Fundación Oswaldo Cruz
Rosa Blindada

Michael Löwy estuvo en Brasil a finales de 2012 para promocionar el libro “La teoría de la revolución en el joven Marx”, que fue publicado en Francia en 1970 y hasta ahora no se había editado en portugués.

Durante su estancia en Brasil participó en muchos eventos y trató temas diversos, como literatura y la cuestión ecológica. Nada que pueda sorprender en el perfil de un investigador que se mueve con desenvoltura entre el estudio de los clásicos y el análisis de la coyuntura actual, además de su militancia política de izquierda. En esta entrevista, echa mano de los conceptos que aprendió de los clásicos (principalmente Marx y Walter Benjamin) para discutir sobre la crisis que atraviesa el capitalismo y los movimientos reivindicativos que han surgido en las diferentes partes del mundo. Además, explica los principios y limitaciones del “ecosocialismo”, con la legitimidad que le otorga haber sido uno de los autores del Manifiesto que lo defiende.

Brasileño residente en Francia desde 1969, Löwy es director de investigaciones en el CNRS, profesor en la Écoles de Hautes en Sciences Sociales. Sólo en portugués es autor de más de 20 libros.

¿Cómo la teoría de la revolución del joven Marx, de la que trata en su libro, nos ayuda a entender el momento actual, con movilizaciones de indignados en el Estado español, Grecia y otros países de Europa, además de los movimientos de “ocupación” en varios lugares del mundo? ¿Son movimientos anticapitalistas?

Los movimientos de los “Indignados” se oponen a las políticas dictadas por el capital financiero, por la oligarquía de los bancos y aplicadas por los gobiernos de corte neoliberal, cuyo principal objetivo era hacer que los trabajadores, los pobres, la juventud, las mujeres, los pensionistas y jubilados (esto es, el 99% de la población) paguen la cuenta de la crisis del capitalismo. Esta indignación es fundamental. Sin indignación, nada grande y significativo ocurre en la historia de la humanidad. La dinámica de estos movimientos es de una creciente radicalización anticapitalista, aunque no siempre de forma consciente. Es en el curso de su acción colectiva, de su práctica subversiva, que estos movimientos pueden tomar un carácter radical y emancipador. Es lo que explicaba en su teoría de la revolución, inspirada por la filosofía de la praxis.

Marx escribió en el siglo XIX. Las revoluciones socialistas a las que asistimos sucedieron en el siglo XX. La diferente forma en que se materializaron las revoluciones, ¿en qué influye a la hora de entenderlas en los siglos XIX, XX y XXI?

Las revoluciones siempre toman formas imprevistas, innovadoras, originales. Ninguna se parece a la anterior. La Comuna de París (1871) fue un formidable levantamiento de la población trabajadora de la gran ciudad y la Revolución rusa fue una convergencia explosiva entre el proletariado urbano y las masas campesinas. En las demás revoluciones del siglo XX, desde la mexicana de 1911 hasta la cubana de 1959, o en las revoluciones asiáticas (China, Vietnam), fueron los campesinos el principal sujeto en el proceso revolucionario. No podemos prever como serán las revoluciones del siglo XXI; sin duda, no se repetirán las experiencias del pasado. Por otro lado, existe lo que Walter Benjamin llamaba la “tradición de los oprimidos”: la experiencia de la Comuna de París inspiró a la Revolución Rusa y aun hoy en día es un ejemplo de autoemancipación revolucionaria de las clases subalternas.

Con la crisis capitalista de 2008 y la intervención de los estados para salvar la economía de los países, se acreditó que la era neoliberal había llegado a su fin. Entretanto, se ha intensificado cada vez más la destrucción de los derechos conquistados como el estado del bienestar social, como hemos visto suceder en Europa (Francia, ahora España). ¿Qué significa esto?

La intervención de los estados no significó de forma alguna el fin del neoliberalismo. El único objetivo de la intervención era salvar a los bancos, salvar la deuda y asegurar los intereses de los mercados financieros. Para este objetivo, fueron sacrificadas las conquistas de decenas de años de lucha de los trabajadores: derechos sociales, servicios públicos, pensiones y jubilaciones, etc. Para la lógica de plomo del capitalismo neoliberal, todo esto son “gastos inútiles”.

Un antiguo debate en la izquierda versa sobre la relación entre revolución y reforma. En el contexto de finales del siglo XX y principios del XXI, con situaciones como, por ejemplo, la victoria electoral de partidos de izquierda en América Latina e incluso en algunos países de Europa retornan la cuestión. ¿Cómo analiza esa relación hoy en día?

Rosa Luxemburgo ya había explicado, en su hermoso libro “¿Reforma o revolución?” (1899), que los marxistas no están en contra de las reformas; al contrario, apoyan cualquier reforma que sea favorable a los intereses de los trabajadores: salario mínimo, seguro médico, seguro de desempleo, por ejemplo. Simplemente, recordaba ella, no podemos llegar al socialismo por la acumulación gradual de reformas; sólo una acción revolucionaria, que derribara el muro de piedra del poder político de la burguesía, podría iniciar una transición al socialismo. El problema de la mayoría de los gobiernos de centro-izquierda, tanto en Europa como en América Latina, es que las “reformas” que aplican son muchas veces de corte neoliberal: privatizaciones, degradación de la situación de los pensionistas, etc. Se tratan de variantes del social-liberalismo, que aceptan el cuadro económico capitalista, pero al contrario que el neoliberalismo reaccionario, tiene algunas preocupaciones sociales. Es el caso de los gobiernos de Lula-Dilma en Brasil. Me temo que en el caso de Francia (François Hollande, recientemente elegido), ni siquiera llegue hasta ahí.

Un desafío para la izquierda que llegó al poder en América Latina ha sido equilibrar la dependencia económica de la explotación de los recursos naturales (como el petróleo en Venezuela o el gas natural en Bolivia) con la tentativa de superación de la lógica capitalista de destrucción del medio ambiente. En su opinión, ¿es posible ese equilibrio?

Contrariamente a los gobiernos social-liberales, los de Venezuela, Bolivia y Ecuador han estado llevando adelante una verdadera ruptura con el neoliberalismo, enfrentando a las oligarquías locales y al imperialismo. Pero para su propia supervivencia económica y para financiar sus programas sociales, dependen de la explotación de energías fósiles (petróleo, gas), que son los principales responsables del desastre ecológico que amenaza el futuro de la humanidad. Es difícil exigir a estos gobiernos que dejen de explotar estos recursos naturales, pero podrían utilizar una parte del rendimiento del petróleo para desarrollar energías sostenibles (lo que hacen muy poco). Una iniciativa interesante es el proyecto “Parque Yasuní”, en Ecuador, una propuesta de los movimientos indígenas y de los ecologistas asumida, después de algunas dudas, por el gobierno de Rafael Correa. Se trata de preservar una vasta región de bosques tropicales, dejando el petróleo bajo tierra, pero exigiendo, al mismo tiempo, que los países ricos paguen la mitad del valor (9 millones de dólares) de ese petróleo. Hasta ahora, no hubo iniciativas comparables en Venezuela o Bolivia.

¿La crítica de destrucción del medio ambiente como intrínseca del capitalismo ya estaba presente en Marx?

Muchos ecologistas critican a Marx por considerarlo un productivista, tanto como los capitalistas. Tal crítica me parece completamente equivocada: al hacer una crítica al fetichismo de la mercancía, es justamente Marx quien hace la crítica más radical a la lógica productivista del capitalismo, la idea de que la producción de más mercancías es el objetivo fundamental de la economía y la sociedad. El objetivo del socialismo, explica Marx, no es producir una cantidad infinita de bienes, sino reducir la jornada de trabajo, dar al trabajador tiempo libre para participar en la vida política, estudiar, jugar, amar… Por lo tanto, Marx nos dota de las armas para una crítica radical del productivismo y, en concreto, del productivismo capitalista. En el primer volumen de El Capital, Marx explica como el capitalismo agota no sólo las energías del trabajador, sino también las propias fuerzas de la Tierra, esquilmando las riquezas naturales, destruyendo al propio planeta. Por lo tanto, esa perspectiva, esa sensibilidad está presente en los escritos de Marx, aunque no haya sido suficientemente estudiada.

El ‘Manifiesto Ecosocialista’, que usted ayudó a escribir en 2001, dice que el capitalismo no es capaz de resolver la crisis ecológica que produce. ¿Cómo analiza usted las soluciones a ese problema que presenta el propio capitalismo, como es el caso de la economía verde?

La así llamada “economía verde”, propagada por los gobiernos e instituciones internacionales (Banco Mundial, etc), no es otra cosa que una economía capitalista de mercado que busca traducir en términos de lucro y rentabilidad algunas propuestas técnicas “verdes” bastante limitadas. Claro, tanto mejor si alguna empresa trata de desarrollar la energía eólica o fotovoltaica, pero esto no traerá modificaciones sustanciales si no viene acompañado de drásticas reducciones en el consumo mercantil y rentabilidad del capital. Otras propuestas “técnicas” son aun peores. Por ejemplo, los famosos “biocombustibles” que, como dice Frei Betto, deberían ser llamados “necrocombustibles”, porque tratan de utilizar suelos fértiles para producir pseudogasolina “verde”, para llenar los depósitos de los coches, en vez de llenar los estómagos de los hambrientos de la tierra.

¿Es posible implementar una perspectiva como la del ecosocialismo en el capitalismo?

El ecosocialismo es anticapitalista por excelencia. Como perspectiva, implica la superación del capitalismo, ya que se propone como una alternativa radical a la civilización capitalista/industrial occidental moderna. Por otro lado, la lucha por el ecosocialismo comienza aquí y ahora, en la convergencia entre las luchas sociales y ecológicas, en el desarrollo de acciones colectivas en defensa del medio ambiente y los bienes comunes. Es a través de estas experiencias de lucha, de autoorganización, como se desarrollará la conciencia socialista y ecológica.

La perspectiva ecosocialista presupone una crítica a la noción de progreso. ¿En qué consiste esta crítica?

Walter Benjamin insistía, con razón, en que el marxismo necesitaba librarse de la ideología burguesa del progreso, que contaminó la cultura de amplios sectores de la izquierda. Se trata de una visión de la historia como proceso lineal, de avance, llevando, necesariamente, a la democracia, al socialismo. Estos avances tendrían su base material en el desarrollo de las fuerzas productivas, en las conquistas de la ciencia y la técnica. En ruptura con esta visión (poco compatible con la historia del siglo XX, de guerras imperialistas, fascismo, masacres, bombas atómicas), necesitamos una visión radicalmente distinta del progreso humano, que no se mide por el PIB, por la productividad o por la cantidad de mercancías vendidas y compradas, sino por la libertad humana, por la posibilidad, para los individuos, de realizar sus potencialidades; una visión para la cual el progreso no es cuantificable en bienes de consumo, sino en calidad de vida, en tiempo libre (para la cultura, el ocio, el deporte, el amor, la democracia) y una nueva relación con la naturaleza. Para el ecosocialismo, la emancipación humana no es una “ley de la historia”, sino una posibilidad objetiva.

¿Cuáles son las principales diferencias entre el ecosocialismo y la forma como el socialismo real lidió con los problemas ambientales? Y la socialdemocracia, ¿consiguió construir alternativas a esa lógica destructiva del capital?

El así llamado “socialismo real” (muy real, pero poco socialista) que se instaló en la URSS sobre la dictadura burocrática de Stalin y sus sucesores trató de imitar el productivismo capitalista, con resultados ambientales desastrosos, tan negativos como su equivalente en Occidente. Lo mismo vale para los otros países de la Europa Oriental y para China. Las intuiciones ecológicas de Marx fueron ignoradas y se llevó a cabo una forma de industrialización forzosa, copiando los métodos del capitalismo. La socialdemocracia es otro ejemplo negativo: no intentó cuestionar el sistema capitalista, limitándose a una gestión más “social” de su funcionamiento. Incluso en los países en los que gobernó en alianza con los partidos verdes, la socialdemocracia no fue capaz de asumir ninguna medida ecológica radical. El ecosocialismo corresponde al proyecto de un socialismo del siglo XXI, que se distingue de los modelos que fracasaron en el transcurso del siglo XX. Esto implica una ruptura con el modelo de civilización capitalista y propone una visión radicalmente democrática de la planificación socialista y ecologista.