Augusto Lapp Murga
El sistema-mundo capitalista vive indudablemente una grave crisis. Algunos piensan que esta es una manifestación más de una crisis estructural de largo plazo. Otros apuestan por que sólo se trata de una crisis coyuntural, producto de procesos inevitables pero pasajeros en el desarrollo del capitalismo. Como también hay los que creen que todo este caos se origina en una gran conspiración bancaria mundial para terminar de apoderarse del planeta. En todo caso, sea una crisis corta o larga, real o provocada, lo cierto es que todos los países, en mayor o menor medida, están sufriendo no sólo por los estropicios causados por la crisis en sí misma, sino también por las medidas que aplican los organismos capitalistas dirigentes: tales son las pregonadas políticas anti-crisis para salvar la economía de ciertos países, como también las veladas políticas pro-crisis para destruir el bienestar de otros.
Para entender estas situaciones de crisis, conspiraciones, angustia y desestabilización nacional, es conveniente hacer una relectura de algunos libros que se han destacado por abordar de manera inteligente y crítica los temas centrales de la historia económica del capitalismo. Entre los autores y autoras más relevantes en esta área descollan, y no por casualidad, varias damas a quienes puede ubicarse dentro el amplio espectro del pensamiento socialista, como por ejemplo: Rosa Luxemburg (1871-1919), Susan Strange (1923-1998), Vivian Forrester (1925-2013), o Naomi Klain (nacida en Montreal, Canadá, el 8 de mayo de 1970).
En su libro La Doctrina del Shock: el auge del capitalismo del desastre [1], la galardonada periodista de investigación Naomi Klain ha investigado la manera como las crisis, reales o provocadas, han allanado el camino para el avance de la revolución económica derechista en todo el planeta. “Se produce una crisis, se extiende el pánico y los ideólogos llenan la brecha reorganizando rápidamente las sociedades en interés de los grandes entes corporativos. Es una maniobra que ella llama “capitalismo del desastre”.
Naomi Klain argumenta que actualmente el método preferido para reformar el mundo de acuerdo con los intereses de las corporaciones multinacionales es el de explotar sistemáticamente el estado de miedo y desorientación que acompaña a la población en momentos de shock y crisis. En ocasiones, los desastres nacionales que han hecho posible esta maniobra han sido hechos tangibles, como guerras, ataques terroristas, desastres naturales. Pero con más frecuencia se ha tratado de crisis económicas: endeudamiento creciente, hiperinflación, choques monetarios, recesiones.
Desde el golpe de Pinochet en Chile, la masacre de la Plaza Tiananmen, el colapso de la Unión Soviética, el 11 de septiembre de 2001, la guerra contra Iraq, el tsunami asiático y el huracán Katrina, hasta la privatización del petróleo iraquí, el aseguramiento de los cultivos genéticamente modificados, la reducción de las últimas barreras comerciales y la apertura de los últimos refugios naturales a la explotación privada. Todos estos eventos que cambiaron el mundo son reunidos por la autora de este libro. [2]
Hace más de una década -refiere N. Klain-, el economista Dani Rodrik, entonces en la Universidad de Columbia, estudió las circunstancias en las que los gobiernos habían adoptado políticas librecambistas. Sus conclusiones fueron llamativas: “No ha habido un solo caso significativo de reforma librecambista en un país en desarrollo en la década de 1980 que se haya producido fuera del contexto de una crisis económica grave”. En la década de 1990 se produjo un extraordinario ejemplo de esta tesis: en Rusia, una economía en estado de fusión preparó la escena para una serie de privatizaciones aceleradas. A continuación, la crisis asiática de 1997-1998 abrió las puertas de los “tigres asiáticos” a una avalancha de compras extranjeras, un proceso que el periódico New York Times calificó como “la mayor operación mundial de liquidación por cierre.”
Para N. Klain no cabe duda de que los países en situación desesperada suelen hacer todo lo necesario para conseguir salir del embrollo. Una atmósfera de pánico deja a los políticos con las manos libres para introducir cambios radicales que de otro modo serían demasiado impopulares, como por ejemplo la privatización de servicios esenciales, la reducción de la protección de los trabajadores y la introducción de acuerdos comerciales librecambistas. En una situación de crisis, el debate y el proceso democráticos pueden descartarse con facilidad como lujos inabordables.
Y surge la pregunta: ¿son útiles las políticas librecambistas, presentadas como curas de emergencia, para resolver realmente las crisis a que se enfrentan? Para los ideólogos en cuestión, este asunto no ha tenido la menor importancia. Lo que importa es que, en tanto que táctica política, el capitalismo del desastre funciona –afirma N. Klain-. El fallecido economista librecambista Milton Friedman, en su texto de introducción a la edición de 1982 de su libro “Capitalismo y libertad”, articuló sucintamente esta estrategia: “Sólo una crisis, real o supuesta, produce un cambio real. Cuando esta crisis se produce, las acciones que se adopten dependerán de las ideas predominantes. He ahí, creo, nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, y mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se convierta en políticamente inevitable.”
Una década más tarde, John Williamson, importante asesor del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial (y creador de la expresión “consenso de Washington”) fue aún más allá. En una conferencia de creadores de políticas del más alto nivel preguntó si “sería concebible provocar deliberadamente una crisis como medio de eliminar las trabas políticas a las reformas”. [3]
Según Klain, la doctrina del choque, como todas las doctrinas, es una filosofía de poder. Es una filosofía sobre cómo lograr sus propios objetivos políticos y económicos. Y es una filosofía que sostiene que la mejor manera, la mejor oportunidad, para imponer ideas radicales de libre-mercado es en el período subsiguiente después de un gran choque. Ahora bien, ese choque podría ser una catástrofe económica. Podría ser un desastre natural. Podría ser un ataque terrorista. Podría ser una guerra. Pero la idea es que esas crisis, esos desastres, esos choques ablandan a sociedades enteras. Las dislocan. La gente se desorienta. Y se abre una ventana, exactamente como la ventana en la cámara de interrogatorio. Y en esa ventana, se puede introducir lo que los economistas llaman la “terapia de choque económico.” Es una especie de extrema cirugía de países enteros. Es todo de una vez. No es, sabe, una reforma por aquí, otra reforma por allá, sino el tipo de cambio radical que vimos en Rusia en los años noventa, que Paul Bremer trató de imponer en Iraq después de la invasión. De modo que eso es la doctrina del choque.
Me horrorizó que hay por ahí una reserva de literatura, que yo no sabía que existía –dice klain-, donde los economistas la admiten. Y lo que supongo que es lo que más me excita en el libro es la cantidad de citas que tengo de propugnadores a muy alto nivel de la economía de libre mercado, todos desde Milton Friedman a John Williamson, admitiendo entre ellos, no en público, sino entre ellos, en algo como documentos tecnocráticos, que nunca han podido imponer una cirugía radical de libre mercado si no hay una crisis en gran escala, es decir que la misma gente que propugna que el mito central de nuestra época, que la democracia y el capitalismo van mano en mano, sabe que se trata de una mentira, y lo admite por escrito. [4]
El 5 de agosto de 2004, la doctrina de la guerra preventiva de la Administración Bush tomó un gran paso adelante, cuando la Casa Blanca creó la Oficina del Coordinador para la Reconstrucción y Estabilización, dirigida por el anterior Embajador de EEUU en Ucrania Carlos Pascual. Su mandato diseñará planes elaborados «post-conflicto» para veinticinco países que no están, todavía, en conflicto. Según Pascual, será también capaz de coordinar tres operaciones totales de reconstrucción en países diferentes «al mismo tiempo,» durando cada una de «cinco a siete años.»
El mandato de la oficina es no reconstruir ningún viejo estado, sino crear unos «democráticos y orientados al mercado». Así, por ejemplo, sus reconstructores “rápidos” podrían ayudar a liquidar “las empresas estatales que crearon una economía inviable”. A veces, la reconstrucción, explicó, significa “destruir lo viejo”… Pero si la industria de reconstrucción es sensacionalmente inepta en la reconstrucción, eso puede ser porque reconstruir no es su propósito primario. Según Guttal, «No es la reconstrucción en ningún caso– es reorganizar todo.» Por ello, las historias de corrupción e incompetencia sirven para enmascarar este escándalo más profundo: El auge de una forma depredadora de capitalismo del desastre que utiliza la desesperación y el temor creados por la catástrofe para acometer una radical ingeniería, social y económica. [5]
Referencias:
[1] Klain, Naomi. La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre, Editorial Paidós, 2008.
[2] __________ “Capitalismo del desastre: estado de extorsión”, Sin Permiso/Rebelión, 14-07-2008.
[3] __________ “Por qué a la derecha le encanta el desastre”, naomiklein.org/ Traducido para Rebelión por S. Seguí, 06-02-2008.
[4] __________/Amy Goodman, “La doctrina del choque” de Naomi Klein. El desastre como medio de imponer el libre mercado: Los Chicago Boys en Chile, el 11-S, la guerra en Iraq, Katrina en Nueva Orleans, la tortura. Democracy Now! Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens, 25-09-2007.
[5] ___________ El auge del capitalismo del desastre, No logo, Traducido para Rebelión por Mario Cuellar, 05-05-2005.
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