Cuando nos conectamos a internet es muy probable que entre las primeras acciones efectuadas estén revisar nuestro correo, abrir una determinada red social y visitar algunas páginas en particular. Es más, producto de la disociación cognitiva fomentada por el capitalismo, solemos pensar que siempre ha sido así. Las únicas diferencias notadas son: cuando alguien crea otra red social, se diseñan páginas nuevas o alguna controversia circula por el ciberespacio, pero la estructura –sobre todo, la mentalidad inmersa en dicho espacio– ha sido la misma.
Sin embargo, la historia de internet nos muestra dos realidades: la primera es que en un principio no fue pensado con ese fin social y segunda, su planteamiento no tuvo nada de neutral.
Al inicio de la década de los años 60, el Departamento de Defensa de Estados Unidos, en pleno contexto de la Guerra Fría, se propuso desarrollar un sistema de telecomunicaciones que pudiera mantenerse operativo ante la posibilidad de un holocausto nuclear que destrozara todo el andamiaje comunicacional. En 1964, Paul Baran, en el marco de una investigación para la United States Air Force, diseñó una red computada autárquica que posibilitó el intercambio de mensajes fragmentarios, con la ventaja de que si alguno de éstos era destruido, no se afectaba el sistema global en su conjunto. Para ese tiempo recibió el nombre de Arpanet.
Vemos entonces, cómo internet no fue para nada algo neutral, sin matiz ideológico, sino que pretendía erigirse como instrumento de dominación de clase, vía establecimiento de un sistema de telecomunicaciones para la defensa de la formación imperial.
No obstante, en su posterior desarrollo tecnológico estuvieron implicadas las universidades y grupos de científicos e investigadores. Sucedió algo bastante peculiar: se empezó a asentar un profundo espíritu colaborativo que permitió una mayor difusión de la red de redes, su enriquecimiento en términos de programación y de las herramientas y posibilidades que ofrecía. Es así como, la malmirada cultura hacker –que no es otra cosa sino el establecimiento de relaciones horizontales basadas en el mutuo compartir, abierto y sin restricciones de nuestros conocimientos–fue la base de lo que hoy conocemos como internet.
En síntesis, se registran cuatro momentos en el desarrollo de internet: el primero, ubicado en la década de los años 60 en Estados Unidos y se caracterizó por una profunda ideología imperial de fondo. El segundo, situado entre Europa y Estados Unidos en los años 80, diferenciado por una mentalidad cooperativa. Un tercero, en la década de los años 90, distinguido por la expansión del servicio y el predominio de los usos comerciales (consumismo tecnológico). El cuarto localizado en nuestros días, caracterizado por la coexistencia entre el predominante uso comercial y la emergencia del uso político. Esto último nos ha permitido plantear tanto en el debate como en la práctica, la posibilidad de tomar a internet como una herramienta contrahegemónica.
La producción de una determinada tecnología se encuentra condicionada por el momento histórico del cual emerge, es decir, el estado de la correlación de fuerzas para ese momento y los intereses en pugna que se aprecian en una determinada formación social.
Visto el panorama, a internet la atraviesan dos discursos extremos: la tecnofilia, esa sensación de creer que el mero acceso a las tecnologías ya resuelve todos los problemas históricos de dominación y desigualdad que sufren los pueblos del sur global; y la tecnofobia, esa intransigencia a no ver posibilidades de acción colectiva en un espacio que permite visibilizar múltiples voces. En aras de fomentar el espíritu crítico, es necesario dejar por sentado que nuestra praxis transformadora tiene incidencia directa en el plano físico, offline, pero que el estar en línea nos permite difundir nuestras acciones, organizaciones y propuestas para mostrar a toda la humanidad la posibilidad de una sociedad no capitalista.
SOFTWARE PROPIETARIO VS SOFTWARE LIBRE
Básicamente lo conocido como software es lo ubicado detrás de esas ventanas que vemos con una serie de opciones para hacer clic, y los múltiples programas que usamos en nuestras computadoras: el código o lenguaje de programación.
La diferencia entre el software privativo y el software libre va más allá del asunto técnico sobre si el código fuente es abierto o no, es decir, de acceso para todas y todos. El contraste fundamental entre estos tipos de software es la mentalidad, la visión de mundo, sociedad y conocimiento que representan. El software privativo confina, monopolizando el conocimiento en pocas manos (y empresas), perjudicando el desarrollo colectivo; mientras que el software libre se sustenta en relaciones horizontales y descentralizadas que potencian la innovación y la creación.
Creación colectiva, distribución gratuita y uso ilimitado son las características que definen al software libre.
En el software privativo la creación es obra de “genialidades”, individualidades enaltecidas, la distribución posee costos elevados y el uso está controlado. Las empresas expanden su control sobre el software más allá de la venta del mismo. Lo que adquirimos con el software privativo son licencias de uso que restringen nuestra capacidad de acción. Somos testigos de cómo para realizar alguna función en particular se necesita actualizar el software, y esta actualización tiene altos costos. Peor aún, las versiones beta de un determinado programa tienen todas las funciones disponibles, pero por un lapso corto, pasado ese plazo se deben pagar altos precios por adquirir el software.
Ese escenario genera relaciones de dependencia en comparación con el espíritu solidario, cooperativo, de transparencia y libertad que promueve el software libre. En éste se redefine la noción del usuario-consumidor (como ente pasivo) en un sujeto activo: productor-creador.
Con base en lo expuesto sobre el software libre, bien podemos constatar que estamos ante la utopía concretada en el plano digital: la unión libre de trabajadoras y trabajadores motivados por el bien común, y concibiendo al trabajo como un grato deber social. El software libre representa un cuestionamiento a la propiedad privada en el ámbito informático y viendo todo lo que constituye, simboliza también una crítica contrahegemónica a todo el sistema capitalista en su conjunto.
Sigamos avanzando en concretar en el plano material lo que se vislumbra con el software libre, materializar lo que representa la esperanza de los pueblos: otro mundo y otra sociedad posible, pensada desde lo humano y ajena a la lógica del capitalismo.
El autor es estudiante de Sociología de la UCV /mjgl1189@gmail.com