Así lo anunció el Cardenal Protodiácono desde el balcón central de la Basílica de San Pedro al pueblo romano y a todo el mundo.
La humata blanca salió como primera señal de que el cónclave de 115 cardenales llegó a un consenso y eligió nuevo papa. Minutos después, las campanas de la Basílica de San Pedro comenzaron a sonar confirmando la elección.
El proceso de elección del nuevo papa inició el martes 12 de marzo, sin la existencia de claros favoritos para asirse a la silla de San Pedro. Ello, por divisiones entre los purpurados tras el escándalo de filtración a la prensa de documentos papales conocidos como Vatileaks.
Jorge Bergoglio nació en la ciudad de Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, hijo de un matrimonio de italianos formado por Mario Bergoglio (empleado ferroviario) y Regina (ama de casa). Egresó de la escuela secundaria industrial E.N.E.T Nº 27 (ahora E.T.Nº 27) Hipólito Yrigoyen, con el título de técnico químico. A los 21 años (en 1957) decidió convertirse en sacerdote. Ingresó en el seminario del barrio Villa Devoto, como novicio de la orden jesuita.
Fue ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969. A partir de entonces hizo una larga carrera dentro de la orden de la cual llegó a ser «provincial» desde 1973 hasta 1979, ya durante la Dictadura cívico-militar argentina.
Luego de una gran actividad como sacerdote y profesor de teología, fue consagrado obispo titular de Auca el 20 de mayo de 1992, para ejercer como uno de los cuatro obispos auxiliares de Buenos Aires.
Cuando la salud de su predecesor en la arquidiócesis de Buenos Aires, el arzobispo Antonio Quarracino empezó a flaquear, Bergoglio fue designado obispo coadjutor de la misma el 3 de junio de 1997. Tomó el cargo de arzobispo de Buenos Aires el 28 de febrero de 1998.
Durante el consistorio del 21 de febrero de 2001, el papa Juan Pablo II lo creó cardenal del título de san Roberto Belarmino. Además se constituyó en el primado de la Argentina, resultando así el superior jerárquico de la Iglesia católica de este país.
Forma parte de la CAL (Comisión para América Latina), la Congregación para el Clero, el Pontificio Consejo para la Familia, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Consejo Ordinario de la Secretaría General para el Sínodo de los Obispos, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.
En virtud de su puesto episcopal, es además miembro de la Conferencia Episcopal Argentina ―de la cual fue presidente en dos ocasiones, hasta 2011― y del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano).
Tras dos periodos consecutivos como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, el 8 de noviembre de 2011 los obispos electores de ese organismo designaron para reemplazarlo al arzobispo de Santa Fe, José María Arancedo, primo hermano del fallecido expresidente argentino Raúl Alfonsín y hasta entonces vicepresidente segundo de la Conferencia Episcopal.
Bergoglio ha disminuido un poco su actividad con la edad y está sintiendo los efectos de la extirpación de un pulmón debido a una infección que padeció de adolescente.
Se le considera moderado con mentalidad flexible, aunque sus posiciones doctrinales y espirituales condicen con el legado de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Su actividad durante la última dictadura militar
Lo acusan de entregar a dos sacerdotes jesuitas. La publicación del libro El Jesuita reaviva la polemica sobre el rol que jugó el cardenal Bergoglio durante los años del terrorismo de Estado.
El cardenal y arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Bergoglio, tras la publicación del libro `El Jesuita` de los periodistas Francesca Ambrogetti y Sergio Rubín, que indaga sobre el rol de este al frente de la Compañía de Jesús entre los años 1973 a 1979, se vio envuelto en una nueva polémica, luego de que el periodista Horacio Verbitsky ratificara su denuncia referidas a que el alto dignatario de la Iglesia Católica Argentina entregó durante la dictadura militar a dos sacerdotes de su congregación, los padres Orlando Yorio y Francisco Jalic.
En relación al secuestro de los dos religiosos a manos de una patota de la Armada, Bergoglio sostiene en el libro que «hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba para abogar por las personas secuestradas», al tiempo que refiere que en la Iglesia «se fue conociendo de a poco todo lo que estaba pasando» en el país. Esta afirmación del cardenal dista mucho de la verdad ya que en la reunión del 10 de mayo de 1976, en el seno del propio Episcopado, varios obispos dieron cuenta del accionar represivo de la Junta Militar, pero más allá de ello, no escapaba a nadie que la propia Iglesia era víctima hacía su interior de la persecución, los secuestros y los asesinatos de sus propios integrantes.
Amén de los hechos más conocidos que son los de los obispos Enrique Angelelli, de La Rioja, y Carlos Horacio Ponce de León, de San Nicolás, el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (MEDH) dio cuenta en su momento de los asesinatos de «diez sacerdotes, dos seminaristas y cinco dirigentes laicos»,entre cuyos nombres figuran los tres curas y dos seminaristas palotinos masacrados en la iglesia de San Patricio; las monjas francesas Alice Dumon y Léoni Duquet, y los sacerdotes Gabriel Longeville y Carlos de Dios Murias, acribillados en La Rioja.
En esa reunión del 10 de mayo del `76, a tan solo un mes y medio de dar comienzo la dictadura militar, el cardenal Raúl Primatesta de Córdoba, el arzobispo de Santa Fe Vicente Zaspe y los obispos Miguel Hesayne, Pacifico Scozzina, Jorge Kémerer, Juan José Iriarte, y los citados Angelelli y Ponce de León, dieron cuenta de lo que estaba sucediendo hacía el interior de sus diócesis.
Precisamente monseñor Ponce de León fue uno de los dignatarios eclesiásticos que desde el comienzo mismo de la dictadura tomó intervención directa en la defensa de los perseguidos políticos, lo que 16 meses más tarde le iba a terminar costando la vida.
El obispo de San Nicolás padeció en carne propia la persecución a manos del teniente coronel Manuel Fernando Saint Amant, jefe del Regimiento de Zapadores Pontoneros de esa ciudad, quien en reiteradas ocasiones lo había amenazado de muerte, al tiempo que detenía a varios sacerdotes, entre ellos Marciano Alba y Luis Efraín López Molina.
“El Viejo” -como lo apodaban al obispo sus curas- en persona tuvo que viajar de urgencia a finales de marzo del ‘76 hasta la ciudad de Ramallo, alertado por los vecinos para abortar el secuestro de López Molina, al que intentaba llevarse una patrulla del Ejercito. Finalmente el cura, semanas más tarde, iba a ser apresado y trasladado a la Unidad 9 de La Plata, acusado de integrar el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP).
A partir de entonces las gestiones de Ponce de León en favor del cura iban a ser incesantes al punto de tener que reunirse con el mismísimo general Guillermo Suárez Mason, por entonces comandante del Primer Cuerpo de Ejercito, hasta lograr su liberación.
José `Pepe` Aramburu, otro de los sacerdotes nicoleños que debió partir al exilio, relató a este cronista que a mediados de 1976 el obispo lo mandó a buscar de urgencia para que marchara a Roma ya que las Fuerzas Armadas andaban tras sus pasos. Aramburu dijo estar convencido que Ponce de León ya para esos meses debía estar al tanto del Plan Cóndor, porque cuando él le sugirió que «en lugar de ir a Roma prefería viajar a Uruguay o a Brasil a la estancia de un amigo, se negó rotundamente», advirtiéndole que en ninguno de los países de la región iba a estar seguro.
Por comprometerse en la defensa de los perseguidos políticos, Ponce de León murió el 11 de julio de 1977 en un supuesto accidente carretero ocurrido en la ruta 9, a la altura de Ramallo.
Los dichos de Bergoglio aduciendo el conocimiento progresivo de los hechos ocurridos durante aquellos años contrastan con la verdad; la Iglesia desde el comienzo mismo de la dictadura supo lo que estaba sucediendo en el país. Incluso la propia Nunciatura poco y nada hizo para impedir la persecución y los asesinatos.
La madre de un sacerdote que actualmente realiza su labor pastoral en Guatemala, relató que con una carta que le entregara Ponce de León antes de fallecer, concurrió a la Nunciatura para que la ayudaran a sacar del país a otra de sus hijas quien era buscada por el Ejercito, pero uno de los secretario de Pio Laghi le espetó que su hija «era una guerrillera» y ella “una mentirosa” y sin otro preámbulo, la mandó a los organismos de derechos humanos para que le brindaran ayuda.
