Jaime Richart
El presidente de gobierno español acaba de asentar hoy en el Congreso el primer principio del manual del gobernante práctico: el cinismo. Se define el cinismo como «desverguenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables». Y desde luego desverguenza, mentira y doctrina vituperable -la neoliberal privatizadora que arruina a los pueblos y los desampara-, ha sido lo que en su discurso ha proclamado urbi et orbe este presidente.
Conocedor el buen cínico de que la mejor defensa es un buen ataque, su estrategia se basa en cuatro recursos concretos: el primero, atribuir al adversario la práctica de la conspiración para desbancarle del poder (justo lo que hace el cínico para reforzarse en el poder que detenta con mayoría absoluta y la ayuda de las policías y en último término del ejército); el segundo, exigir a los que le exigen responsabilidades políticas la prudencia y la ética de las que carece el cínico; el tercero, dar más importancia a recuperar la confianza de los mercados aunque sea en falso, que a recuperar la confianza ya imposible de los ciudadanos; y el cuarto, emplear el lenguaje como interesa al cínico en cada momento: por ejemplo, descalificar por «delincuente» a quien le acusa o compromete, y a continuación alegar presunción de inocencia para ese mismo delincuente para justificar su estrecha relación con él durante veinte años. La mayoría absoluta y el cinismo superlativo son la perfecta aleación en el político que lleva el cinismo en los genes.
El cinismo en política es el arma más eficaz, el más eficaz recurso en la praxis política; la que logra los mejores réditos personales y partidistas contra la sutil arma de la prudencia política. Tan eficaz, como la mismísima voluntad de poder que se sirve de la fuerza bruta y del tercer poder que reside en los magistrados y tribunales (que no en los jueces) para descargarlo contra todo aquél que se propone cerrarle el paso. La negación de las evidencias de acciones irregulares, ilegales o en todo caso ilícitas cometidas por el propio presidente y el conjunto de la cúpula del partido; evidencias que lo son porque los soportes documentales están contrastados por los medios y clasificados por los peritos forenses como auténticos… no tiene contestación. El cínico hace enmudecer al noble, al sincero, al voluntarioso, al ingenuo y al íntegro máxime cuando, además, el cínico, como el tirano, tiene la última palabra.
Acabo de definir el fascismo institucional, disfrazado en la parodia de democracia que vive España