Iván Gutiérrez
Chávez, en sus términos, es insustituible. Su ausencia o el menoscabo de sus facultades para asumir la presidencia son una variable determinante, no solo es lo coyuntural, sino también en el mediano y largo plazo.
Muchas son las incógnitas que surgen a raíz del estado de salud del Presidente. Una de ellas es si el chavismo continuaría siendo la fuerza política y social que hoy es, si su líder no estuviera o no pudiera ejercer su liderazgo de la misma forma como lo venía haciendo.
Despejar esta incógnita es uno de los más grandes retos a los que está sometido el liderazgo de relevo. En ello, prácticamente, se le va la vida.
¿Cómo abordar esta situación? Desde la vocería del chavismo se envían señales que se haría radicalizando sus posiciones. Ello, básicamente, es expresado hoy a través del discurso. Sin embargo, la realidad va indicando otra cosa. Por muchos deseos que se tengan de provocar una confrontación, aquella orienta a tener que ocuparse de la dirección del país, tomando medidas distantes a una revolucionariamente radicales.
Chávez, desde el discurso, podía acelerar medidas y actitudes políticas. El amplio respaldo que reúne se lo permite. Pero este no es el caso de quienes están llamados a sustituirlo. Por mucho esfuerzo que puedan hacer no alcanzarán a tener la resonancia y el dominio que él tiene.
Esto le plantea al liderazgo de relevo otro reto: encontrar su propio toque; sus maneras de expresar el proyecto de inclusión, conectándose con el pueblo. De otra manera, la cuesta se haría más difícil de subir.
Por supuesto, la presencia física o espiritual de Chávez contribuirán a mantener aquella conexión con la gente, pero ello estará limitado en el tiempo, este sería menor si el liderazgo de relevo no ajusta a sus maneras y a su condición, formas creíbles y consistentes de expresar el proyecto político.
Esa autenticidad es piedra angular del futuro del proyecto. Si no se lograra transmitir, perdería una parte importante de la fuerza que hoy se tiene.
Para ello el liderazgo de relevo debe ir a las raíces de movimiento. A lo que le dio origen y permitió que surgiera, de una rebelión derrotada, a fuerza política alternativa.
Chávez se puede dar el lujo de ir y venir en el discurso. Puede hablar del Socialismo y de Fidel sin por ello confundirse, en opinión de las mayorías, con las experiencias conocidas del sistema político o con los avatares de la vida del líder cubano. Pero eso no funciona así en todos los casos. Si otras personalidades del chavismo intentaran imitar su estilo, corren el riesgo de ser incomprendidos. Es decir, en vez de ser vistos como gente patriótica, justiciera y de buenas intenciones, pasarían a ser objeto de severas críticas por buscar imponer el autoritarismo.
Lo del 4 de febrero se encontró con un sentimiento de frustración provocado por un sistema que venía haciendo aguas por todas partes; un deseo de justicia frente a una sociedad creadora de desigualdades y un rescate del sentido de patria. En ese planteamiento no andaba ni la izquierda que actuaba bajo los parámetros del sistema y mucho menos la que se abrazaba a una actividad insurreccional que solo existía en los discursos dados en pequeños espacios estudiantiles.
Chávez despertó esperanzas que aún siguen vivas, reforzándolas con la idea de construir un país de progreso. Él pudo mantener aquella llama viva, aun cuando en su gobierno se vivieran grandes tropiezos para alcanzar lo que se proponía.
Con habilidad y comprensión de lo que la gente estaba sintiendo ofreció cambios en la gestión. Esa promesa debe ser honrada por el liderazgo de relevo, lo que quizás esté planteando una fase de consolidación de lo avanzado, antes que continuar imponiendo nuevas situaciones que abran otros frentes de lucha.
Una muestra son las medidas económicas que han tenido que ser tomadas. La devaluación, por sí sola, no logrará corregir los problemas que han surgido. Otras serán necesarias, pero asumidas en el marco de un plan que toma la realidad tal y cual es, sin que por ello deban abandonarse los objetivos del proceso.