Según informes bianuales del Pentágono al Congreso, los ataques de miembros de las llamadas fuerzas de seguridad afganas contra militares de Estados Unidos y sus aliados europeos (“insider attacks”, “green-on-blue violence”) aumentaron en un 120 % entre 2011 y 2012, y el aumento se relaciona con la ejecución del programa de retirada de las tropas estadounidenses. Además, los ataques han ido aumentando en coordinación y número de atacantes.
Debido a las acciones hostiles que provienen de las flamantes fuerzas de seguridad afganas la coalición ha sufrido 140 bajas mortales y 208 heridos (92 y 134 respectivamente, norteamericanos). De acuerdo al más reciente informe del Pentágono (30 de Julio de 2013) estos ataques internos han disminuido ligeramente en lo que va de año pero ¡a qué precio!. El ejército invasor ha tenido que tomar drásticas medidas para la protección de sus efectivos. Altos muros y barreras de alambre de púas dividen ahora la parte afgana de la estadounidense en las bases militares donde en un comienzo se mezclaban libremente. La confianza se ha perdido, centinelas vigilan de noche las barracas, y un nuevo tipo de guardaespaldas (“guardian angels”) protegen a funcionarios y militares de alto rango. Los controles se han multiplicado, a los reclutas se les prohibe portar armas dentro de las bases, la contrainteligencia monitorea intensamente las comunicaciones de los aliados nativos, se realizan depuraciones en las filas, los requisitos de admisión se vuelven más estrictos, etc.
Curiosamente, unos pocos instructores, los más valientes, quizás los que mejor han llegado a conocer a ese pueblo milenario, entran a cumplir su misión en la parte afgana –si hemos de creer a la Associated Press- sin armas, sin chaleco antibalas, sin casco, sin protección alguna, y son respetados; pero esto sería sólo anécdota, no es lección que el imperio sea capaz de aprender.
Los sueños originales del Pentágono de crear un cuerpo de seguridad afgano de 400,000 hombres –un Ejército Nacional de 240,000 soldados y una Policía Nacional de 160,000 efectivos- que respondiese obediente y disciplinadamente a los intereses de Washington, se esfumaron hace ya mucho tiempo. Después de 12 largos años de organización y entrenamiento, a un costo de billones de dólares, altos oficiales norteamericanos y de la OTAN continúan afirmando que las fuerzas de seguridad afganas no están listas aún para “operar independientemente”. Y tienen razón, es una fuerza militar que se desintegra al mismo ritmo conque se organiza.
Se ha reconocido históricamente el valor, la eficiencia y la resistencia de los combatientes afganos. No en balde se conoce Afganistán como el cementerio de los invasores. ¿Por qué entonces la diferencia con el inútil Ejército Nacional y la corrupta Policía Nacional, engendros de Estados Unidos y de la OTAN?. La respuesta es simple: porque los combatientes afganos –Talibán incluido- luchan por algo en lo que creen firmemente y por liberar a su patria de las fuerzas de ocupación extranjeras, mientras que los reclutados por el ejército invasor buscan sólo un medio de vida y, con frecuencia, recibir entrenamiento y armas para luchar contra el mismo que les paga por traicionar a sus hermanos.
Cada paso que da Estados Unidos agrava la situación. Por ejemplo, la guerra que lleva a cabo en la frontera con Pakistán, violando la soberanía de esta nación con incursiones militares, ataques con drones y asesinatos, da la medida del fracaso de su estrategia en esta región del mundo, irrita y desestabiliza a un gobierno que -hasta ahora- se comporta como aliado, y fortalece a corrientes fundamentalistas que aspiran al poder en un país que, no olvidemos, posee armas nucleares. Sellar la frontera con Pakistán es totalmente imposible. La “Durand Line” es una frontera artificial imperial trazada para dividir territorialmente al pueblo pashtún, fieramente nacionalista. Entre 13 y 15 millones de pashtunes viven en el lado afgano de la frontera; y el doble, unos 30 millones, del lado pakistaní, pero continúan formando un solo pueblo unido por indisolubles lazos étnicos y culturales. El Talibán –aún para los que no simpatizan con él- representa la reconquista en Afganistán del poder pashtún que perdieron en 2001.
A medida que se acerca la fecha límite (diciembre de 2014) para completar la retirada de la mayor parte de las tropas norteamericanas, crece el temor acerca de la suerte que correrán los pequeños grupos de entrenamiento que, de acuerdo al plan, se pretende dejar como remanente de las tropas de ocupación. ¡Tantos años de guerra! la más larga en la historia de Estados Unidos. ¡Tanta muerte y destrucción!. ¡Tantos torturados y asesinados en Bagram, Abu Grahib, Guantánamo y en la red de cárceles secretas!, ¡tantos asesinatos a distancia con drones!, ¡tantos “daños colaterales”! (eufemismo por víctimas inocentes), para que, al final, una retirada sin honor y sin gloria sea, en el major de los casos, la única opción viable para Estados Unidos.
Detrás queda un país en ruinas, donde sólo prospera el tráfico del opio y la heroína, con un gobierno débil y corrupto, el caos tal vez, profundos resentimientos, y la posibilidad, casi la certeza, de un regreso al poder del Talibán y sus aliados.