Antonio Fernández Vicente

 

El último film de Woody Allen, Blue Jasmine, aclara alguna de las miserias de esa corporate class que nos ha llevado a la situación que padecemos. El ciudadano de a pie se pregunta, a menudo, para qué necesitan tanto dinero aquellos que juegan con los destinos de los demás en el gran casino de la especulación. Qué decir de los casos de corrupción política. ¿Merece la pena convertirse en un tiburón de las finanzas? ¿Cuáles son los premios? ¿Cuáles las pérdidas? ¿Por qué una avaricia tan voraz? El film de Allen nos adentra en las profundidades psicológicas de la elite financiera y parasitaria. Dos mundos enfrentados

En el film se entrelazan dos tiempos diferentes en montaje alterno: el de la vida acomodada de un matrimonio que vive de la ingeniería financiera; y el de el retorno de la esposa, una vez encarcelado y suicidado su marido por estafa mayúscula, a sus orígenes humildes junto a su hermana. El contraste entre Park Avenue en Nueva York, símbolo del poder financiero global, y una barriada de San Francisco. De una parte, el lujo de casas de ensueño, las fiestas elitistas, los modales refinados, los lenguajes distinguidos: las hipocresías de un mundo engañoso y falsario que para limpiar su mala conciencia organiza con cinismo superlativo actos benéficos para los desfavorecidos. Es el reino de quienes trabajan en lo puramente inmaterial: no hacen nada sino que mueven dinero ficticio, de un lado a otro.

Su mundo es el de los puros símbolos estatutarios. El gasto conspicuo: exhibir que son superiores a los demás en sus consumos. Viajes a Saint Tropez, a Viena o a París. Primera clase y atuendo de marcas reconocidas. Son los grupos privilegiados de éxito que han sabido buscárselas, frente a los fracasados que han de dedicarse a trabajos estigmatizados y denostados. Es la lógica capitalista de los Winners y los Losers, en el idioma estándar del imperio neoliberal que es el english for business -otra suerte de colonización cultural.

Jasmine encarna esa vida modélica y su descenso a los infiernos. Cambia su nombre del vulgar y prosaico Janet al pretencioso Jasmine. Jazmín, el arbusto trepador cuya flor renace cada noche. Etimológicamente, un “regalo de Dios”. Un perfume afrodisíaco que seduce tanto por su aspecto como por su aroma. Pero es efímero, flor de un día. El retrato psicológico de Jasmine nos muestra su aversión y profundo desprecio a trabajos convencionales, como recepcionista. No obstante, la inestabilidad emocional de Jasmine revela la viscosidad de ese mundo de ensueño, prefabricado que esconde miserias y mezquindades: dobleces morales.

De otra parte la vida auténtica, sincera y espontánea. El habla de la calle, los modales que la elite considera de baja estofa. Es la clase de los “estúpidos” que se dejan engañar y embaucar por los “inteligentes”. Jasmine aborrece mezclarse con la clase de los estúpidos. Le horroriza hasta ser insoportable haber abandonado el paraíso y tener que vérselas con el infierno de la vida corriente. ¡No es lo que se merece! “¡Mereces algo mejor!” repite continuamente a su hermana Ginger.

Lo sensato es mentir para alcanzar ese lugar de privilegio, comprender a los demás como instrumentos a favor o en contra para ascender en la escala social. Para volver a la vida de lujos y ocios aristocráticos. Al reino de los inteligentes. Al reflexionar sobre el film de Allen, uno recuerda El elogio a la estupidez (1509) de Erasmo de Rotterdam. A fin de cuentas, es en esta aparente falta de sensatez, por otra parte consustancial al género humano, donde hallamos la felicidad. Pobres ricos

No es la primera vez que Allen critica las presunciones y vanidades absurdas de la alta sociedad. Y tampoco cómo la movilidad ascendente o descendente en la escala social es fuente de tensiones irresolubles. En Small Time Crooks (Granujas de medio pelo, Allen, 2000) se trataba de la movilidad ascendente, de abajo arriba. Ahora se nos presenta la historia de la desposesión, la caída hasta lo que, desde esa moral capitalista, se considera como lo mediocre. Como si el nuevo paraíso, el Edén contemporáneo fuera esa esfera de invulnerabilidad de las clases más pudientes. Ser expulsado del paraíso y caer en la maldición del trabajo duro parece ser el mayor incentivo para estafar, engañar y despojar a los de abajo de sus derechos para mantener los privilegios de la nueva Arcadia. Para mantener ese nivel de vida, Jasmine se miente a sí misma : sabe que su marido realiza operaciones financieras dudosas pero sacrifica la justica al mantenimiento de su estatus de elite.

El film es una crítica a la meritocracia. Cada uno tiene lo que se merece. Pero no está del todo claro quienes son los que en verdad ganan o pierden en este juego cruel. Ese éxito que se implanta en la escala de valores es relativizado. Los estilos de vida ilusorios que provocan envidias en las clases populares son ridiculizados como lo que son: ficciones que esconden sus miserias tras un bonito rostro, como el Retrato de Dorian Gray. Pobres gentes. Jasmine es blue. El azul del consenso y la conformidad. El de la uniformidad y los tejanos -avisa Michel Pastoureau. Es una triste canción obsesionada con distinguirse de lo corriente y vulgar. Y esta ansiedad la convierte precisamente en un alma en pena. En una charlatana que cuenta a la primera extraña que encuentra en el aeropuerto o en un parque su vida de ensueño, INVENTADA.

La avaricia de la clase capitalista no conoce límites. Como en el fabuloso cuento de Tolstói, ¿Cuánta tierra necesita un hombre? Siempre quieren más para poder resaltar. Son infelices porque no se conforman con nada. Y ésa es la fuente de sus desgracias. Y de las nuestras también, seducidos por el arribismo y atrapados por la lógica del éxito. Decía Machado que había que alabar a Caín : pecó por envidiar la virtud de su hermano. Hoy se envidia el vicio, a Jasmine. La felicidad, sin embargo, no se halla en Jasmine. Tampoco en Ginger -su hermana- cuando es presa de los valores de la cultura capitalista, de las élites. Lo que enseña Allen radica en que la felicidad reside en la sencillez y en las vidas sin grandes aspiraciones, sin grandes pretensiones, donde el dinero sirva a la vida y no la vida al dinero.