rubèn ramos

 

Fidel Castro es de los hombres más allá de los años. De los que viven con el tiempo haciendo su historia.

 

Cumple años todos los días, las horas, los minutos, los segundos, en que un niño sonríe, come, lee; en que cada adolescente mira el futuro con alegría; en que cada joven, cada adulto, hace patria.

 

Está en los años de cada uno de los hombres y mujeres del mundo que saben de la solidaridad de su pueblo, de sus maestros, de sus médicos.

 

Que saben de la obra pendiente del Che, que empujan a diario el coraje de Chávez, la identidad de Bolivia, la ciudadanía de Ecuador, el sandinismo de Nicaragua, el antimperialismo del Alba.

 

No tiene edad como todos aquellos de los que no importa cuando nacieron porque están siempre en la memoria de lo que queda por hacer.

 

El cumpleaños de Fidel está en los millones de niños que viven asechados por el terror en Gaza, en Siria, en Irak, en Afganistán, porque ellos son los herederos de su palabra, de su voz, de su libertad.

 

Allí donde el imperio acaba con la vida de un niño, de un o una combatiente por la libertad de su pueblo, renace la edad sin tiempo de Fidel. 

 

Fidel tiene los años de los herederos de su  pensamiento y de su acción. Tiene la eternidad de la entereza, de la ética, de la política, de las ideas. La edad de la Revolución, como hecho histórico concreto.

 

Fidel tiene los años de construcción del ideario revolucionario de los pueblos que se empinaron por sobre la Alianza para el Progreso, la Pax Americana, y hoy sobre las cenizas del ALCA, y por encima de la Alianza del Pacífico, su versión neocolonial y entreguista.

 

Fidel tiene los años de la irreverencia; “su santo”, es el de la universalidad de su moral.