Tras casi dos años de investigación, el juez chileno Mario Carroza ordenará en las próximas semanas la exhumación de los restos del poeta Pablo Neruda para disipar las dudas sobre su muerte. Así lo ha confirmado Fernando Sáez, director de la Fundación Neruda. La actuación judicial tiene su origen en una querella criminal presentada en mayo del 2011 por el Partido Comunista de Chile, del que el poeta fue senador y candidato presidencial, fundamentada en el testimonio de su último chófer, Manuel Araya, quien sostiene que Neruda fue asesinado por agentes del dictador Augusto Pinochet.
El poeta falleció en una clínica privada de Santiago de Chile el 23 de septiembre de 1973, doce días después del golpe de estado. Su funeral se convirtió, espontáneamente, en la primera manifestación popular contra la Junta Militar. El dolor y la solidaridad ante el terror pudieron más que el miedo. Su viuda, Matilde Urrutia, siempre sostuvo que su marido estaba profundamente afectado por la brutal represión desatada tras la muerte de su amigo Salvador Allende y que no le había matado el cáncer de próstata que padecía, como estableció el certificado de defunción, sino un paro cardiaco. El testimonio del chófer, que sospecha de una inyección letal, y un cúmulo de contradicciones entre los diferentes testimonios han influido en la decisión final del juez Carroza, que también optó, en el 2011, por exhumar el cadáver de Allende para confirmar su suicidio en La Moneda.
El entonces corresponsal de La Vanguardia en Chile, Alberto Míguez, en su crónica del 25 de septiembre de 1973, si bien constató que el poeta sufría un cáncer de próstata generalizado, también mencionó la inyección sobre la que recaen las sospechas: «La muerte le sobrevino al escritor a causa de un paro cardiaco, consecuencia a su vez de un inyectable calmante que le fue administrado». Entre las dificultades que ha tenido el juez Carroza en su investigación está el hecho de que ninguno de los tres centros médicos chilenos donde Neruda fue atendido en 1973 conserva su historial, pese a que es obligatorio por ley archivarlos al menos cuarenta años.
El mejor trabajo sobre esta cuestión es el libro Sombras sobre Isla Negra. La misteriosa muerte de Pablo Neruda (Ediciones B-Chile, 2012), de Mario Amorós. Se trata de un exhaustivo reportaje de investigación periodística, política e histórica en el que el autor ha interpelado a todos los testimonios existentes, contrastándolos con un importante trabajo de hemeroteca y archivo (la correspondencia de Neruda y Matilde Urrutia, por ejemplo) y el estudio minucioso de los más de 500 folios del sumario judicial. Amorós es especialista en la historia reciente de Chile. Entre sus obras destacan, también, A ntonio Llidó, un sacerdote revolucionario (PUV, 2007) o Compañero Presidente. Salvador Allende, una vida por la democracia y el socialismo (PUV, 2008). En estas páginas publicamos un reportaje suyo sobre las últimas horas de Pablo Neruda, ampliando la información esencial que aporta en su libro con documentación inédita a la que ha tenido acceso en las últimas semanas.
Sombras sobre Isla Negra es un trabajo que explora los claroscuros del final del poeta, sin poder ofrecer aún conclusiones, y rememora su postura pública en ese año decisivo y trágico de 1973, último de la Unidad Popular. Él temía para su pueblo un desastre como el de la Guerra Civil española, que tan profundamente le había marcado, como reflejó en su poemario España en el corazón . Neruda intuía la tragedia y fueron varias sus firmes declaraciones públicas en ese sentido. Amorós recoge las más significativas. En marzo de 1973, por ejemplo, en un discurso radiado afirmó: «Ellos quieren devolver a las compañías yanquis lo que Allende nacionalizó y entregar las tierras y las empresas a la explotación de unos pocos. Por eso, por recobrar intereses, quieren arrastrarnos a la guerra civil y mienten en forma masiva, deformando los hechos y desprestigiando al Parlamento». En agosto de 1973, en la que sería su última entrevista, declaró a la revista argentina Crisis: «Estamos en una situación bastante grave. Yo he llamado a lo que pasa en Chile un Vietnam silencioso en que no hay bombardeos, no hay artillería. Fuera de eso, fuera del napalm, se están usando todas las armas, del exterior y del interior, en contra de Chile… La derecha está tratando de provocar una insurrección criminal». Tampoco ahorró críticas al papel de EE.UU., la ITT y la CIA y para denunciar sus maniobras, en febrero de 1973, publicó un verdadero panfleto poético: Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena.
Hay otras razones que podrían alimentar la hipótesis del asesinato. Neruda estaba a punto de exiliarse a México, desde donde se habría convertido en un opositor incómodo. Cabe recordar que, en la Operación Cóndor, el régimen ordenó los asesinatos de destacados opositores en el extranjero, como Orlando Letelier en Washington en 1976, o el general Carlos Prats y su esposa en Buenos Aires, en 1974. Además, Neruda falleció en la clínica Santa María, donde, según ha podido probar la justicia chilena, en 1982 fue asesinado, por envenenamiento, el ex presidente Eduardo Frei, tras manifestar su oposición a la dictadura militar.
Neruda fue una víctima más de Pinochet. Así lo cree Amorós, muchos de los testimonios de sus últimos días y en cierto modo lo expresó también su viuda, Matilde Urrutia. La precipitación de su muerte podría deberse al efecto que le causó el golpe de estado y las noticias de la salvaje represión. El análisis de sus restos despejará, definitivamente, todas las incógnitas sobre su final. Y Pablo Neruda descansará, por fin, en paz. Cuarenta años después.