Homar Garcés
En Estados Unidos, como bien lo describe Pedro Ibáñez, “desde la conspiración comunista internacional de posguerra hasta la lucha contra el terrorismo de comienzos del siglo, la propaganda oficial de este país, en distintas épocas y con diferentes recursos, justifica el gasto militar, una política exterior intervencionista y el apoyo del pueblo estadounidense a un belicismo que sostiene al complejo militar industrial, cuyo fin es una perversa forma de desarrollar el capitalismo”. (El imperio antiheróico: entre la ficción y la mentira. Revista A Plena Voz, nº 55-56). Esto ha logrado que los ciudadanos estadounidenses, a pesar de lo cuestionable de las guerras emprendidas por sus gobiernos en los últimos veinte años, hayan terminado por legitimarlas, previendo una eventual amenaza exterior, convirtiendo en enemigos de su país a todo gobierno que no comparta sus criterios imperiales. De este modo, los distintos inquilinos de la Casa Blanca (desde Reagan hasta Obama) han compartido el inadmisible privilegio de ordenar guerras y operaciones militares en diversas latitudes, siempre invocando la guerra justa contra el terrorismo internacional como razón de Estado frente a un mundo que batalla contra una crisis cíclica del capitalismo que lo hace depender de una economía subsidiada por todos: la de Estados Unidos. Esta conexión entre economía y guerra es lo que le ha permitido a los grupos gobernantes de Estados Unidos erigirse como los amos y/o directores del sistema económico internacional, instituyendo un globalismo imperial que amenaza, incluso, con destruir todo vestigio de vida, dada su voracidad irracional de recursos naturales.
Para alcanzar sus mezquinos propósitos, el imperialismo global está perpetrando crímenes de lesa humanidad bajo la argucia de defender los derechos humanos, pisoteando la autodeterminación de los pueblos en nombre de la democracia e imponiendo sus mentiras como verdades inobjetables a través de los diferentes medios de comunicación a su servicio; todo ello con la innoble finalidad de causar un caos “constructor” de ese nuevo siglo estadounidense que se delineara tras el último gobierno de George W. Bush. Por eso, no debe sorprender a nadie las situaciones padecidas por Siria, Mali y otras naciones de la periferia capitalista, puesto que -simplemente- a esta nueva modalidad imperialista no le importa echar mano a los mismos recursos colonialistas de sus antepasados cuando sometieron y expoliaron los pueblos libres de África, Asia y América, disfrutando de la bonanza de sus suelos.-
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