Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona

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El mundo digital o ciberespacio se encuentra en una encrucijada de su desarrollo. No se trata de tecnologías específicas sino que se trata de establecer conceptos políticos respecto del ciberespacio y en cómo y hasta qué punto el estado debería influir en él. Las revelaciones de Edward Snowden fueron una sacudida que causó una avalancha de pensamientos en muchos países. Al centro de estos pensamientos se ubica un solo problema: cómo conservar la soberanía del estado en una era de transparencia digital total, donde existen métodos para la recolección de informaciones que en el pasado reciente nadie siquiera habría soñado.

El concepto norteamericano del ciberespacio no puede ser otro que imperialista. Esto significa que la seguridad de Estados Unidos se convierte en el punto de referencia para el comportamiento de todos los demás países e instituciones internacionales hacia los cuales el “Centro” imperialista podría demostrar “favoritismo” concediéndoles acceso a parte de sus capacidades al tiempo que les exige a cambio una total sumisión. Anteriormente, esta quedó expresada en la adopción de la cultura, la economía y la moneda del “Centro” y ahora es que se expresa a través del requisito de reconocer la dominación de las corporaciones norteamericanas de telecomunicaciones en los mercados internos de otras naciones. Además, queda implícito que otros países no mantendrán de manera independiente recursos cibernéticos propios puesto que el “supremo protector” ya se ha preocupado de todo. La idea sería la de un “paraguas informático.”

Durante un largo tiempo Europa pareció estar de acuerdo con esta lógica y casi abandonó por completo la expansión de sus propias capacidades en el ámbito digital. Esto fue estimulado por el hecho que la orientación socialista de los ideólogos de la arquitectura de la sociedad informática europea estaba eclécticamente sobrepuesta en el modelo neoliberal general de la Unión Europea. No obstante, el asunto Snowden arrancó a los europeos de su dulce siesta y los obligó a buscar seriamente modelos adecuados para responder a la hegemonía digital norteamericana.

Resulta sorprendente que cada vez quede más claro que el modelo chino, modelo que los europeos mismos han criticado acremente durante los últimos veinte años, sería el modelo adecuado.

Los elementos individuales de su implementación en Europa ya podían notarse alrededor del 2009-2010. En esos años, los gobiernos europeos se enfrentaron abiertamente a las corporaciones informáticas norteamericanas, particularmente a Google y Microsoft. Cada caso fue diferente (por ejemplo, Alemania y Grecia estaban conectados al proyecto Visión Callejera de Google y para Francia, con la idea de digitalizar colecciones de sus bibliotecas) pero en cada caso los europeos trataron de crear una barrera a la ilimitada presencia norteamericana en sus territorios. En el año 2011 se discutió un “Schengen virtual” obviamente organizado a partir del “Escudo Dorado” de China, pero no se llegó más allá de algunas generalidades.

Aparentemente la experiencia china (en la literatura académica la denominan “experiencia asiático-oriental en la construcción de una sociedad informática” será crecientemente consultada en el futuro por aquellos países que desean ser independientes en la política internacional y no obedientes ejecutores de la voluntad del “Centro”.

Primeramente, el “Modelo Chino” se basa en el reconocimiento de que los valores universales no son del todo universales. A través de milenios de existencia, cada gran civilización ha creado sus propios códigos inherentemente enraizados, que con certeza podrían denominarse “valores nacionales” y que siempre se trata de valores únicos. Por ejemplo, para China se trataría de los valores de Confucio. Sin embargo, reconocen la existencia de varios sistemas de valores y no clasifican a los países cuyos valores difieren de los suyos como “bárbaros” como lo hacen en Occidente los promotores de los “valores universales.”

Un segundo aspecto sería confiar en la producción nacional que fomenta el crecimiento económico por un lado y la seguridad del estado por otro. Esta meta de “producción nacional” puede notarse en una amplia variedad de áreas de producción, desde la producción de soportes sólidos (hardware) elementos electrónicos hasta la producción de ideas (contenido).

A nivel técnico China desde un comienzo ha asumido un enfoque muy cuidadoso hacia el desarrollo de la World Wide Web en su territorio, rechazando el paradigma neoliberal “el mercado lo regulará todo.” En el año 2003 no había más de diez grandes redes en China que operaran bajo la constante vigilancia del estado.

El rápido crecimiento de cibercafés de Internet a mediados y fines de los 90 significó que durante varios años, entre el 1999 y los primeros años del 2000 esta esfera estuvo sujeta a una reglamentación estatal más estricta.

Gracias a la consecuente y meditada política de apoyar a los sectores de alta tecnología de la economía, en China han logrado lo que por mucho tiempo parecía imposible: han desplazado a las corporaciones informáticas norteamericanas del mercado nacional y ahora están empeñadas en comprarlas (por ejemplo, Lenovo adquirió a la IBM y ahora le ha puesto el ojo a Blackberry). Hoy en día las marcas chinas ZTE y Huawei se han convertido en sinónimos de éxito y poder y son temidas por todos en Occidente.

En cuanto a la política de producción de contenido, China mantiene dos sencillos principios. Los blogueros denominan el primer principio “bloquear y clonar” lo cual equivale a “censura inteligente”. Su principal diferencia con la “censura estúpida” radica en que cuando el estado bloquea el acceso a una plataforma extranjera, de inmediato brinda la posibilidad de emplear una plataforma similar pero de producción nacional.

Se ha demostrado que esto es cierto en relación a todos los mecanismos absolutamente populares de Internet, desde los motores de búsqueda y servicios de video hasta las redes sociales y los microblogs. Pero el número de usuarios del Internet chino –más de 600 millones de personas—hace que el concepto de “red global” sea bastante relativo ya que existe un conjunto autosuficiente que consigue para si todo lo que necesita.

El segundo principio es identificar el conjunto de tópicos esenciales que, en la opinión del gobierno chino, podría tener efectos desestabilizadores en la vida del país.

Tales temas incluyen informaciones que contradicen los principios establecidos en la Constitución, amenazan la seguridad nacional, revelan secretos del estado, socavan la confianza en el gobierno, erosionan la unidad del estado, dañan su honor y sus intereses, provocan el odio o discriminación étnica, erosionan la solidaridad de la nación lo cual podría tener consecuencias negativas para la política del estado en la esfera de la religión, divulgan el culto a la violencia, al libertinaje a la pornografía, los juegos de azar, el crimen y el terrorismo o incitan al delito, diseminan rumores, perturban el orden público, socaban la estabilidad social o violan los derechos humanos contemplados en la Constitución. Nadie podría negar que estos temas merecen la más alta atención de parte del estado.

Naturalmente que la forma pura de semejante modelo puede solo existir dentro de ciertas condiciones socio-políticas. Tal y “refinada” forma es improbable que pueda aplicarse a Europa. Sin embargo, asimilada a través de la experiencia europea en la construcción de una sociedad informática y corregida después de las revelaciones de Edward Snowden, el “modelo chino” podría convertirse en la base para el desarrollo de una nueva entidad la cual determinará el futuro del ciberespacio.

Actualmente es prácticamente imposible decir qué rasgos tendría este nuevo sistema pero en todo caso, ya está claro que el nuevo modelo descansará más en la producción nacional, asumirá el concepto de “soberanía digital” de manera más seria y percibirá la nueva realidad tecnológica de manera diferente.

Es posible, aunque improbable, que Europa comience a prestarle más atención a lo que ella misma profesa, es decir, respeto por los derechos y tradiciones ajenas sin que trate de unificar todo y a todos bajo la bandera del “globalismo”. Probablemente se trata de prospectos un tanto distantes, pero el hecho que Alemania y Brasil repentinamente encontraran un campo común en la ONU y estén adelantando iniciativas conjuntas sobre los problemas del ciberespacio, dice mucho.

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