Ollantay Itzamná

 

En la hospitalaria ciudad de Oaxaca, los días 28 al 31 de octubre, cerca de 1600 académicos/as e investigadores indigenistas, provenientes de más de 10 países de América y Europa, se reunieron en el Primer Congreso Internacional titulado: Los Pueblos Indígenas de América Latina, siglos XIX-XXI, Avances, Perspectivas y Retos. El evento fue organizado por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) de México, junto a otra veintena de instituciones académicas y culturales coorganizadoras.

Las y los especialistas en asuntos indígenas de América Latina, organizados en 156 simposios, presentaron y debatieron sus avances investigativos en temas como: teorías y currículas de educación intercultural, decolonialidad y epistemologías del Sur, migraciones internas e internacionales de indígenas, agendas de pueblos indígenas, tierra-territorio-agua-bosque, Estado y ciudadanía de pueblos indígenas, derechos colectivos y gobiernos neoextractivistas, entre otros.

 

Indígenas en México

En el siglo XVI, los europeos no pudieron esconder su sorpresa por la cantidad de pueblos organizados en ciudades en estas tierras. La calidad humana, y el contenido intelectual y espiritual de estas civilizaciones eran abrumadoramente superiores a los habitados por el Dios del metal. Pero, la avaricia hizo que los huéspedes barbudos atacasen a sus hospitalarios  anfitriones. Negaron la condición humana de los aborígenes para apropiarse de sus bienes y convertirlos en sus esclavos.

En los siglos XVI-XVII, la Corona española organizó infinidad de pueblos indios, con sus respectivas tierras comunales y ejidales, con la finalidad de mantener reunidos a los aborígenes para cobrarles el impuesto real, y garantizar mano de obra indígena para los nuevos hacendados y mineros.

A inicios del siglo XIX, con la supuesta independencia encabezada por los curas Hidalgo y Morelos, la esclavitud indígena jurídicamente fue abolida, pero México independiente siguió dependiendo de los bienes y el sudor indígena.

A inicios del siglo XX, 1910, Emiliano Zapata y Pacho Villa, emprendieron la “emblemática” Revolución Liberal mexicana con la promesa de modernizar el país. Para ello, la revolución descuartizó las tierras ejidales y comunales indígenas, y los transfirió, bajo título individual, a la incipiente burguesía mexicana. Convirtiendo a indígenas en “mexicanos” sin tierra, y, sobre todo, en “proletarios rurales”.

El argumento fue: la propiedad privada es la base de la inversión y el progreso. “Indios en tierras comunales son un estorbo para el desarrollo”. Así les quitaron, no sólo la tierra, sino también las cuencas hídricas y los bosques.

En este contexto apareció José Vasconcelos, pedagogo de los liberales para construir la nación mexicana, con su planteamiento de educar (castellanizar y ladinizar) al indígena para incluirlos en la nación mexicana. Es decir, “matar culturalmente al indígena, pero preservarlo biológicamente porque de su fuerza bruta necesita México oficial”.

En la última década del siglo XX, las “celebraciones” del quinto centenario de la invasión europea y el levantamiento zapatista, visibilizaron ante el mundo que los pueblos indígenas estaban en México sin ser mexicanos. Que el proyecto de la nación y el Estado mexicano, sin indígenas, había fracasado.

 

Congreso internacional sobre pueblos indígenas sin indígenas

En la actualidad, de los más de 112 millones de habitante que tiene México, más del 10% son indígenas culturalmente hablando, distribuidos en 65 pueblos originarios. En el Estado de Oaxaca, uno de los tres estados más indígenas del país, conviven 18 pueblos indígenas, que en su conjunto representan el 34% de la población total de este Estado.

La acogedora y costumbrista ciudad de Oaxaca no manifiesta la policromacia cultural de las ciudades de Guatemala, por decir un ejemplo, pero los rostros, contexturas y colores de los cuerpos indican que la ciudad es dinamizada por sangre zapoteca (que es la población indígena mayoritaria) Pero, ni los zapotecos estuvieron presentes en el Primer Congreso Internacional sobre Pueblos Indígenas de América Latina, realizado nada menos que en el Instituto Cultural Oaxaca, y financiado por centros de investigación estatal. ¿Por qué? ¿No existen investigadores/académicos indígenas en Latinoamérica? ¿Racismo académico? ¿Vergüenza de investigadores indígenas de autoafirmarse como tales? O ¿Será que Vasconcelos continúa vigente en la educación “intercultural” mexicana y latinoamericana?

 

Indigenismo académico en pleno siglo XXI

Así como para los liberales (seguidores de Comte, Kant, Darwin, etc.) era imposible ser país progresista y moderno aceptando a indígenas como ciudadanos/sujetos, así también la academia mestiza (mono civilizatoria), asume que ontológicamente es imposible ser indígena y académico al mismo tiempo. Para ser académico o investigador cualificado (según las categorías occidentales) el o la indígena generalmente tiene que vender su alma, amputar su lengua y matar su lógica simbólica ritual. Está demostrado, la educación oficial latinoamericana aún es indigenafóbica y ladinizante.

Los académicos mestizos hacen con el indígena lo que la academia occidental hacía con los pensadores latinoamericanos (en tiempos no remotos), obligarlos a europeizarse para ser reconocidos como académicos. La academia mestiza asume a los pueblos indígenas como “menores de edad”, sujeto de su tutela académica.

Por eso, en pleno siglo XXI, la academia mestiza habla en nombre y/o “a favor” de los pueblos indígenas. En su ignorancia y limitaciones epistemológicas nos asumen (a los pueblos indígenas) como objetos de caridad académica. Con esta actitud intentan aproximarse a la “objetivación” y “subjetivación” francesa, sin darse cuenta que ya ni los francesitos actuales creen en esa correlación excluyente de sujeto-objeto de la fallida lógica lineal monodireccional.

 

Las y los indígenas no necesitamos de indigenistas, necesitamos de cómplices

El neoliberalismo globalizado actual, con su discurso multiculturalista y de tolerancia, ya no sólo se apropia de la Pachamama (Madre Tierra), Sach’amama (Madre Selva) y Yakumama (Madre Agua) sino también comercializa el patrimonio cultural simbólico y material de los pueblos. Por eso, bajo el rótulo de multiculturalismo (que en Mesoamérica aún se confunde con interculturalidad) folcloriza lo indígena. En ese juego caen incluso las y los académicos mestizos, creyendo hacer el bien a los pueblos indígenas.

Las y los indígenas tenemos suficiente mayoría de edad para hablar por nosotros mismos. Sabemos lo que somos y cómo estamos. Sabemos lo que no queremos y lo que queremos. Ya no somos simples “informantes” para el trabajo de la academia occidentalizante. El o la mestiza, con categorías de comprensión occidental, jamás podrá comprender el mundo, las aspiraciones y los procesos de los pueblos indígenas. Occidente es lineal, velos, violento y excluyente. Nosotros somos cíclicos, pausados, cordiales e incluyentes.

Escuché, en el Congreso Internacional, críticas duras contra procesos de cambios de los países andinos como si se tratara de los actuales gobiernos antipopulares europeos, pero los tiempos de las revoluciones occidentales no son los tiempos de las revoluciones o pachakutis andinos. Para estudiar y comprender esto se necesitan de categorías analíticas y de compresión indolatinoamericanas. ¿Cómo hacer entender esto a académicos fijados en sus categorías mestizas y desconfiados de lo indígena?

El día que la academia oficial latinoamericana reconozca en la práctica la coexistencia de las epistemologías y conocimientos de los pueblos indígenas, ese día habrá comenzado la liberación de dicha academia que ahora subsiste presa de su discurso multiculturalista, intentando europeizarse, cuando la Europa lumbrera ya fue. Nosotros indígenas, hijos e hijas de la Madre Tierra, hermanados en el pluriverso, no necesitamos de indigenistas, ni de tutelas. Necesitamos de cómplices. De activistas reflexivos y de pensadores compañeros que caminen en el polvoriento camino más allá del asfalto.