José Manuel Rodriguez
Saliendo apenas del medioevo, en una ciudad francesa, hubo un extraño fenómeno: muchas personas comenzaron a bailar sin descanso ni fatiga. Nunca se supo por qué causa. Lo hicieron durante siete días hasta que comenzaron a morir.
Siglos después, el baile de la muerte llevó a Edgar Allan Poe a escribir un cuento: “los músicos de la orquesta se veían obligados a interrumpir momentáneamente su ejecución… y las parejas danzantes cesaban por fuerza sus evoluciones; durante un momento, en aquella alegre sociedad reinaba el desconcierto… era posible observar que los más atolondrados palidecían y los de más edad y reflexión se pasaban la mano por la frente…”
Ya por estos tiempos, sonó una canción de Iron Maiden, llamada también El baile de la muerte. Ella dice: “…y bailé …y salté …y canté con ellos. Todos tenían a la muerte en sus ojos. Eran figuras inanimadas. Todos ellos eran muertos vivientes. Ellos habían ascendido del infierno…”
Ahora resulta que, al sur de la Florida, hay una ciudad viciosa donde igualmente se danza con la muerte. Esa ciudad fue tomada, desde hace muchos años, por truhanes y bandoleros que esconden sus fechorías tras banderas de repúblicas pasadas. Ellos salieron a bailar la muerte del Comandante, a celebrar el fin de la revolución.
Los truhanes y bandoleros se concentraron en sus restaurantes donde, como en el cuento de Poe, tenían lo necesario para sus placeres: bufones, improvisadores, bailarines y músicos; también hermosura y vino. Habían dejado la seguridad del lado de afuera y no sabían que adentro estaba la muerte.
Tampoco saben, los truhanes y bandoleros al imaginar que Venezuela será nuevamente de ellos (nunca han oído a Alí), que el pueblo venezolano conoce bien el grito de nuestro cantor cuando decía: “no es tiempo de recular ni de vivir de leyendas…” Ese pueblo reducirá la muerte a nada.
¡Hasta la victoria siempre, Comandante Chávez!
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