Sergio Rodríguez Gelfenstein
En su magnífica obra “El imperialismo fase superior del capitalismo” escrita en 1916 y publicada por primera vez al año siguiente, Vladimir I. Lenin delinea, ya en los albores del siglo XX, los contornos de la situación colonial que permite ubicarla como característica fundamental de la etapa imperialista de la sociedad capitalista.
En el Capítulo VI denominado “El reparto del mundo entre las grandes potencias” aporta innumerables cifras y “datos generales irrefutables de la estadística burguesa y de las declaraciones de los hombres de ciencia burgueses de todos los países, un cuadro de conjunto de la economía mundial capitalista en sus relaciones internacionales, a comienzos del siglo XX, en vísperas de la primera guerra imperialista mundial”.
Lenin cita al geógrafo alemán A. Supan quien afirmó que “el rasgo característico de este período es, por consiguiente el reparto de África y Polinesia”, sin embargo advierte que “…hay que ampliar la conclusión de Supan y decir que el rasgo característico del período que nos ocupa es el reparto definitivo del planeta”, pero establece claramente a continuación que “…definitivo no en el sentido de que sea posible repartirlo de nuevo –al contrario, nuevos repartos del mundo son posibles e inevitables-, sino en el de que la política colonial de los países capitalistas ha terminado ya la conquista de todas las tierras no ocupadas que había en nuestro planeta. Por vez primera, el mundo se encuentra ya repartido, de modo que lo que en adelante puede efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un “amo” a otro, y no el paso de un territorio sin amo a un “dueño”.
Precisamente, a ese nuevo reparto estamos asistiendo, al paso de territorios de un amo a otro y eso es patente en África, más que en ningún lugar del mundo. El líder africano, Ahmed Sékou Touré en su libro “África en marcha” escrito en 1967, confirmaba cincuenta años después que Lenin que tal situación era aún patente. Decía cuando ya era el primer presidente de Guinea que “Lejos de afirmar que el colonialismo está rebasado, debemos, al contrario, seguir con extrema vigilancia todas sus actividades en sus mutaciones nuevas, descubrir sus menores manifestaciones y combatirlas, a fin de poder destruir a tiempo, todas sus maniobras directas o indirectas”: palabras proféticas que –otra vez- casi cincuenta años después cobran plena vigencia. Las potencias coloniales han mutado en sus prácticas imperiales y se expresan a través de nuevas maniobras de todo tipo encaminadas a mantener su control del mundo y el saqueo de sus recursos naturales.
En varios artículos sobre este tema he hecho referencia a que este reparto del mundo se consagró durante el Congreso de Berlín de 1884 y 1885. Este hito señala el inicio de la dominación colonial directa de África y su inserción tardía en el sistema capitalista mundial. En un ensayo escrito por D.P. Ghai citado por el economista cubano Silvio Baró, profesor del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM) de La Habana, se señala que en 1965 cuando se desataba el vendaval independentista en África, este continente “suministraba el 22% de la producción total de cobre, el 67% del oro, el 90% de los diamantes, el 8% del petróleo, el 76% del cobalto y el 25% o más de metales menores como antimonio, cromita, manganeso, y metales del grupo del platino; y su parte está creciendo rápidamente en lo tocante a petróleo, gas natural, mineral de hierro y bauxita”.
Otra arista del sistema configurado en el Congreso de Berlín, tiene que ver con elementos que apuntaron a establecer la estructura política del continente. En la época colonial, en África no existían estados nacionales. Tal como señala Armando Entralgo sólo se podía hablar de “tres niveles de desarrollo de la comunidad humana, las que precisamente explican el alcance de la resistencia que opondrían esas comunidades a la agresión extranjera”. Esos niveles son: estados multiétnicos como Etiopía, Egipto o Marruecos; pueblos con nexos temporales ocupando un territorio bajo dominio colonial de un país que le daba “identidad” en los marcos del sistema colonial e internacional y tribus con una fuerte identidad y raigambre en un territorio determinado. Esta estructura fue destruida por el colonialismo haciendo surgir -desde el ordenamiento colonial-, estados nacionales que nacieron desde la desarticulación y la atomización de las comunidades humanas y que no tenían nada que ver con la organización que ellas se habían dado en África. Así, al igual que en el resto del mundo, el colonialismo planta para siempre la semilla de la discordia que en África adquiere las características de “problemas intertribales, interclánicos, interétnicos y fronterizos” entre otros como lo señala Entralgo acertadamente.
Los europeos no dejaron en África, -como no lo hicieron en América Latina- el simiente de un capitalismo desarrollado, el mismo que de manera revolucionaria comenzó a desplazar al feudalismo como modo económico imperante en el planeta. En África se estableció una forma de capitalismo desnaturalizado y disminuido. Esto es lo que explica la inestabilidad política permanente que se ha hecho inherente al sistema, conflictos eternos y profundización del subdesarrollo.
La hipocresía colonial quiere ahora “hacerse cargo del asunto” para “salvar” a África de los males que ellos mismos crearon. En lo que va de siglo, Francia ha intervenido en Costa de Marfil en 2002, 2004 y 2011, en la República Centroafricana en 2003, en Chad en 2006 y 2008, en Yibuti el mismo año, y fueron artífices junto a sus socios de la OTAN de la invasión a Libia, la partición de Sudán y los cambios gatopardianos en Túnez y Egipto.
En esa lógica se inscribe su nueva aventura en Mali. La misma responde a tres objetivos claramente delineados: la “protección” de importantes recursos minerales en la región, de manera particular de dos minas de uranio que Francia explota en el cercano Níger de donde obtiene el abastecimiento con el estratégico mineral para hacer funcionar sus centrales nucleares, las que proporcionan el 75% de la electricidad que consume el país. Un segundo objetivo es fortalecer al líder golpista que derrocó al anterior gobierno maliense y de esa manera consolidar el protagonismo de la nación gala en este “nuevo reparto” y, de paso, remozar la imagen de debilidad que Hollande ha transmitido durante su corto mandato, que lo han llevado a ser el presidente más impopular de la V república francesa, en su primer año de gobierno.
Sin embargo, las cosas no han salido tal como se planificaron. Lo que la revista The Economist en su edición del 26 de enero pasado ha llamado “Afriganistan” es expresión del posible empantanamiento de las tropas francesas en el conflicto de la nación sahariana donde conviven dos trances de diferente origen y razón: uno es la lucha que el pueblo tuareg ha emprendido desde 1916 por su independencia y búsqueda de un territorio para su nación y otra, el aprovechamiento del conflicto por la organización terrorista AQIM, filial de Al Qaeda en el norte de África que “pescando en río revuelto” ha irrumpido en la región, insertándose en la confrontación maliense e incluso realizando una violenta y brutal acción en contra de una planta productora de gas en Argelia con un tenebroso resultado de decenas de muertos.
Vale recordar que Al Qaeda fue una creación de la CIA estadounidense en Afganistán, a la que protege y usa como ha quedado visiblemente demostrado durante la invasión a Libia y la intervención mercenaria contra Siria y como se ha hecho patente en el mismo Mali, donde el gobierno la apoyó para que sirvieran de oposición armada al Movimiento Nacional por la Liberación Azawad (MNLA), brazo político y armado del pueblo tuareg. Ahora Francia combate contra los dos, entraron a Mali el 13 de enero, pero no se sabe cuándo saldrán. Su nuevo entuerto colonial y su afán protagónico no han sido seguidos con mucho entusiasmo por sus pares de la OTAN. Ya muchos problemas tienen en otras latitudes del planeta. No en balde, un funcionario estadounidense comentó -refiriéndose a la intervención en Mali- que “Va a tomar mucho tiempo y tiempo significa que puede durar varios años”.