Morsi Urja (Morsi, vete, en árabe), la consigna que repitieron cientos de miles de voces desde el 25 de enero de 2011 en ese mismo lugar, encabeza las que corean hoy decenas de miles de personas convocadas por el opositor Frente de Salvación Nacional (FSN).
«No tenemos nada contra (el presidente Mohamed) Morsi en persona, sino que nos oponemos a que escoja para todos los cargos importantes en el Poder Legislativo y el Gobierno a miembros de la Hermandad Musulmana».
Todos los accesos a la famosa plazoleta cairota son repletados por personas del mismo parecer, adversarios de lo que califican de creciente influencia de la Hermandad Musulmana (HM, islamistas) en la sociedad egipcia.
Las fuerzas del orden se mantienen alejadas del epicentro de las protestas, a pesar de que el Ministerio del Interior puso a sus fuerzas en alerta máxima y reforzó la custodia de los edificios públicos en previsión de actos de vandalismo.
Otra es sin embargo la atmósfera que se respira en la calle Qasr el Aini, apenas a 100 metros del centro de la plazoleta, donde la Policía dispara a discreción gases lacrimógenos contra manifestantes que tratan de penetrar un muro de bloques de concreto erigido para cerrar las calles que llevan a los edificios que albergan al Consejo de la Shura, la Asamblea Popular (cámaras alta y baja del parlamento) y el Ministerio del Interior.
Una densa nube de gases se esparce por un radio de varias decenas de metros y hace la zona intransitable, excepto para algunos curtidos manifestantes que se cubren los ojos y la boca con pañuelos y han aprendido a devolver las granadas lacrimógenas a quienes las lanzan.
De inmediato sólo existen versiones oficiosas, según las cuales por lo menos ocho personas han sido heridas por impactos de objetos contundentes o con síntomas de asfixia, pero a juzgar por el constante ulular de las sirenas de las ambulancias que entran y salen de la zona, el cómputo final será muy superior.
Protestas similares tienen lugar en otras ciudades del país, en un retorno a los turbulentos días de la última mitad de 2012, signados por constantes choques entre protestantes de uno y otro bando y la Policía.
A dos años del inicio de las multitudinarias protestas que obligaron a renunciar a Mubarak, su sucesor se encuentra en una situación similar, con la diferencia de que los miembros de la HM y de otras entidades islamistas lo apoyan a capa y espada, un factor que complica la crisis aún más, si posible fuera.
Esa polarización es el signo del Egipto actual y tras las manifestaciones de hoy, que continúan a la caída de la noche, es previsible que marque el futuro político inmediato de este país, sin que se avizore una fórmula de compromiso que logre el retorno de la calma.