamente en presencia de si misma. En otras ocasiones la privacidad es preferida por el resto de la sociedad ya que ella puede exigir no presenciar ciertos hechos; por ejemplo, si uno va a realizar algunas de sus funciones biológicas que expulsan ciertos desechos orgánicos del cuerpo, el resto puede acordar no estar presente durante ese momento.
Por otra parte, una pareja tiene derecho pleno a pedir se le permita aislarse para realizar sus actividades románticas, sexuales o para algo simple como dormir juntos. Incluso ese privilegio es tan respetado por sus hijos pequeños, que cuando estos van creciendo, progresivamente se les va excluyendo de la habitación de sus padres. Las criaturas por su parte, ganan también en su desarrollo personal, ya que paulatinamente se afirma su existencia propia. El poseer su espacio físico personal, sea este por ejemplo una habitación, lo conduce gradualmente a la independencia.
Con frecuencia sabemos de alguien que nos pide que le dejemos solo por un instante, sea para llorar, para meditar o para pasar un disgusto, no es delito requerir a quienes nos rodean nos otorguen un momento de privacidad. Si llamas a alguno de tus padres, un hermano o alguien íntimo, es razonable que esperes poder hablarle con libertad o franqueza. De un modo tan relajado, que tal vez, si lo hicieras en público, pudiera perturbar a alguien o atentar contra algún interés específico y acarrear problemas o rupturas sociales. Así que la privacidad también se aproxima a tener ciertas libertades. Derecho real a expresar lo que realmente piensas o crees con algún otro ser de tu gusto. A ejercer plenamente tu libertad de expresión, sin necesidad de que esta tenga que ser defendida en tribunales ni por presión social. Libertad para ser contigo mismo sin injerencia de nadie más. De manera que la mayoría está de acuerdo en que existe un espacio en nuestras vidas que es absolutamente privado, que ello es una necesidad intrínseca a nuestro existencia y que no constituye maldad alguna. Por el contrario, nos conviene a unos y a otros.
Pero en los últimos años, ciertos grupos de poder, nos han tratado de convencer de lo contrario. Algunos nos han repetido falsas argumentaciones como: “Si usted actúa bien, no tiene nada que esconder”. Eso es completamente falso y constituye un terrible engaño. Un humano puede querer esconder que está triste, que tiene miedo, que está enamorado, que sospecha de otro individuo y ello no indica que esté conduciéndose en modo inapropiado o que sea un peligro para el resto. Un ciudadano puede pedir guardar de la sociedad un desarrollo intelectual mientras progresivamente lo va elaborando. Incluso es aceptado que una empresa demande confidencialidad a su personal mientras desarrolla o implementa algunos planes o proyectos. Ello tampoco conduce a concluir que estén cometiendo u organizando un crimen.
Y el asunto resulta grotesco, ya que quienes nos dicen que debemos aprender a estar expuestos, piden para si la mayor reserva y privacidad. La Agencia Nacional de Seguridad de los EEUU y otras instituciones de inteligencia, piden la potestad para espiarnos y el derecho a inmiscuirse en nuestra privacidad, pero exigen para ellos que se oculte sus acciones y que se guarde lo que hacen con la información de nuestras vidas íntimas. Es decir, quienes abogan por su derecho a no respetar la privacidad del mundo, exigen las más absoluta privacidad para ellos. ¡Es el colmo del engaño!
Por otra parte, el monstruoso sofisma ha calado entre nuestra sociedad porque se apoya en nuestro deseo de ser famosos, respetados y poderosos. Están explotando nuestro gusto emocional por convertirnos en una referencia para el resto, nos hacen creer que hay que ser reconocido sin importar el porqué. Que estamos en la época de lo mediático, que no importa si destacas por ser un mentiroso, porque algo mejor es que cualquiera te reconocerá y no pasarás desapercibido. Ciertos desarrollos informáticos como por ejemplo, Facebook®, MySpace® y Twitter®, promueven mecanismos fáciles para sentirnos como estrellas. Lo que uso para vestirme es importante para el mundo, voy a colocarlo en la red. Lo que voy a comer es relevante para la humanidad, por lo tanto debo tuitear eso ya. Lo que voy a expresar es significativo y todos deben estar enterados, es imprescindible que lo comparta con mis amigos y seguidores. Y si resultas polémico o te ganas la indignación de muchos no importa, porque estarás recorriendo el camino a la fama y hasta la fortuna.
Es la facilidad para ser notable, es la reducción del verdadero esfuerzo para hacer méritos con los demás lo que está de trasfondo. No requieres estudiar a cabalmente un tema para pronunciarte, por el contrario deja salir lo primero que se te ocurra y si generas controversia mejor. No hay que argumentar racionalmente, basta con explotar las emociones y la imagen. No tienes que tener una vida dedicada al esfuerzo y al trabajo honrado. No se exige que hayas escrito libros de valor, o salvado vidas humanas. Puedes ser famoso en un santiamén. Si tienes un cuerpo notable, ya está resuelto. Y si no es así, puedes apelar al escándalo, al asombro o al mal gusto. Los valores reales no son de importancia, lo que está de moda es impactar como sea. Podemos sentar por igual a la hermana Teresa de Calcuta, a la Tigresa del Oriente y a Mozart en la misma fila. Albert Einstein puede haber logrado ser un icono del mundo, pero sin tener que escribir una sola ecuación, ahora cualquiera puede llegar a ver su cara en la red más veces expuesta que la de el. Si me encuentro accidentalmente con Diosa Canales, le pido una foto y la cuelgo en mi “muro virtual” como si fuéramos viejos conocidos. Nadie reflexionará que ella hace lo mismo con cualquiera que se le pida, dado que eso también la promueve a ella.
Los medios por su parte, insisten en confundir a las masas; así por ejemplo nos venden que Boris Izaguirre es tan intelectual como Albert Camus, que los méritos de Bill Clinton son equivalentes a los de Winston Churchill, que tan notable es Cecilia García Arocha como José María Vargas. Y no es que no todos sean seres dignos de respeto y consideración, es que lograr fama y respeto a costa de verdadero trabajo no es lo que se promueve. Hay diferentes niveles para unos y otros, y no se debe situar por igual al misionero que dedica una vida para ayudar a niños enfermos, que a quien se desnuda para llamar la atención. De modo que el accionar moderno no estimula la verdadera reflexión de cada persona y tenemos un mundo con inquietantes contradicciones. Por eso podemos presenciar con estupor que Barack Obama reciba el premio Nobel de la Paz y ande empeñado en lanzar guerras. O que un político diga “Lean mis labios, no habrá más impuestos” y apenas llegue a la presidencia haga todo lo contrario. En fin, es la rueda de ser famoso sin esfuerzo real.
Por ello, muchos aceptan que se les espíe sin reserva alguna. Están dispuestos a sacrificar su privacidad por su mayor deseo de lograr fama y fortuna. En especial si eso podría resultar fácil e inmediato. De forma que si me exigen exponer toda mi vida ante los ojos indiscriminados de cualquiera, ¡ello vale la pena! Así que nos repiten a diario falsedades como que ser famoso es la meta a conseguir, y que las estrellas no tienen privacidad. O que para protegerte debo espiarte, o que únicamente los pillos y delincuentes exigen derecho a la privacidad. Es la institución del Gran Hermano, explotando nuestros miedos, grandes deseos e ignorancia de la historia.
Por otra parte, esta delicada situación se favorece de que la mayoría de gente desconoce la existencia de una conquista tan importante como son los derechos humanos. Que a ellos la historia únicamente se les señala para proveerles de parcialidades que ajusten con ciertos intereses del momento. Es la era de la información, pero con mucha gente más desinformada o víctima de la manipulación sesgada de esta. La tecnología se está usando para eso. ¿Cuántos saben que el creador del WWW, Sir Tim Berners-Lee, ha criticado profundamente el espionaje de la NSA? ¿Cuántos comprenden que reconocidos expertos del tema de la seguridad informática están diciendo que la NSA quebró seriamente todos los mecanismos de protección y fiabilidad que hay en la Internet? ¿Cuántos están al tanto de las serias violaciones a leyes que genera el espionaje cibernético? ¿Cuántos consultan seriamente sobre las implicaciones sociales de la vigilancia sin control? ¡Ni Orwell lo pudo pensar mejor!
Pero pocos ven que lo que realmente está en juego, es la destrucción de una mejor sociedad. La negación de que sea posible una convivencia mundial diferente. Es amputar parte vital de existencia de cada individuo, al igual que de una importante área de su independencia y de su libertad. Es el control total sobre las masas, por parte de una élite con poder. El mal uso de la tecnología y el empleo de medios sin responsabilidad, confluyen entonces para crear esclavos del tercer milenio. Gente sin historia ni verdadero conocimiento, que quedará atrapada dentro de un sistema que no comprende y sin verdadero poder de elección. Seres cuya vida ya ha sido planeada para ser una tuerca más que ayude a enriquecer a otros, que erróneamente buscan la felicidad únicamente a través de lo material. Es la verdadera matriz la que intenta dominarnos. Lo de la NSA no ha sido accidental y las cúpulas de poder político y económico insistirán en que pasemos la página. En que les dejemos hacer. Así se percibe al leer los testimonios de los directores de la NSA, el MI5 y MI6 ante las distintas comparecencias en EEUU y el Reino Unido.
Así que con ese mismo espíritu cinematográfico finalizo esta pequeña contribución, citando al personaje ficticio Morfeo, quién en el primer filme de la trilogía dice: “Estoy intentando liberar tu mente, Neo. Pero yo solamente puedo mostrarte la puerta. Tu eres el que debe debe caminar para atravesarla.”