Alfredo Zaiat

 

La estadística y sus indicadores han pasado a ocupar un lugar destacado en el terreno de la disputa política-mediática. No es un espacio habitual para una materia que no se caracteriza por la seducción. La discusión sobre índices conquistó una esfera inédita en el debate público. Situación que se originó en la deficiente intervención oficial para instrumentar una necesaria reforma en la organización del Instituto Nacional de Estadística y Censos, como también la imprescindible actualización de índices claves, entre los que sobresalían precios al consumidor, línea de pobreza o distribución funcional del ingreso. Los indicadores estadísticos en la economía son señales sobre la tendencia en la evolución de determinada variable. Es un exceso de voluntarismo tecnocrático y también político considerarlos como la realidad irrefutable. La categoría “verdad” o “mentira” sobre estadísticas es desproporcionada. El término per cápita ilustra en ese sentido: en un mismo territorio habitan dos personas con dos pollos; el indicador estadístico reflejará la existencia de un pollo per cápita, aunque puede suceder que uno sea el poseedor de los dos y el otro, ninguno.

¿Qué es lo verdadero o falso de los indicadores estadísticos? Es una pregunta que conduce a un sendero de confusión porque introduce un factor de percepción subjetiva y, en algunos casos, moral sobre cifras. La estadística es un grupo de técnicas o metodologías desarrolladas para la recopilación, presentación y análisis de datos. La discusión en el mundo de especialistas se desarrolla en cómo se debe realizar con más precisión esas tareas en cuanto a rigurosidad técnica, calidad de las encuestas y característica de la metodología empleada, aspecto por cierto tedioso y poco atractivo. La evaluación de ese trabajo, que encierra intensas controversias, deriva en conclusiones acerca de que algunos indicadores son mejores o peores; no verdaderos o falsos.

En el actual espacio de exacerbación de las tensiones político-mediáticas, y por los años acumulados de cuestionamiento público al Indec, se presenta provocador sentenciar que no pueden ser consideraros verdaderos o falsos el Indice de Precios al Consumidor oficial, el presentado por el gobierno de Macri para la Ciudad de Buenos Aires, o los elaborados por algunas provincias e incluso el promedio de los de las consultoras de la City denominado índice Congreso. Son indicadores con más, menos o casi nula consistencia técnica respecto a normas estadísticas aceptadas internacionalmente.

Una mirada desapasionada sobre las estadísticas, poco probable teniendo en cuenta el persistente bombardeo sobre las estadísticas públicas, observará que es un debate magnificado por la puja política. El IPC, asociado como índice de inflación, no era, no es ni será percibido por la sociedad como “real” porque no refleja lo que sucede con los precios de los bienes y servicios que integran la canasta de consumo de cada persona. Son cuestionados por no mostrar la realidad, sentencia reiterada por diversos analistas alimentando el desconcierto general al confundir lo que representa ese tipo de indicador estadístico. Aparece el argumento entonces que algunos indicadores son más próximos a la realidad, pero sin especificar a qué realidad se refieren: ¿a la de los hogares de Palermo o a la de Villa Lugano; de Pilar o de La Matanza?

El Indice de Precios al Consumidor se construye a partir de una encuesta de consumo de hogares, seleccionados en función a la estratificación social del universo poblacional alcanzado, que permite diseñar una canasta promedio de esa población. Esos bienes luego son clasificados por categorías de consumo (Alimentos y Bebidas, Esparcimiento, Vivienda, Educación, entre otros) ponderadas según el presupuesto de los hogares relevados. El paso siguiente es la selección de los comercios y fuentes de captación de precios de esos productos, que resulta un precio promedio. El saldo del relevamiento es el IPC, que nunca será “la inflación verdadera”, como se dice, porque cada persona tiene su cesta de consumo, distribución de gasto y lugares de compra propia. Esto es válido para el IPC Indec como también para el IPC CABA. No son comparables ni tampoco con el resto de los IPC provinciales (el agrupado IPC-7 o IPC-9), o con los indicadores privados. Cada uno se ha diseñado con canasta de consumos diferentes (la correspondiente al IPC-7 es en base a una encuesta nacional de gastos de los hogares 1996/1997, o sea de hace 16 años, período donde ha habido un notorio cambio en los hábitos de consumo. Por lo tanto, es una canasta de productos desactualizada, admitido hasta por los mismos que utilizan ese indicador para sus análisis).

El aspecto sustancial en esta controversia es que el Indec es el responsable principal de la información estadística como un bien público. Y es fundamental recuperar su credibilidad apoyada en la aplicación de criterios metodológicos estrictamente técnicos y sostenidos en el tiempo para asegurar la posibilidad de comparar la serie de datos.

El índice de precios de la Ciudad de Buenos Aires permite actualizar la discusión sobre las estadísticas para reafirmar que se trata de cuestiones de metodologías y calidad en el diseño de indicadores; y no de verdad o mentira. José Donati, director general de Estadística y Censos de la Ciudad, informó que el índice es la culminación de un trabajo técnico iniciado por esa dependencia en noviembre de 2008. Mide la evolución en el tiempo de los precios de 628 bienes y servicios ofertados por más de 3200 comercios y empresas de la Ciudad de Buenos Aires agrupados en 12 capítulos. Se muestra la evolución agregada de los bienes y de los servicios por separado y los principales precios medios relevados. En la nutrida página web de ese organismo figura la encuesta anual de hogares y la canasta alimentaria según hogares, pero no una encuesta de consumo de hogares que, como se explicó, es el insumo básico para la elaboración de un índice de precios al consumidor.

La selección de los bienes y servicios para diseñar la cesta de consumo promedio del porteño sirve para relativizar los cruces apasionados alrededor de indicadores estadísticos. El nivel general de precios de abril de este año fue de 2,0 por ciento, cifra utilizada en términos políticos por el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Ese índice refleja el consumo de bienes con sus respectivos precios medios que merecen tanta excitación política como la que provoca el IPC Indec. Por ejemplo, el IPC CABA tiene incorporado los siguientes consumos, con su precio promedio de abril pasado:

– Práctica de gimnasia, 175,26 pesos.

– Corte de cabello mujer, 60,69 pesos.

– Pañales bebés grandes (paquete por 9 unidades), 24,01 pesos.

– Pan francés tipo flauta (1 kilogramo), 14,58 pesos.

– Libro de autoayuda, 88,93 pesos.

– Leche común entera (1 litro), 5,58 pesos.

– Azúcar blanca (1 kilo), 6,80 pesos.

– Pizza para llevar (1 unidad), 40,12 pesos.

– Harina de trigo común (1 kilo), 3,39 pesos.

– Manzana deliciosa roja (1 kilo), 11,56 pesos.

– Fotocopia (1 unidad), 0,38 pesos.

– Insecticida (aerosol 360 cm3), 12,09 pesos.

Los bienes y servicios seleccionados integran los 628 de la cesta encuestada (el listado completo en www.estadistica.buenosaires.gob.ar/areas/hacienda/sis_estadistico/ipcba_2013_04.pdf). Pueden ser objeto de las mismas críticas fulminantes que recibe el IPC Indec. Esa pequeña muestra de productos y sus respectivos precios pueden provocar reacciones variadas, desde quien afirme que no consume ese tipo de bienes y servicios, o si lo hace, lo abona más caro o más barato, o que no se han incluido variedades que habitualmente compra (por caso, sólo hay una sola leche, la común entera).

Esto no significa que el IPC CABA sea verdadero o falso. Fue elaborado con determinados criterios técnicos y metodológicos, discutibles del mismo modo que los aplicados en la elaboración del IPC provincias o el IPC Indec. Son, en definitiva, apenas índices estadísticos.

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