La baja política española ya solo se puede entender si tu pensamiento está entrenado en hilar muy fino entre los vericuetos de la mentira, la corrupción y el crimen. Llegados a este punto, nada mejor que la novela negra para comprender algo de todo lo que pasa. No siendo yo un gran conocedor del género, he seguido las recomendaciones de Manuel Fernández Cuesta y llevo unos días disfrutando de Dashiell Hammett. Leerlo al hilo de los últimos acontecimientos políticos es toda una experiencia, más aún cuando parece que el ritmo argumental se acelera.
Las revelaciones que Luis Bárcenas le hizo el domingo a Pedro J. Ramírez dibujan un escenario literario complejo. Más aún cuando la trama está muy viva y el último giro deja al propio presidente del gobierno al pie de los caballos. En realidad la historia se desarrolla de manera trepidante a ojos de todos, pero el significado de cada movimiento precisa desentrañarse al modo que lo haría todo un Nick Charles, el protagonista de El hombre delgado. Probemos.
El pasado domingo el ex gerente (1982-1987, 1989-2007) y ex tesorero (2008-2009) de la mayor organización política del país, cazado en un renuncio frente a la justicia, comienza a hacer uso de sus últimos cartuchos en una incierta huida hacia adelante. Ya no amenaza a los poderosos que, solo quizá, pudieron haberlo salvado. Ahora está en prisión. Sabe que su estrategia de defensa debe ser otra: implicarlos a ellos para salvarse él. Por eso ayer supimos que cambiaba de abogados. Y por eso hoy tenemos a Rajoy implicado directamente en la portada de El Mundo: el dinero se lo llevaban en metálico al Ministerio, directamente salido de la caja B del partido, oculto en una caja de puros.
A pesar de la exitosa cacería contra Baltasar Garzón, el juez que por vez primera señaló a Bárcenas durante la instrucción del Caso Gürtel, el coste de aquello fue tremendo. No sale gratis anular a jueces y fiscales, le dirían seguramente a Bárcenas. Las amenazas sobre Elpidio Silva, el juez que se atrevió con Blesa y acabó temiendo por su carrera, seguramente hicieron pensar a Bárcenas que los movimientos en la Judicatura aún eran posibles. Pero una lucha en lo alto del partido ha enfrentado al Ministro de Justicia con el Presidente del Gobierno. El primero, ambicioso y azuzado por el rencoroso ex presidente, parece no haber jugado limpio con la pusilanimidad del segundo. Ha sido así la Fiscalía, bajo control de Gallardón, quien solicitó prisión sin fianza para Bárcenas. Y Rajoy, por unas razones u otras, no se movió.
Bárcenas se sabe con información comprometedora como para sacudir el país, esta vez sí, de arriba a abajo. Es ya su única baza. Con una justicia del todo independiente, es preciso insistir, nadie cuenta. Estamos en un Estado donde, entre micrófonos ocultos, hay dirigentes políticos que se jactan de tener fiscales de su plena confianza a su servicio. Por tanto, no va a ser sobre el límpido tablero de una ley y una justicia democráticas donde se dirima esta partida. No sé por qué, pero contábamos con ello.
Lo primero que reconoce Bárcenas a Ramírez es que a comienzos de año, al primer indicio de que le podían volver a ayudar, accedió a mentir para taparlos a todos. Está realmente acorralado, pero esta vez no miente. Lo confirma el original de los célebres papeles contables entregados ayer a la Audiencia por Ramírez. Los papeles no eran míos, había declarado sin embargo el ex tesorero hace unos meses en una televisión ultra de escasa credibilidad. Aunque haya logrado amasar una fortuna, agazapada hasta hace poco en diversos paraísos fiscales, Bárcenas no parece hombre de gran ingenio político. Es un contable. Un duro del aparato. Pero como demostró con aquella elección televisiva, no es un político. O quizá es más listo de lo que pensamos: pues qué mejor manera de no resultar del todo firme en su desmentido que salir en 13TV. Eso restaría trascendencia y verosimilitud a sus palabras.
Lo que es seguro es que se percató tarde de que él ya estaba eliminado del juego, de que no había marcha atrás. Desde hace tiempo era un cadáver político cuyo mal olor se impregnaba al que se acercaba demasiado. Era el innombrable porque temían que hablara, sí, pero también porque todos temían contagiarse siquiera al mentarle. Como para entablar tratos con él. Incluso su hombre de confianza en la dirección, aquel dirigente de perpetuo bronceado y últimamente acosado también por la prensa, posiblemente le ha estado fallando.
Al sentirse por enésima vez engañado, apartado, al comprobar que no ganaba nada cubriéndolos, al verse en un cuchitril carcelario sin puerta en el cuarto de baño, el ex tesorero ha pretendido decir, ahora sí, toda la verdad. En sus declaraciones aparecen las campañas electorales adulteradas, el gran fraude de este régimen. Yo solo era un mandado, un contable más del ingente mecanismo que ponía en marcha —¡desde hace décadas!— la financiación ilegal del partido gobernante en España, ha declarado ante la grabadora del periodista más conocido del país.
La estrategia ha sufrido así un giro de 180 grados: sin responsabilidad en el engranaje, no hay culpa. Miren hacia arriba.
Estos cálculos a menudo fallidos entre verdades y mentiras, los engaños entre amigos, este fango de corrupción al más alto nivel, no es nuevo para el lector de novela negra. Quizá le falta algo más de sangre y balas, algún traspiés de esos que se da cuando uno se anda jugando la cárcel o la pérdida del poder político, cuando la adrenalina se te escapa entre las manos. En ese punto de la trama suelen empezar las impredecibles, y a menudo absurdas, escaladas de violencia.
En el caso que nos ocupa tenemos al anterior tesorero del partido (1993-2008), Álvaro Lapuerta, como posible primera víctima en este peligroso peldaño negro. Como Ángel Sanchís —el otro tesorero del partido (1982-1987) y socio de Bárcenas—, también nada en millones y está acosado por la justicia. Lapuerta trabajaba codo con codo con Bárcenas, que hacía entonces las veces de gerente, en todo lo referente a las cuentas ocultas del partido. Antiguo procurador en Cortes durante el franquismo, boxeador en su juventud —el Chato de Cameros—, la discreción de la que hacía gala el denominado padrino riojano ha saltado hecha añicos estos últimos meses. Ahora Lapuerta está “impedido” físicamente, consecuencia de las graves secuelas de un coma en el que estuvo 14 días. El pasado domingo, día en que se publicaron las últimas revelaciones de Bárcenas, los hijos de Lapuerta calificaron en un comunicado como “extrañas” las caídas que casi matan a su padre, apuntando sin disimulo alguno hacia el posible origen criminal de estas. Recordemos que Lapuerta “se cae” por vez primera en abril de 2013. Seis meses atrás había denunciado amenazas de muerte. A casi nadie se le escapa que también había denunciado que le espiaban desde la Comunidad de Madrid.
A la vez sabemos también que quien dirigía entonces aquella Comunidad, enfrentada al Presidente del Gobierno, es la gran apuesta política del periodista de la grabadora… Uf.
Imagino ahora a ese otro detective de las novelas de Hammett, el agente de la Continental, tras leer estas informaciones. Estará en su hotel de mala muerte, jugando con sus dedos entre las cortinas frente a una pegajosa noche de verano. Por supuesto, sorbe a cada rato de su generoso vaso de whisky mientras no cesa de dar vueltas al asunto.
Seguramente el detective solicitaría a primera hora a la policía, de la que jamás se fía, la comprobación del SMS que el ex tesorero Bárcenas ha declarado recibir del Presidente del Gobierno. Algún modo habrá de saber hasta qué punto es cierto que el ex tesorero y su esposa fueron recibidos por el presidente en la sede del partido para pactar una salida al embrollo. ¿Y los papeles que incriminan a la secretaria general en más corruptelas? Nuestro detective imagina que el resto de explosivas informaciones sobre la financiación ilegal del partido irán a parar al sumario, pero como casi todo el país, confía poco en que eso nos lleve a algún sitio: “esos tribunales son muy lentos para lo que nos interesa”.
Lo que en este momento preocupa al agente de la Continental es que son demasiadas las personas que querrían ver a Lapuerta y Bárcenas callados para siempre.
Dos caídas y un coma el primero. En la cárcel, el segundo. Eso sí, en un módulo de reclusos no violentos. Pero el entorno carcelario es imprevisible. Y dado a las grandes coartadas. Muchos de los principales empresarios del país, la cúpula del partido en el gobierno, e incluso periodistas que han cobrado por practicar el juego sucio en sus portadas, desean ver callado para siempre a Bárcenas. Es demasiada gente. Y demasiado claras las culpabilidades impunes hasta la fecha. Esto el ex tesorero sí lo sabe. Así, se ha encargado de dar el mensaje de que tiene un dispositivo preparado para que todo estalle si a él le pasa algo. De nuevo el agrio olor a veneno en el sucio ambiente de una ciudad corrupta. El agente de la Continental decide echarse otro whisky. Esta noche parece que otra maldita vez no podrá dormir. Y este calor. Suena el teléfono y una voz al otro lado le dice que…
Esta semana será difícil continuar la trama al dictado, todo está sucediendo demasiado rápido. Es entretenido. Nos indigna, nos despierta la curiosidad. A la mayoría le hace jurar y perjurar que no les votará jamás. Pero no pasa mucho más; o eso creen. Los personajes implicados no se paran a pensar en los finales de una novela negra, bastante tienen con salir indemnes de ella. Es algo, sin embargo, que sí conoce el lector aficionado al género. De ahí nuestra media sonrisa.
La policía, cuya cúpula controla el gobierno, no hace gran cosa hasta el momento. Seguramente seguirá así. Idem con los jueces, que caen en cuanto se salen del guión y osan meter a algún banquero que sabe demasiado en la cárcel. Aunque ahora resulta difícil no hacer nada: las pruebas son abrumadoras. Los líderes políticos nacionales hacen mucho ruido pidiendo que comparezca el presidente en el Parlamento, pero el principal partido de la oposición tiene sus propias cuitas, como acaba de demostrar denunciando una “causa general” en las investigaciones de sus corruptelas en el sur.
Estamos así ante un inmenso Poisonville. El espejo de la política española sigue siendo esa novela negra donde la ciudad anda controlada por aquellos gángsteres mandados hace tiempo para sofocar la lucha de clases, y que no tardaron en establecer sus oscuros negocios. Una ciudad en la que dirigentes políticos y policías a menudo los dirigen, o los protegen, pero no los persiguen. Aquellos honrados entre ellos, que no son minoría, lo tienen cada vez más crudo. Es complicado no caer en el fuego cruzado de este régimen decadente donde hasta el Jefe de Estado aparece como sospechoso de evadir impuestos y cobrar comisiones de la mano de su última amante, una misteriosa mujer que encaja a la perfección con el clásico perfil de espía internacional.
Y sin embargo hay esperanza. El papel de detective, más a lo Nick Charles, le toca jugarlo al nuevo sujeto colectivo que irrumpe en España en las protestas de 2011. Le costará, pero ganará el caso. Eso sí, debe saber encontrar buenos aliados, con agallas y que le cuenten la verdad. Ayer lunes alguien se hizo con la contabilidad oficial del partido desde 1990, lo pasó a Anonymous y enseguida estaba en la red. Los viejos diarios nacionales fueron remisos a hacerse eco. O no se fían, o un mundo se tambalea y el pánico aflora en los grandes despachos. El propio Partido Popular aducía que su contabilidad entre 1990 y 1995 no existía, y ahora está a la vista de todos. Hoy ya vamos sabiendo más de su importancia real, como el ingente tamaño de las deudas del partido con una veintena de bancos. Por lo pronto ya es un buen golpe. Más aún cuando se ha puesto en marcha una auditoría popular de estas cuentas entre centenares de personas conectadas en Internet que, cooperando entre sí, las están analizando. Por otra parte, cerca de 30.000 personas se han sumado a la iniciativa de los dirigentes nacionales de Izquierda Unida y otros grupos como Ecologistas en Acción o la Asociación Libre de Abogados, que han sabido impulsar una querella en el caso Bárcenas que se está revelando clave.
Es lo que tienen los detectives de Hammett: saben multiplicarse, o pedir ayuda, cuando la cosa se pone fea.
En definitiva, España en sus empresas, en sus juzgados y comisarías, en sus palacios, en sus ayuntamientos y universidades, en su Parlamento, en sus partidos, en sus constructoras y en su periodismo, es una gran novela negra. No sé qué leerán este verano, pero yo pienso recuperar el tiempo perdido y enfrascarme en la piel de los mejores detectives del género. La única manera de entender algo de esta complicada y peligrosa madeja de tipos infames es leer una buena novela de crímenes y corrupción antes de dejarse atrapar por la marabunta del desconcierto que nos trae cada titular.
No veremos en las noticias de hoy que dimite el gobierno por lo revelado el domingo; ni que jueces y policías están comprobando en un registro en Génova 13 lo que Pedro J. Ramírez relató desde la portada de su diario a cinco columnas; espero que alguien compruebe al menos para qué quería el PP un poni. Anécdotas aparte, me resisto a creer que tras entregarse a la Audiencia Nacional un documento original que implica a Rajoy directamente en la trama, este no dimita en algún momento de la mañana. Negarlo todo como han hecho en un escueto comunicado es extremadamente peligroso para ellos, pero no les queda otra.
He oído que la televisión pública controlada por los esbirros del presidente no hace referencia a las últimas revelaciones de Bárcenas, que se dedica a hablar del tiempo y del fútbol. Quizá nuestro detective colectivo un día, viéndose sin blanca, estafado, o tal vez tras alguna paliza ordenada por el jefe de policía de la ciudad, se eche a las calles para expulsar del poder a su corrupto gobierno. Quizá antes triunfe el ingenio colectivo y se les obligue a marcharse por su propio pie, o la justicia al fin se atreva a actuar con contundencia, pero al tiempo. Tirando por lo bajo, tal y como se están poniendo las cosas, espero tan solo que alguien cuide bien del ex tesorero en Soto del Real. Y también, claro, que a nadie le hayan sentado mal estas líneas.
Uno ya no sabe lo que le puede pasar en Poisonville.