Ruben Ramos
Chavéz, se hundió en su “ocaso” para pasar al “otro lado”, al lado del eterno retorno, al lado de quienes esperan de su coraje, su decisión, su entereza. Hoy hemos visto su cara, su sonrisa, diciéndole al mundo yo amo a los hombres, las mujeres, los niños que construyen la nueva sociedad del siglo XXI y de todos los siglos.
Las sucias corrientes de sus detractores no lo afectan. “Es necesario ser un mar para poder recibir una sucia corriente sin volverse impuro”.
¿Cuál es la máxima vivencia de quienes ven reducidos sus privilegios, sus prebendas, su corrupción, sino la soberbia y el insulto?
La felicidad que hoy sienten los revolucionarios de Venezuela y de América latina y el mundo, justifica la pobre existencia de los reaccionarios. La mezquindad de éstos, clamando al cielo crucifixión, no les devolverá la historia.
Todos los enemigos de la libertad y la autonomía, en cualquier rincón del mundo, son incapaces de entender la grandeza de un líder que es una cuerda tendida entre el oprobio de vivir de rodillas mendigando, y la soberanía de ponerse de pie.
Son incapaces de entender que Chávez no es una meta sino un camino, como Túpac Amaru, Sandino, Martí; como Fidel, el Ché, Evo o Correa, en este lado del mundo. En cada uno de ellos, el pueblo ama el tránsito, el ocaso. Ninguno de ellos buscó ni busca una razón “detrás de las estrellas” sino en cada uno de sus pueblos para que la tierra sea alguna vez de hombres libres.
Si algo identifica a Chávez en esta hora difícil para su salud es su voluntad de “ocaso”, el ser una flecha del anhelo de su pueblo y de América latina y el Caribe; de sentirse sin demasiadas virtudes porque con una sola le basta para colgar a la fatalidad.
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