Ángel Páez

3 de marzo de 2013.- Lo que hicieron los agentes de la CIA en Irán trajo como consecuencia la instalación de un régimen islámico extremista, pero en el largometraje de Ben Affleck solo se destaca el lado heroico de un operativo secreto que no representa lo que realmente sucedió.

“Mi gran pecado, quizás el más grande de todos, ha sido haber nacionalizado el petróleo de Irán y haber desmontado el sistema de explotación del más grande imperio”. (Muhammad Mossadegh)

La película de Ben Affleck Argo transforma en una extraordinaria victoria de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) lo que en realidad fue el mayor fiasco de su historia: la intromisión en Irán.

 

A partir del relato del rescate de un grupo de seis empleados de la embajada de Estados Unidos en Teherán, que burló el cerco de los revolucionarios islámicos y escaparon del convulsionado país, Affleck presenta la “Operación Argo” como la mayor expresión de la eficiencia de la CIA. Para lograr su objetivo, se vale de un verdadero acto heroico que protagonizó el agente Tony Méndez (encarnado por el propio Ben Affleck) para salvar a sus compatriotas, en 1979. El largometraje proyecta la imagen de que la CIA cumplió una extraordinaria labor en un país capturado por fanáticos islámicos, terroristas barbudos de ojos desorbitados, envilecidos por el odio a los Estados Unidos. No es cierto.

La historia de la CIA en Irán comenzó en 1952, mucho antes de la “Operación Argo”. Lo que hizo la agencia en Irán se mantuvo en secreto durante medio siglo, hasta que el 16 de abril del 2000, el reportero James Risen, del periódico The New York Times, destapó un informe de la misma agencia que desvela su vergonzoso papel.

Reconocía que promovió, financió y ejecutó un golpe de Estado para desalojar a un gobernante legítimamente elegido, Mossadegh, y reemplazarlo por un títere, el sha. Lo de Irán fue el primer golpe de Estado de la CIA en el planeta y será un modelo que repetirá incansablemente.

Con la desclasificación de numerosos documentos secretos de la CIA, entre ellos los conocidos como “Las joyas de la familia”, otros dos periodistas del The New York Times, Stephen Kinzer y Tim Weiner, en las investigaciones de reciente publicación Todos los hombres del Sha (2005) y Legado de cenizas: historia de la CIA (2008) relatan lo que realmente perpetró la agencia. En esos libros, que Affleck parece no haber leído, los iraníes no aparecen como en su película: una banda de islámicos locos, desadaptados e ignorantes.

La conspiración

Irán no estaba en el mapa de los intereses de la CIA cuando el 20 de marzo de 1951 el primer ministro Muhammad Mossadegh nacionalizó la industria petrolífera que durante 38 años se encontraba bajo el control de la poderosa Compañía de Petróleo Anglo-Persa, cuya propiedad era en parte del gobierno de Gran Bretaña.

Al descubrir Mossadegh que los británicos conspiraban en su contra para expulsarlo, clausuró la embajada en Teherán y expulsó a los funcionarios, entre ellos a varios agentes del servicio secreto MI6. Es entonces que Londres recurrió a Washington.

“En aquellos años, atreverse a tomar una medida como la que había adoptado Mossadegh era comparable a lanzar repentina e inesperadamente una bomba sobre Londres o Washington”, escribió el reportero polaco Ryszard Kapuscinski, que estuvo en Teherán durante la revolución islámica y es autor de El Sha o la desmesura del poder (1982).

“Pero aquel día memorable (de la nacionalización de la Compañía de Petróleo Anglo-Persa) los iraníes aún no sabían que había cometido un crimen y que habrían de pagar con un castigo severísimo”, advirtió Kapuscinski. El castigo sería el derrocamiento de Mossadegh –diseñado por la CIA–, la devolución del petróleo a los británicos y la entronización del sha Muhammad Reza como dictador monárquico durante 26 años.

En plena Guerra Fría, los británicos acusaron a Mossadegh de comunista y advirtieron que si no se le detenía los soviéticos convertirían Irán en un satélite rojo.

Como lo demuestra Stephen Kinzer en su libro, la acusación era falsa, pero en esa época de “caza de brujas” resultó muy efectiva.

Sed de petróleo

El gobierno de Dwight D. Eisenhower, convencido de que se trataba de una cruzada anticomunista, resolvió apoyar a los británicos y dio luz verde a la CIA para sacar a Mossadegh. El encargado de la “Operación Ájax” para defenestrar al primer ministro nacionalista fue Kermit Roosevelt Jr., nieto del ex presidente Theodore Roosevelt (1901-1909).

“El plan de la ‘Operación Áyax’ preveía una intensa campaña psicológica contra Mossadegh, seguida del anuncio de que el sha lo había destituido del cargo”, escribió Stephen Kinzer. “Las turbas y las unidades militares cuyos jefes estaban en la planilla de la CIA se encargarían de aplastar cualquier intento de resistencia por parte de Mossadegh. Luego se haría saber que el sha había elegido al general Fazlollah Zahedi, un militar retirado que había recibido más de 100 mil dólares de la CIA, como nuevo primer ministro de Irán”.

Todo se cumplió, aunque no exactamente como estaba previsto.

El 13 de agosto de 1953, el sha suscribió el decreto de destitución de Mossadegh y el nombramiento de Zahedi. Sin embargo, el primer ministro, al detectar la conspiración, ordenó capturar al emisario del documento y paralizó el golpe. El sha escapó a Roma y Zahedi se ocultó en Teherán. La población salió a las calles en apoyo a Mossadegh, pero pronto todo cambiaría.

En los días siguientes los militares, bajo la influencia de la CIA, desataron una represión masiva y abrieron paso a multitudes a favor del sha dirigidas y subvencionadas por Kermit Roosevelt. Zahedi regresó a escena y el 19 de agosto encabezó el arresto y destitución de Mossadegh. Recién, entonces, el 22 de agosto, el sha regresó a Teherán para continuar con su reinado, esta vez con poderes dictatoriales.

Según el periodista Thomas Powers, autor de Guerras de Inteligencia: la historia secreta de EEUU desde Hitler hasta Al Qaeda (2002), el sha le dijo a Roosevelt: “Le debo mi trono a Dios, a mi pueblo, a mi ejército y ¡a usted!”. Es decir, a la CIA.

Todo era cierto

El régimen dictatorial del sha instaló la Organización de Inteligencia y Seguridad Nacional (Savak), un salvaje aparato de represión y asesinato que sembró el miedo y la muerte. Los iraníes sabían que la destrucción de su democracia había sido obra de la CIA. El sentimiento adverso a los estadounidenses se convirtió en un odio profundo que alentó al movimiento revolucionario islámico, liderado por el ayatolá Jomeini.

Por eso, cuando los fundamentalistas tomaron el poder y desalojaron al sha, se exaltaron el día que el presidente Jimmy Carter informó que acogería al defenestrado monarca. En represalia, el 4 de noviembre de 1979, los seguidores de Jomeini capturaron la embajada y tomaron en rehenes a 52 norteamericanos.

La “Operación Argo” fue solo para sacar del país a seis estadounidenses que se escondieron en la embajada de Canadá. Pero al resto los iraníes los mantuvieron cautivos durante 444 días. Las fuerzas norteamericanas no pudieron rescatarlos. En un verdadero acto de humillación, los iraníes los dejaron en libertad solo después de que concluyó el gobierno de Carter.

“La toma de los rehenes estadounidenses fue un acto de venganza de los iraníes por el golpe de la CIA de 1953 en Irán. El legado de esa operación (Ájax) iría mucho más allá de la terrible experiencia sufrida por los estadounidenses”, escribió Tim Weiner.

Eso es algo más que no se ve en Argo, la película.