El miércoles 24 de enero de 2013 han circulado en Madrid dos versiones de un mismo periódico. Los que madrugaron a comprar el diario El País fueron estafados porque les vendieron gato por liebre. En la primera página del tabloide hay una foto a cuatro columnas del presidente venezolano, Hugo Chávez, boquiabierto y sometido al imperio de los cirujanos, que resultó espuria pues se trataba de otra persona y en otro tiempo. En la segunda versión del periódico del grupo Prisa desapareció la foto de marras y el tema de Cataluña copó la portada. Una situación cómica, como salida de una película de Louis de Funès, fue la que vivieron los empleados encargados de distribuir los periódicos y quienes los expenden en los kioscos. Lleve, recoja y vuelva a llevar, les dijeron sus jefes.
Aquí vinieron esta mañana y se llevaron los periódicos con la foto de Chávez, me dice un uruguayo que administra un kiosco en la barriada de La Barceloneta. El problema es que el grupo Prisa no está para comedias sino para negocios y no sabe como deshacerse de varios líderes latinoamericanos que tiene entre cejas y, vaya coincidencia, los escogidos piensan y actúan como políticos de izquierda. De manera simplista el grupo Prisa ha dividido a los líderes latinoamericanos en ángeles y demonios. Para los primeros no hay más que lisonjas y buena prensa y para los segundos se valen de un cuarto bate o un bateador emergente para darles garrote. Entre sus víctimas están los presidentes de Bolivia, Argentina, Ecuador, Cuba, Nicaragua, Uruguay y por supuesto, el presidente Chávez, a quien ven como la quintaesencia del mal.
En uno de los primeros números de la revista Semana luego de su refundación en 1982 se planteó el tema del “Cuarto Poder”. Un asunto que ahora se mira como prehistórico pero en realidad no lo es. En efecto, en la edición número 17 de agosto de ese mismo año, aparecen en portada dos de los más emblemáticos periodistas colombianos que andaban escudriñando sobre el papel de los medios: Daniel Samper y Alberto Donadio. Un par de chismosos, decía una tía que ya murió, que andan metiéndose con todo el mundo. Si, estamos hablando de periodistas que no se estaban quietos y les fascinaba escarbar en las alturas del poder y luego contarle a los lectores, a la gente común y corriente, acerca de los negocios raros de fulanito o las maromas que hizo menganito para quedarse con el poder.
Eran otros tiempos, aducen los periodistas de hoy día cuando les reclaman más investigación y menos lambonería. De qué vamos a comer si nos ponemos a criticar a quienes nos pagan, dicen otros con justificada razón. Y si hablamos más de la cuenta nos cierran el pico a plomo como en Colombia y México, comentan sotto voce alguna joven promesa del periodismo atormentada por sus dilemas casuísticos. No la tienen fácil las nuevas generaciones de periodistas y hasta cierto punto hay que entenderlos pues no todos tienen pedigrí para decir o escribir lo que les viene en gana o el coraje de los corresponsales del semanario Voz para escribir desde el filo de una navaja.
Cuando los negocios van por delante del periodismo se vuelve cada vez más complicado escribir con independencia en los grandes medios, salvo que se tenga la mística y el arrojo de Rodolfo Walsh, desaparecido por los dictadores argentinos, para atreverse a publicar en cuartillas o medios alternativos, reportajes que tengan la objetividad y la estatura literaria de “Operación Masacre” o “Quién mató a Rosendo”. ¿Periodismo o negocios? ¡Averígüelo Vargas!
Partido Comunista de Colombia