Mariadela Linares

Era de suponerse, pero lo que reveló Edward Snowden, ex agente de la CIA y ex contratista de la Agencia de Seguridad Nacional (SNA), acerca del programa de vigilancia Prism, que incluye la intromisión norteamericana en todo lo que circula por Internet, supera la imaginación. La denuncia rompe todas las barreras éticas que quedaban en pie y que se relacionan con el derecho a la privacidad y a la intimidad.

Ellos se arrogan el derecho de meterse dónde y cuándo les dé la gana, bajo la trillada excusa de que velan por su seguridad y sus intereses. En nombre de esa causa, mantienen cárceles en varios países del mundo, se dan el lujo de intervenir los teléfonos de los periodistas de agencias informativas como la AP, y ahora, de acuerdo con las declaraciones que hizo Snowden a The Guardian y The Washington Post, también pueden entrar en los correos electrónicos o inmiscuirse en la vida de los incautos que llevan y traen insultos en las “redes sociales”. En otras palabras, el ingenuo que crea que su cuenta está blindada y que nadie se la puede “hackear”, pues que les pregunte a los operadores de las computadoras chinas que han sido invadidas por los espías gringos.

En una cárcel de EEUU permanecen cuatro cubanos detenidos desde hace 14 años, en condiciones infrahumanas, acusados precisamente de espionaje, cuando intentaban detectar células terroristas que han fraguado y continúan planeando ataques contra su país. Por el contrario, EEUU decidió que uno de los más cruentos criminales de la historia, Luis Posada Carriles, no puede ser extraditado a Venezuela o a Cuba porque corre el riesgo de que lo maltraten. Son los amos del mundo, además de que preservan el monopolio del cinismo.

Cada vez que usamos un buscador para acceder más rápidamente a una información que necesitamos, estamos entrando automáticamente en una gigantesca base de datos que registra qué hacemos, cuáles son nuestras tendencias, qué nos interesa, a quién seguimos, todo lo cual conforma perfiles que les permitirán a los norteamericanos ubicar a todo aquel que considere un enemigo, así esté cómodamente refugiado en la intimidad de su hogar. Una violación global, pues.