Si la llegada de internet ha supuesto la eliminación de todas la barreras para publicar, la irrupción de las redes sociales ha supuesto el fin del oligopolio de los medios. Incluso el concepto de medio de comunicación ha desaparecido, las informaciones ya no forman parte de un bloque ofrecido por un medio, sino que se accede a ellas de un modo individualizado sin pasar por portada alguna. Ya muchos directivos de medios reconocen que su página de inicio en el navegador no es la portada de ningún medio sino Twitter. Estas dos cuestiones, acceso libre a la publicación y difusión viral de los contenidos a través de las redes en lugar de mediante la portada del medio nos han llevado a pensar que la comunicación es más democrática y más igualitaria. Sin embargo, este nuevo panorama contiene trampas que vuelven, una vez más, de dividir a la ciudadanía entre informados y desinformados. «La desigualdad no es disminuida, sino intensificada en las redes sociales», dicen los expertos

El primer problema que encontramos es que la falta de rigor ha terminado tomando la red y, en especial las redes sociales. Eso no resulta mayor problema para el ciudadano formado, que sabe elegir las fuentes y contrastar las informaciones, pero sí está generando grandes masas de población que, como señaló Manuel Castells, está viviendo en un torbellino informativo que primero fue de excesiva información y ahora ya está dominado por el rumor distorsionado o directamente falso. De modo que, paradójicamente, la supuesta igualdad que aparentemente nos proporcionaba esta nueva situación está generando mayores desigualdades, según muestra un grupo de investigadores de la Universidad de Londres alerta sobre el aumento de la desigualdad[1]. En opinión del especialista en comunicación con las nuevas tecnologías Juan Varela, «contrariamente a la imagen de internet como fuerza democratizadora e igualitaria, sólo los más educados emplean su actitud crítica y el hábito de contrastar información»[2]. Los investigadores londinenses llegan a la conclusión de que «la desigualdad no es disminuida, sino intensificada en las redes sociales modernas. Nuestra investigación sugiere que las redes sociales de medios han efectivamente magnificado la disparidad entre la calidad de la información a la cual diferentes grupos sociales pueden tener acceso».

Las redes sociales han encumbrado el rumor a la categoría de noticia, incluso hasta contaminar a los grandes medios, que nunca se caracterizaron por el rigor, y menos ahora ante esa sugerente fuente informativa totalmente gratuita que son las redes. El editor del medio digital Counterpunch, Patrick Cockburn, señalaba los casos en los que algunas televisiones de prestigio han ilustrado sus noticias con imágenes tomadas de Youtube o de internet y que resultó que no se ajustaban ni al lugar ni al acontecimiento del que informaban son frecuentes desde hace años[3]. La responsabilidad de los medios es absoluta porque, en muchas ocasiones, son ellos mismos los que piden a sus audiencias que les envíen imágenes o testimonios, sin que en las redacciones contrasten ninguna de esas informaciones y terminan relatando fosas comunes de personas que resultaron ser de animales o masacres con versiones totalmente opuestas sobre las autorías. Ante las dificultades para los periodistas que suponen algunos conflictos bélicos o determinados regímenes opresores, la posibilidad de resolver los informativos con testimonios de Twitter o imágenes de Facebook o Youtube, por poco contrastadas que estén, es una tentación en la que caen hasta los más grandes. Se limitan a precisar que, ese vídeo o ese testimonio procede de determinada red social para así eximirse de responsabilidad sobre su origen, a pesar de que, en la mayoría de las ocasiones, no se tiene constancia ni se ha comprobado quién está detrás de esa red ni en qué lugar se encuentra:

Los pocos testimonios de la revuelta en las calles de la capital vinieron de la red social Twitter. Muchos teléfonos no funcionaban y solo los mensajes desde algunas cuentas de la red social, como la de Movimiento Juvenil Libio, servían para hacerse una idea de lo que estaba pasando. ‘Los médicos que tratan de ayudar a los heridos son golpeados por las fuerzas de Gadafi’, señalaba uno de esos mensajes[4]

Recordemos el caso del blog de una lesbiana siria (A gay girl in Damascus) que respondía al nombre de Amina Araf, y que estuvo funcionando con gran éxito de audiencia durante cuatro meses de 2011 denunciando el régimen de represión de Bachar el Asad contra la homosexualidad. En junio de ese año, un post escrito supuestamente por una prima de la bloguera informaba de que ésta había sido arrestada por tres hombres de unos 20 años. Finalmente se supo que ni la bloguera ni la prima existían, todo lo escribía desde su país un varón estadounidense casado que no tenía ninguna relación con Siria.[5] En junio de 2012, tras el fin de la Eurocopa de Fútbol un tipo puso en su blog que la estrella de la selección de Portugal y del Real Madrid, Cristiano Ronaldo, perdió el avión en el que voló su equipo desde la ciudad ucraniana de Donetsk a Lisboa por ir a comprar un bollo en la terminal internacional del recinto. La noticia fue reproducida sin mayores contrastes ni confirmaciones por las redes sociales, después por la agencia Efe y finalmente por la mayoría de los medios. Si se hubieran molestado en investigarlo habrían descubierto que el avión no partió de Donetsk, sino de Poznan, y que Cristiano Ronaldo iba en ese vuelo como todos sus compañeros. Como afirmó El Roto en una de sus magníficas viñetas, «lo malo de esta edad de oro de la comunicación y la información es que no hay manera de saber lo que pasa»[6].

Los grupos sociales que estén habituados a contrastar o buscar las fuentes originales encontrarán todo tipo de falsedades, incluidas la suplantación de personajes con prestigio. Por la red circulan regularmente escritos supuestamente firmados por autores reconocidos que son falsos, como la carta del escritor José Luis Sampedro a Mariano Rajoy llamándole hijo de puta que se difundió en mayo de 2012[7]. El escritor tuvo que publicar un desmentido en su página personal, la primera web que difundió la falsa carta la retiró y pidió perdón, pero el escrito ya estaba circulando por muchos portales y redes sociales y así continúa.

Recurrir a la fuente de una red social para informarnos es como si hace diez años un periodista escribiese «oí en un bar», con la diferencia de que en este segundo caso si bien la fuente no está identificada sí lo está su origen geográfico. El comentario de Twitter es todavía más impreciso porque no se sabe quién lo dice ni dónde está su autor. La verdad es que la inseguridad informativa se multiplica con la llegada de internet. Comunicados de organizaciones políticas cuya autoría no está confirmada, blogs de individuos que se supone que están en un lugar pero de los que no hay ninguna referencia, textos apócrifos de grandes escritores circulando y llegando a nuestro buzón de correo. En el estudio de la Universidad de Londres, los investigadores descubrieron que cerca de un 70% de los detalles de la información original se perdió tras las primeras seis transmisiones.

Las difusiones virales también incluyen campañas de envíos masivos de correos y su distribución a través de las redes que en algunas ocasiones son reflexiones, reivindicaciones o denuncias de movilizaciones de años atrás. Todavía en 2012 sigue circulando una campaña en la que se pide a los internautas que suscriban un manifiesto («¡No al préstamo de pago en las bibliotecas!») pidiendo a los diputados que voten en contra de la implantación de un canon, destinado a autores y editores, por cada préstamo de libro en las bibliotecas públicas. Esa legislación —incluyendo el canon— se aprobó en 2007, no pagamos porque el coste lo han asumido las administraciones en lugar de cobrarlo al lector, pero está totalmente en vigor, no hay que pedir a ningún diputado que vote en contra porque ya se votó.

En 2012 siguen enviándose correos de una campaña sobre la «Ley de Reforma del Congreso de 2011 (enmienda de la Constitución de España)» (sic). El documento presenta siete puntos referentes a las condiciones laborales de los diputados y exige que se limiten sus retribuciones al tiempo en que ostentan el cargo, que su sistema de jubilación sea el régimen vigente de la Seguridad Social sin ningún privilegio, que «dejen de votar su propio aumento de salario», que tengan el mismo sistema de salud que el resto de españoles y que no puedan ejercer su cargo durante más de dos mandatos. Al final se decía: «Si cada persona pasa este mensaje a un mínimo de veinte personas, en tres días la mayoría de los españoles lo habrá recibido. La hora para esta enmienda a la Constitución es AHORA. ES ASÍ COMO PUEDES CONTRIBUIR A ARREGLAR EL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS. Si estás de acuerdo con lo expuesto, reenvíalo. De lo contrario, bórralo».

La campaña era absurda porque no existía ni estaba en trámite ninguna Ley de Reforma del Congreso ni reforma constitucional, y menos en 2012 si la llamaba Ley de Reforma del Congreso 2011. Lo que planteaban eran asuntos que correspondían a diferentes ámbitos legislativos, desde el reglamento del Congreso a la Constitución, pero que no formaban parte de ninguna agenda de reformas propuesta por ninguna institución, partido o grupo parlamentario. Y, sobre todo, ¿cuál es el objetivo de enviarlo a veinte personas si no se define qué legislación se quiere reformar ni a qué autoridad se propone que tome la iniciativa ni se le hace llegar? Una vez más estábamos ante un fenómeno de difusión viral estéril que hace creer a quienes colaboran en él que están conociendo la situación política de su país y siendo ciudadanos activos y comprometidos, pero sólo son usuarios informáticos rebotando correos electrónicos absurdos y promoviendo que lo sigan haciendo muchos más.

La eliminación de todo tipo de barreras para publicar en internet comenzó interpretándose como una bendición, pero, cada vez más, nos debemos plantear si no está siendo lo contrario: regalar la red con todas sus posibilidades a la desinformación, la suplantación, el ruido y la paja informativa, el cotilleo… «Internet es un basural lleno de joyas», dijo el que fuera presidente de la agencia Efe, Álex Grijelmo[8]. Y añadía: «Para navegar por su ciberespacio no necesitaremos tanto la habilidad del manejo informático como la habilidad del discernimiento». En la medida en que existe un sector social más vulnerable a tragarse la «basura» y otro, más formado y entrenado en la búsqueda de información fiable, que sabe filtrar lo valioso de lo falso y banal, el mito de la igualdad en internet se derrumba.

Los ritmos de las redes sociales y la recién nacida potestad de convertirnos a todos en difusores de contenidos propios o ajenos ha desembocado en una pulsión por expandir información que nos llega a ocupar más tiempo que en atender nosotros mismos esta misma información. ¿Cuántas personas se dedican a retuitear, reenviar correos o marcar como «me gusta» informaciones que no han leído ni van a leer pero la simpatía por el autor o su aprobación del titular le han bastado para reenviar o votar? Yo mismo he comprobado, después de enviar un tuit sugiriendo el enlace desde el que se podía ver en directo, a través de streaming, el desarrollo de una manifestación de parados en Madrid, que seguía retuiteándose horas después de que la manifestación hubiese terminado y, por tanto, no había nada que ver en el enlace. Cualquiera puede hacer la prueba de enviar un tuit con un enlace erróneo y observar que, a pesar de ello, no falta quien lo retuitee. Al final colaboramos en crear un universo donde todos nos dedicamos a proponer lecturas que nadie lee. «Estamos experimentando lo opuesto a la trayectoria que seguimos a principios de la civilización: estamos evolucionando de ser cultivadores de conocimiento personal a cazadores recolectores en un bosque de datos electrónicos

El fenómeno que se ha llamado «difusión viral», a través de redes sociales o envíos masivos de correos electrónicos, termina provocando alteraciones en la relevancia de las informaciones. Un ejemplo curioso es que en algunas ocasiones esas campañas de difusión han logrado que en diarios como El País salte como noticia más leída alguna de hace seis años que ya no tenía ninguna actualidad. Sucedió el 30 de noviembre de 2011 y se mantuvo como más leída durante tres días una noticia de 2005: «El PP lleva un experto al Senado que afirma que ser gay es una enfermedad», una información que ya no tenía valor después de tanto tiempo. Ya había sucedido algo similar con otros textos de más de un año de antigüedad. Lo ocurrido es que seis años después, sin pararse a pensar que la noticia era antigua y ya no tenía ningún interés, miles de internautas empezaron a recomendarla o retuitearla, y eso hizo que se colocara entre las noticias más vistas del día en elpais.com. Según la información que facilitó la defensora del lector de El País[10], las redes sociales aportaron el 65% del tráfico y el restante 35% procedió de la propia web del diario a partir de la aparición de la noticia en el recuadro de «lo más visto». De este modo, una noticia que en su momento tuvo 2.552 visitas, varios años después, en una segunda y fulgurante vida, llegó a tener 312.000 visitas y 124.000 recomendaciones en Facebook. Lo que se suponía que era participación ciudadana se convirtió sencillamente en un elemento de desinformación que se limitó a desempolvar una noticia vieja de un gran medio que no era desconocida ni procedía de una fuente alternativa.

La conclusión es evidente. Las redes sociales pueden ser de gran valor para difundir y acceder a la información sin depender del oligopolio de los grandes medios de comunicación. Es una oportunidad para la participación y la movilización ciudadana. Pero requieren de una educación y una formación previa, de una capacitación que solo la colaboración física en los movimientos sociales y unos conocimientos de la realidad pueden garantizar que esta oportunidad sea aprovechable. De otro modo, las redes sociales, como tantos otros recursos, volverán a utilizarse y aprovecharse de forma dispar por los grupos sociales. La gente que se desenvuelva con fuentes y contactos valiosos mejorará su nivel de información, pero los que no seleccionen se verán arrojados al tumulto desinformativo y, curiosamente, un formato con vocación igualitaria terminará provocando más desigualdad. Como resultado se crearán grandes colectivos desinformados, perdidos en el murmullo y el rumor. Se habrá perdido una gran oportunidad para mejorar el acceso al conocimiento y a la información.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=168500&titular=cuando-las-redes-sociales-generan-desigualdad-