Cristina Bereciartua

 

 

– Nos quiere matar, quizá no literalmente, o tal vez sí, pero ciertamente nos quiere matar -¿Quién? – Os preguntaréis – El trabajo- Carcajada y cada cual a lo suyo.

Lamentablemente, no es un chiste. El trabajo nos mata de muchas formas, a veces fulminantemente, de manera repentina mediante trágicos accidentes que suceden, en muchos casos, por ahorrarse unos pocos euros. En otras ocasiones, lo hace de forma paulatina, mediante alguna enfermedad. Si tenéis suerte os tocará una enfermedad reconocida como laboral, que no atenuará ni el dolor propio ni el de vuestra familia, pero dejará unos cuantos billetes en casa, lo que, a quien no haya sufrido esa situación en carnes propias o cercanas, podrá parecerle justo. Otras veces, el trabajo os asesinará con mayor sutileza, arrebatándoos las cosas importantes de la vida: el tiempo, la alegría, la posibilidad de tener hijos, la vitalidad, la autoestima…

Quizá, de las tres grandes formas de matarnos que tiene el trabajo sea esta última la más sádica y cruel. ¿Os sorprende? Pensadlo un momento ya que la ejecución es perversa.

Con este método se desarrolla el crimen perfecto; seguiréis respirando con normalidad, vuestro corazón seguirá bombeando, vuestras constantes vitales funcionarán perfectamente… pero algunos y algunas os levantaréis por la mañana sabiendo que cuando regreséis ya será de noche y que solo os quedará tiempo para cenar y dormir. Otras personas os levantaréis con la certeza de que si decidís tener un hijo, os despedirán y que vuestra reinserción laboral será prácticamente imposible. Aunque también habrá quienes, a consecuencia de los productos que utilizan en el trabajo, hayáis quedado estériles (demuestre usted que ésa ha sido la causa). Algunas os levantaréis con el sabor salado de vuestras lágrimas recorriendo las mejillas, a sabiendas de que la tortura comenzará en el momento en que fichéis, cuando algún jefe o compañero continue, como cada día, haciéndoos la vida imposible, bajo la indiferencia, la complicidad o la indiferente complicidad del resto.

También habrá quien llegue todos y cada uno de los días de su vida con tal cansancio que no tendrá energía para nada más; ni aficiones, ni intereses, ni amigos, ni familia…

¿Existe algo más perverso? Nos roba la vida, poco a poco, día tras día, y encima tenemos que dar las gracias. Por trabajar. Porque la otra opción es no tener para comer ni para vivir y claro, eso también mata. Es perverso porque mientras nos venden la obligatoriedad de la salud, de los cuerpos esbeltos, de los gimnasios, no tienen reparos en envenenarnos, en hundirnos y enajenarnos. Es perverso porque nos dicen que tenemos que darle lo mejor a nuestros hijos y lo mejor son unos estudios cada día más difíciles de costear, ropa de marca, una videoconsola para que no sea menos que los otros niños, una colección sin fin de juguetes para que tenga qué elegir y no se aburra… pero eso sí, que vivan con las sobras de nuestro tiempo, con nuestra ausencia. Es perverso porque tenemos inculcado hasta la médula que hay que trabajar si no queremos ser tachados de vagos.

Tal es la alienación y perversión a la que se nos somete, que a nadie sorprende ya ver cómo competimos por ver quién va a trabajar en peor estado de salud: «Mira esa, se ha cogido la baja por una gripe, yo el año pasado aquí estuve con 39 de fiebre y sin quejarme». Ninguneamos y cuestionamos las enfermedades derivadas de problemas psicosociales, pese a estar demostrado los trastornos que causan en la salud, aunque, eso sí, todos tenemos derecho a prejuzgar y criticar a quien se queje de su mermada salud.

Y es que si asumimos que la muerte pone fin a nuestra vida y que vivir es el tiempo para hacer las cosas que consideramos importantes, el trabajo, tal y como lo sufrimos nos convierte en muertos en vida. Decía José Mujica, Presidente de Uruguay: «Cuando tu compras, no lo haces con dinero, compras con tiempo. Tiempo de tu vida que tuviste que gastar para ganar ese dinero. La vida hay que vivirla y para eso hay que tener tiempo, tiempo libre». Cada vez nos roban más tiempo. Ahora está de moda meter horas extras gratis para arrimar el hombro por la empresa, para mostrar implicación. Sin embargo, ese tiempo, no nos lo devolverán esos ladrones; nos harán creer que “es lo que toca».

Y aquí quería llegar, a los ladrones. Al inicio he realizado una pregunta ¿quién nos quiere matar? Pero «el trabajo» no responde al quién sino al qué. El trabajo no es el asesino, sino el arma homicida. Sin embargo, detrás de este homicidio, como en todos los asesinatos hay un quién, alguien que se beneficia, que no tiene que dejar de pasear con sus hijos, que puede disfrutar de sus relaciones humanas, que posee tiempo para gastar, gracias a que vosotras y vosotros ya estáis renunciando a todo eso. Tienen nombres y apellidos, solo hay que pensar y querer saber quiénes se están beneficiando de robarnos la vida.

Cristina Bereciartua – Alternatiba