Edward Snowden, empleado de la empresa privada de inteligencia Booz Allen Hamilton, filtró información sobre la Agencia Nacional de Seguridad, de Estados Unidos, en especial sobre el área de los contratistas, que insume alrededor de 70 por ciento de los 52.000 millones de dólares del presupuesto nacional destinados a los servicios secretos.
Algunos analistas aprovecharon las revelaciones de Snowden para denunciar el papel de los contratistas privados en el gobierno y en la seguridad nacional, y arguyeron que debe quedar en la órbita de organismos públicos.
Pero sus críticas no dan en el blanco, pues se volvió muy difícil separar ambas esferas.
Es que están totalmente entrelazados los funcionarios de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés), que incluye a las de entidades como la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y los empleados de compañías como Booz Allen Hamilton.
El papel que desempeñan en el sector privado se entrelaza con el que realizan para el gobierno, promocionándose entre sí y actuando en su propio provecho, lo que vuelve redundante la clásica rotación de personal entre estos dos ámbitos.
Snowden, un administrador de sistemas del Centro de Operaciones de Amenazas de la NSA en Hawaii, trabajó para la CIA y para la compañía de servicios de informática Dell antes de unirse a Booz Allen. Pero el oscuro papel que pudo desempeñar palidece al lado del que tuvieron otros.
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Para comprender esta compleja trama, hay que remontarse a R. James Woolsey, un exdirector de la CIA que compareció ante la Cámara de Representantes en el verano boreal de 2004, para promover la idea de integrar los programas de espionaje extranjero e interno para perseguir “terroristas”.
Un mes después apareció en el canal de televisión MSNBC hablando sobre la urgente necesidad de crear una nueva agencia de inteligencia que ayude a ampliar el aparto de vigilancia nacional tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington.
En ninguna de esas apariciones públicas, Woolsey mencionó que era vicepresidente de seguridad estratégica global de Booz Allen, cargo que desempeñó entre 2002 y 2008.
“La fuente de información sobre las vulnerabilidades de un posible ataque sobre nuestro territorio no va a depender de la inteligencia extranjera, como durante la Guerra Fría”, opinó.
“Los terroristas nos comprenden bien y viven y se organizan donde no los vamos a espiar, en Estados Unidos”, señaló Woolsey ante el comité selecto de seguridad interior de la Cámara de Representantes, el 24 de junio de 2004.
“El problema es que el sector de la inteligencia creció tanto desde 1947, cuando se creó el cargo de director de la inteligencia central, que se volvió imposible desempeñar ambos cargos, dirigir la CIA y manejar todo el sector”, explicó Woolsey tiempo después en otro programa de televisión.
Director de Inteligencia Nacional
Volviendo a 2007, el vicealmirante retirado Michael McConnell, entonces vicepresidente de Booz Allen para política, transformación, seguridad interna y análisis de inteligencia, pasó a ser el segundo al mando de la Oficina del Director de Inteligencia Nacional (DNI, por sus siglas en inglés), responsable de las 17 agencias de seguridad dependientes de Washington.
Y como por coincidencia, su nuevo lugar de trabajo estaba a solo tres kilómetros del anterior.
Tras retirarse como DNI en 2009, McConnell regresó a Booz Allen, donde aún se desempeña como vicepresidente.
En agosto de 2010, el teniente general retirado James Clapper, exvicepresidente de inteligencia militar de Booz Allen (1997-1998), se convirtió en el cuarto DNI, cargo que desempeña hasta hoy.
De hecho, los ejecutivos de Booz Allen ocuparon dicho cargo durante los cinco de sus ocho años de existencia.
Cuando esos dos hombres estuvieron al frente de la seguridad nacional, contribuyeron a su ampliación y privatización como nunca antes.
McConnell, por ejemplo, pidió al Congreso legislativo que modificara la ley de Vigilancia de Inteligencia Exterior para que la NSA pudiera espiar a países extranjeros sin necesidad de una orden, si estos utilizaban tecnología de Internet encaminada por Estados Unidos.
La semana pasada, Snowden reveló a Glenn Greenwald, colaborador del diario británico The Guardian, que la NSA había creado un programa de vigilancia electrónico llamado “Prism”, que le permitía a la agencia espiar los datos electrónicos de ciudadanos del mundo entero, dentro y fuera del territorio estadounidense.
El trabajo de Snowden en las oficinas de Booz Allen en Hawaii era mantener los sistemas de tecnología de la información de la NSA.
Snowden no explicitó cuál era su relación con Prism, pero dijo al diario South China Morning Post que la NSA había pirateado redes troncales, básicamente grandes routers (encaminador) de Internet, que le daban acceso a las comunicaciones de cientos de miles de computadoras sin tener que piratear a cada una”.
Woolsey defendió ese tipo de vigilancia cuando The New York Times reveló las intervenciones telefónicas sin orden judicial realizadas por la NSA en diciembre de 2005.
“A diferencia de la Guerra Fría, nuestras necesidades en materia de inteligencia no están solo en el extranjero”, arguyó ante un comité jurídico del Senado, refiriéndose a la NSA, en febrero de 2006.
“Los tribunales no están preparados para los campos de batalla electrónicos que se mueven con rapidez y en los que se pueden confiscar computadoras de (la red extremista) Al Qaeda o (del libanés) Hezbolá que tienen una gran cantidad de direcciones de correo electrónico y de teléfonos que hay que revisar de inmediato”, explicó.
Relaciones estrechas
Las tareas concretas que Booz Allen hace para el sistema de vigilancia electrónica de la NSA filtradas por Snowden son clasificadas, pero se puede deducir de forma bastante acertada a partir de contratos similares; un cuarto de los ingresos trimestrales de la compañía, unos 5.860 millones de dólares, proceden de agencias de inteligencia.
La NSA, por ejemplo, contrató a esa compañía en 2001 para que asesorara la iniciativa Project Groundbreaker, de 5.000 millones de dólares, para reconstruir y operar los sistemas de redes de computadoras y de teléfonos internos no esenciales.
Booz Allen también obtuvo ese año una gran parte del contrato de Total Information Awareness para acopiar información sobre posibles terroristas en Estados Unidos a partir de registros telefónicos, recibos de tarjetas de crédito y otras bases de datos. Fue un controvertido programa al que el Congreso retiró los fondos en 2003, pero cuyo espíritu sobrevivió en Prism y en otras iniciativas divulgadas por Snowden.
La CIA pagó a un equipo de Booz Allen, encabezado por William Wansley, exfuncionario de inteligencia del ejército, para realizar “planificación estratégica y empresarial” para su Servicio Nacional Clandestino, que realiza operaciones encubiertas y recluta espías extranjeros.
En enero, Booz Allen fue una de las 12 empresas que obtuvo un contrato de cinco años de la Agencia de Inteligencia de la Defensa, que podría ascender a 5.600 millones de dólares, para concentrarse en “operaciones de redes de computadoras, tecnologías emergentes y perjudiciales y actividades de entrenamiento y capacitación”.
La Armada de Estados Unidos eligió el mes pasado a la misma compañía como parte de un consorcio para trabajar en otro proyecto multimillonario para una “nueva generación de operaciones de inteligencia, vigilancia y combate”.
Booz Allen obtiene esos contratos de varias formas. Además de sus vínculos con el DNI, se jacta de que la mitad de sus 25.000 empleados están autorizados información de inteligencia ultra secreta.
Un tercio de las 1,4 millones de personas con ese permiso, trabajan en el sector privado.
* Con aportes de Jim Lobe