Adán Gonzalez
El 18 de febrero de 1983 fue la fecha de defunción de la otrora Venezuela Saudita, aquella que había comenzado en 1974 al ritmo de cotizaciones del petróleo que se disparaban al cénit. El funesto Viernes Negro vernacular que está en las antípodas de su homónimo estadounidense (*), fue también el triste desenlace del bolívar como icono de robustez monetaria. Ese día se suspendió la compra-venta libre de divisas. El tipo de cambio con respecto al dólar estadounidense había sido devaluado por vez primera en 1929 (Bs. 3,90), en el marco de la Gran Depresión. En 1937 se revaluaba a Bs. 3,35 y en 1961, pasaba a Bs. 4,50. En el decenio de 1970, el bolívar avanzaba hasta Bs. 4,40 y finalmente se establecía en Bs. 4,30. En 1983 tuvo su depreciación más grave en una centuria de vigencia, al pasar de Bs. 4,30 a Bs. 7,50 (tasa de flotación). Los tiempos del “ta’ barato, dame dos” se diluyeron con las lágrimas de las capas medias haciendo pataletas por el “Adiós Miami”. La época de la “plata dulce”, como la tildaban en Argentina y otros países del Cono Sur, había fenecido con sus inconclusas promesas de prosperidad.
Antes de 1983, el bolívar venezolano había sido aceptado en cualquiera parte del mundo como medio de pago, de bienes y servicios, lo cual demostraba el prestigio de nuestra nación como enclave productor de petróleo. Lo anterior hacía de nuestro bolívar un signo monetario confiable e invariable frente a otras divisas del orbe como el dólar estadounidense, la libra esterlina y el franco suizo, verbigracia. Ahora bien, ¿estaba justificada la devaluación de 1983? (**). Veamos.
La bonanza económica de la década de 1970 fue generada por los fenómenos del Embargo Petrolero y la crisis energética (***), que llevaron los precios del crudo desde 2,2 dólares el barril (1970) hasta 40,50 dólares (1979). En 1983, el promedio de la cesta venezolana era de 26 billetes verdes, con lo cual había una brecha de más de 15 dólares con respecto al tope de 1979 ($40,50). Ello provocaba una presión fiscal insostenible para el Estado, aunada a la descomunal fuga de divisas, la corrupción galopante y la creciente deuda externa (+30.000 millones de dólares). Desde luego, el gobierno de Luís Herrera Campins carecía de margen de maniobra dentro del abyecto paradigma capitalista: profundizar la franja cambiaria era una fórmula “mágica” para imprimir más bolívares. Se “abarataba” la deuda pública interna y se ponía un “torniquete” a la sangría de divisas. Aunque las decisiones yacen muy bonitas en la teoría, del decreto al hecho… ¡hay mucho trecho! La realidad es que el Viernes Negro trajo consigo tres fenómenos fatales para los venezolanos, que todavía hoy en día persisten: la especulación cambiaria, el acaparamiento (escasez artificial) y la inflación.
A partir de 1983, la burguesía parasitaria de nuestro país cayó en cuenta de que podía hacerse más multimillonaria comprando y revendiendo dólares, y escondiendo sus mercancías para crear una falsa sensación de escasez y forzar las subidas de precios periódicas. ¡Ése ha sido el gran negocio en este país desde hace 30 años! Primero, desde el 18 de febrero de 1983, la oligarquía le agarró el gusto a los “mini-Viernes-Negros”, c’est-à-dire: adquirir toneladas de “Benjamines”, presionar al gobierno para que devalúe y luego revender los dólares más caros. ¡Así se han forjado fortunas ilegítimas en Venezuela! Segundo, una de las medidas de chantaje de la burguesía, al Estado, desde 1983, ha sido el acaparamiento de bienes o el engendro de la escasez ficticia. Sin bien este factor fue genuino al principio, debido a que más del 98% de lo que se consumía en el país era importado y al truncarse el acceso a los dólares, en febrero de 1983, no podían traerse los productos desde el extranjero y –por consiguiente- estos no se conseguían, poco después la burguesía apátrida descubrió que este elemento podía funcionar de “pretexto” para quebrar la frágil voluntad de los gobernantes (¿o títeres?) de turno de la Cuarta República. En efecto, la macabra estrategia de la escasez artificial ha rendido frutos a una plutocracia holgazana y usurera. Como consecuencia de lo pretérito (especulación cambiaria y acaparamiento), la espiral inflacionaria se desató en Venezuela desde aquel aciago Viernes Negro. Los hitos en el rubro quedarán para la Historia: 80% (1989) y 103% (1996).
EL NEGOCIO DE LAS DEVALUACIONES, EL BOLÍVAR FUERTE Y LA CRISIS DEL PATRÓN DÓLAR
En 1983 se conmemoraban 200 años del Natalicio de Simón Bolívar, nuestro Libertador. La coincidencia macabra de que tal acontecimiento se viera mancillado por la devaluación de nuestro signo monetario, fue un golpe psicológico contundente hacia la autoestima de los venezolanos. Sólo por ello, la Cuarta República merece todo nuestro reproche y desprecio. Pero la ignominia no termina allí. Las devaluaciones del bolívar se convirtieron en el “negocio del siglo” para empresarios y comerciantes delincuentes (¡valga el pleonasmo!), lo cual provocó que nuestra moneda se depreciara más de 13.000% -con respecto al dólar estadounidense- entre 1983 y 1998. Ello sin contabilizar la pérdida de poder adquisitivo del bolívar, en relación con el Índice de Precios al Consumidor (IPC), que fue de más de 50.000%. Por todo lo anterior, adecos, copeyanos y sus derivados, no tienen autoridad moral para pontificar sobre devaluaciones y menos de inflación. Ellos son los principales culpables de tales elementos en la economía venezolana, ya que los convalidaron con sus viles acciones políticas.
Lamentablemente, desde el inicio de la Revolución (1999) hasta hoy, el bolívar ha perdido 800% de su valor contra el dólar estadounidense. Desde luego, es un guarismo muy inferior al de la Cuarta República (+13.000%) pero tampoco ello debe evitar que nos convoquemos a la aguda autocrítica. El más reciente “ajuste” cambiario -de Bs. 4,30 a Bs. 6,30- vuelve a poner en desventaja a nuestra moneda y degrada en 45% el salario de la clase proletaria. ¿Hasta cuándo vamos a seguir devaluando a favor del “inorgánico” dólar? ¿A quién beneficiamos con este tipo de medidas heredadas de la Cuarta República? Ya en nuestro artículo, “10 razones por las cuales no era necesario devaluar”, pusimos sobre el tapete nuestra sólida argumentación acerca del espinoso tema.
Hasta el momento, algunos “camaradas” nos han calificado de “antichavistas con Chávez” o han intentado mofarse de nosotros porque “sacamos un crucigrama con el yen, el dólar, el euro y la pelota de carey (¿?)”. ¡Vaya seriedad discursiva! Eso sí, ni una idea coherente que haya logrado rebatir nuestras objeciones. Ni la alta inflación, ni el precario aparato productivo nacional, pueden servir de apología para la devaluación. Verbigracia, en México hay un índice de precios extraoficial que supera el 15% -a pesar de que el Banco de México reconoce sólo 3%- y el dólar ha perdido terreno de cara al peso, desde 2009. La producción de bienes en Venezuela, en la actualidad, es mucho más alta que durante la época de la “Venezuela Saudita”: por aquellos años, hasta un ministro debió admitir que teníamos una “economía de puertos”. Pero ni siquiera en ese contexto fue perentorio devaluar por más de un quinquenio, ¿por qué ahora sí? (****). Cierto, entre 1974 y 1982, la deuda externa se elevó a niveles alarmantes. ¿Por qué? ¿Hacía falta pedir dinero al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial? ¡No! Los préstamos innecesarios que solicitó la Cuarta República a los organismos financieros multilaterales fueron “estimulados” por sobornos a los burócratas locales: dinero en efectivo o cheque, vacaciones pagadas en Europa y Estados Unidos, educación para los hijos en las mejores universidades extranjeras, entre otras “jugosas” ofertas. Así hipotecaban adecos y copeyanos el futuro de la Patria. El plan de Washington para dominar a nuestras repúblicas a través de las deudas ilegales, quedó al desnudo en el libro autobiográfico de John Perkins, “Confesiones de un Sicario Económico” (2004). ¡No es ficción! Está documentado.
En enero de 2008, la reconversión monetaria pretendía devolver la dignidad al bolívar: se eliminaban tres ceros de su denominación y la tasa con respecto al dólar quedaba en Bs. 2,15. El publicitado “Bolívar Fuerte” estaba destinado a dejar muy atrás las eras de las devaluaciones crónicas en Venezuela, sin embargo, en un lapso de cinco años ya ha habido dos reveses para la reputación de nuestra divisa “fuerte”. ¿Es eso lo que anhelamos como revolucionarios? ¡No! En la Cuarta, las devaluaciones también eran instigadas desde el FMI, por ejemplo. Así se reducían los costos operativos de las transnacionales en el país: ¡por menos dólares obtendrían más bolívares! Una de las magnánimas hazañas de la Revolución Bolivariana, liderada por Hugo Chávez, es que pagó la deuda externa y nos liberó de la dictadura bancaria global. Eso es otro punto a nuestro favor en este proceso: ya no hay un grupo de tecnócratas de Chicago obligándonos –desde el exterior- a tomar decisiones contra el pueblo. ¡Así de simple!
¿Cuál es la pregunta crucial que debemos plantearnos como revolucionarios: devaluar el bolívar o derribar la hegemonía imperialista del dólar? Ése es el meollo del asunto, camaradas. En el devenir de la Segunda Gran Depresión Capitalista, Estados Unidos ya no es el epicentro de la economía mundial. Wall Street está a punto de experimentar un “crack” bursátil peor que el de 1929. ¿Por qué continuar atados al billete verde? De 2000 a 2012, el dólar ha visto mermado su valor en 30% y la mayoría de los bancos centrales del planeta está comprando más oro en detrimento de los “Benjamines”. Verbigracia, el 60% de las reservas internacionales de Venezuela están en dicho metal precioso. ¿No es hora de relanzar nuestro bolívar como divisa?
EL BOLÍVAR COMO LA MONEDA DE RESERVA MÁS SÓLIDA
El bolívar venezolano, al contrario del dólar, está respaldado por las reservas internacionales que están en el Banco Central, por los mayores yacimientos de petróleo del orbe, por los fondos bilaterales que tiene nuestra nación con países como la República Popular China y la Federación Rusa, y por las incalculables riquezas minerales y de metales preciosos que hay en nuestras coordenadas. Todo lo pretérito hace que nuestro signo monetario sea el más seguro y estable de “la gran esfera azul”. ¿Por qué no otorgarle el puesto que se merece en el ámbito internacional? Cotizar el petróleo criollo en bolívares sería el primer paso en tal dirección y establecer una equivalencia de uno a uno con el dólar estadounidense, al menos hasta que éste sea desplazado totalmente por el Grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica). Así el bolívar podría ser empleado como medio de pago en otras latitudes y esos bolívares regresarían a nuestras tierras con las transacciones del “oro negro”. Incluso, la Revolución podría cavilar la posibilidad de acuñar monedas en metales preciosos para dar mayor ímpetu y confiabilidad a nuestra divisa en el mercado internacional.
Entre las maldiciones del infame Viernes Negro de 1983, están: la sacralización inaudita del billete verde y la utilización de las devaluaciones reiteradas para obtener ganancias súbitas e improductivas, por parte de los capitalistas venezolanos. Debido a la exorbitante disparidad del bolívar frente al dólar (el oficial y el “libre”), es más atractivo para la burguesía negociar con billetes verdes que instalar fábricas para la manufactura de bienes de calidad, con los cuales se podrían suplantar muchas importaciones. Si apuntalamos el bolívar como divisa, tal como lo proponen economistas como Gustavo Márquez Marín, no haría más falta CADIVI, los venezolanos podrían viajar al exterior y pagar en bolívares, las compañías públicas y privadas tendrían menos dificultades con sus proveedores foráneos, se extinguiría el mercado paralelo de divisas y los burgueses se verían obligados a invertir en áreas más productivas de la economía nacional. Igualmente, la inexorable estatización de la banca flexibilizaría las líneas crediticias para noveles empresas gestionadas por la masa obrera y se potenciaría un ciclo inédito de industrialización en Venezuela.
Lo realmente revolucionario es dinamitar la simbología perversa del dólar imperial y sustituirla por el bolívar. Estamos en una etapa de expansión económica que nos sirve de catapulta para trascender el esquema de la plusvalía y transitar la vía al socialismo. Mientras reincidamos en el catecismo caduco de la tesis “devaluacionista” neoclásica, más nos pareceremos a los tecnócratas “kamikaze” del Ancien Régime de la guanábana. ¡Socialismo o barbarie!
ADÁN GONZÁLEZ LIENDO
P.D. Gran alegría nos ha brindado el regreso del Comandante a la Patria. Seguros estamos de su recuperación lenta pero satisfactoria. ¡Fuerza Chávez!
(*) El Viernes Negro estadounidense (Black Friday) es la jornada después del Día de Acción de Gracias (Thanksgiving Day) y se toma como el inicio de la temporada de Navidad para los vendedores. Su nombre se deriva de los atractivos números negros (ganancias) que se registran durante ese día y que se contraponen a las cifras en rojo, color usado para registrar las pérdidas en contabilidad.
(**) La devaluación del bolívar obedeció al plan del Consenso de Washington de eliminar a los competidores del dólar a escala internacional y nuestra vigorosa moneda era uno de ellos. Los gringos sabían que el acorralamiento del FMI y el BM a los países deudores, coadyuvaría –tarde o temprano- a un escenario de subyugación macroeconómica del mentado Tercer Mundo. Una alternativa a la devaluación de 1983 habría sido la repatriación de los capitales obtenidos de manera fraudulenta, pero los oligarcas y la clase política no se iban a poner la siga al cuello. La orden venía del Imperio.
(***) El Embargo Petrolero o Crisis Energética de 1973, fue el período en el cual los miembros de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) decidieron no vender más crudo a las naciones que habían apoyado a Israel en la Guerra del Yom Kippur. La segunda crisis, la de 1979, se debió a la Revolución Islámica iraní que derrocó al Sha (aliado de Estados Unidos) en ese territorio persa y a la posterior incertidumbre que vivieron las potencias imperialistas con respecto al suministro de petróleo.
(****) El Gobierno Bolivariano disponía de soluciones alternas para no devaluar: aumentar la carga impositiva sobre cigarros, licores y juegos de azar (aunque estos últimos deberían ser execrados); subir los impuestos sobre los ingresos publicitarios de las cadenas privadas de radio y televisión; cobrar un tributo proporcional a las transacciones bancarias de los capitalistas; y considerar un ligero ajuste del precio de la gasolina luego de someterse la propuesta a los órganos del poder popular. Algunos camaradas arguyen que en Venezuela teníamos un dólar “muy barato”. ¡No! Lo que es demasiado barato es el importe de los carburantes, verbigracia.
elinodoro@yahoo.com