Los Centros Culturales Brasileros (CCB) se extienden en varios países a través de los Jefes de la Misión Diplomática y de los Consulados de Brasil con la misión de difundir la lengua portuguesa (aunque el portugués de Brasil esté más próximo que el de los otros países que ratificaron el Acuerdo Ortográfico en vigor desde enero de 2013), literatura brasilera, artes visuales, cine, música y teatro, conferencias, informaciones turísticas y otras expresiones culturales de nuestro país.
El Departamento Cultural de Itamaraty (la Cancillería brasilera) considera a los CCB “el principal instrumento de ejecución de nuestra política exterior” (http://dc.itamaraty.gov.br/lingua–e–literatura/centros–culturais–do–brasil). Ya el CCB de El Salvador admite también que se esfuerza en promover “el acercamiento comercial, diplomático y académico” (http://www.ccbes.org.sv/Paginas/historia.html) entre Brasil y El Salvador. Las metas específicas de los CCB varían de un país a otro de acuerdo con la necesidad de cooperación entre ellos.
Desde final de los años 1940, el Ministerio de Relaciones Exteriores brasilero creó 21 CCB, 12 en América (Asunción, Georgetown, La Paz, Lima, Managua, México, Panamá, Paramaribo, Puerto Príncipe, Santiago de Chile, Santo Domingo, San Salvador), 3 en Europa (Barcelona, Helsinski, Roma) y 6 en África (Bissau, Luanda, Maputo, Playa en Cabo Verde, Pretoria, Saint Tomé). Rumores indican la previsión de otros CCB en Timor del Este, Guatemala y Túnez.
Basta con cambiar una palabra en la expresión Centro Cultural Brasilero para que otra entidad se presente también como estudiosa, productora, gestora y difusora de la realidad brasilera. Tendríamos entonces el Centro de Estudios Brasileros en Barcelona, el Centro Cultural Brasil–Estados Unidos en Coral Gables, el Instituto Cultural Brasilero en Zurich. El Portal Brasil nos informa que existen cerca de 2500 centros culturales en Brasil, que generalmente se refieren a un museo, una galería, un teatro, una biblioteca o una Casa de Cultura. (http://www.brasil.gov.br/sobre/cultura/cemtros–de–cultura).
A despecho de las diferencias de propósito en la creación de cada una de estas instituciones, ellas tienen en común el interés de develar la naturaleza humana del Brasil, que lleva desde las aventuras marítimas portuguesas a las contradicciones de su inserción en la economía–mundo. Porque el país se creó en 1500 (en lugar de haber sido “descubierto”), lo que antes existía no era el Brasil.
De los esfuerzos colonizadores de enmascarar los usos y costumbre de millones de indígenas que habitaban este territorio, imponerles una lengua (la portuguesa), una religión (el Catoliscismo), una práctica económica (el mercantilismo), atravesamos más de cinco siglos con un extraño deber que trasciende la preocupación por la identidad nacional. La orden del día es divulgar al mundo las centenarias conquistas –a veces dudosas y controvertidas– de las culturas que se dicen brasileras.
El esfuerzo más notable de esta práctica de diplomacia cultural es enlatar en un Centro Cultural todo aquello que somos y queremos a fin de convencer a nuestros vecinos hispano–americanos que no somos sub–imperialistas, a nuestros hermanos africanos que también fuimos explotados como ellos y a nuestros verdugos europeos de que también somos seres pensantes.
Mientras tanto, la enseñanza de la lengua portuguesa como punta de lanza de los Centros Culturales Brasileros es el tejido que más nos enjaula en la sensación de que Portugal es la legítima Madre Patria. Un equívoco por cierto. Más bien una expresión de nuestra cultura de favores, por la cual los brasileros sentimos la necesidad de quitar deudas ofreciendo algo a cambio. Esta ha sido nuestra estrategia de nuestra aproximación entre universos culturales diferentes.
De otro modo, la promoción de eventos –¿qué evento no es cultural excepto inundaciones, tsunamis, la Doctrina de la Seguridad Nacional estadounidense u otras catástrofes ambientales?– acaba por atraer, por un lado a personas que buscan entretenimiento en lugar de educación, y por otro a otras que poseen hábitos ligeros para el consumo artístico. Hay que encontrar maneras de pluralizar el entendimiento de la realidad brasilera abstrayéndose de la miopía del observador foráneo.
En eso, los Centros Culturales Brasileros tienen un mérito. Es el de conferir presencia brasilera en el mundo sin el método corsario e impositivo de la “British Museificación” de los otros países o la “porquerización maniqueísta” estadounidense que incita a los pueblos unos contra otros (llamando eso de “Primavera Árabe” a los sucesos en África Septentrional y Medio Oriente) en lugar de hermanarlos. Estoy seguro que en ese sentido el Brasil tiene algo diferente que mostrar al mundo.