Ya transcurrieron 52 años desde el primer debate televisado en la historia de los Estados Unidos cuando el 26 de setiembre de 1960 dos jóvenes y carismáticos candidatos: John Fitzgerald Kennedy por los demócratas y Richard Nixon por el Partido Republicano se enfrentaron entre sí frente a millones de televidentes.
Ambos acordaron realizar tres debates. Aquel primer encuentro atrajo una audiencia sin precedentes de unos 77 millones de norteamericanos, es decir un 60 por ciento de la población adulta.
Lo curioso fue que los televidentes dieron a Kennedy como ganador y los radio oyentes optaron por Nixon. En las elecciones el demócrata Kennedy ganó y desde allí se estableció como casi una regla implícita que se haya adjudicado a la televisión un papel determinante en la contienda presidencial.
En este medio siglo, el debate televisado de los candidatos se convirtió en una rutina que ya no llama tanto la atención del pueblo como lo demostró el reciente primer debate entre el presidente Barack Obama y su oponente republicano Mitt Romney. Solamente unos 58 millones de personas estuvieron pendientes del encuentro. Si tomamos en cuenta que la población total de los Estados Unidos es de 312 millones de habitantes y de ellos 219 millones son adultos, llegaremos a la conclusión que solamente 18 por ciento de los adultos estaban atentos al debate.
Esta indiferencia explica la desilusión del pueblo con los políticos y sus programas. Saben perfectamente que después de las elecciones lo prometido es olvidado y así lo han demostrado prácticamente todos los presidentes. Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama ofrecieron durante sus campañas electorales solucionar el problema de los inmigrantes hispanos indocumentados, cuyo número es superior al 12 millones de personas.
Han pasado 22 años y las promesas ya se han envejecido sin que ningún líder se haya atrevido a resolver este problema que está afectando prácticamente a todas las familias de inmigrantes establecidos legalmente en el país pues en cada familia hay alguien que tiene dificultades con los documentos.
La misma indolencia han mostrado los líderes del país con la clase media norteamericana y en especial, con la generación de Babyboomers, los que nacieron después de la Segunda Guerra Mundial y que han comenzado a pasar al retiro en el 2010, justamente en el apogeo de la crisis económica que afectó drásticamente sus ahorros y sus planes de un descanso merecido.
Una peor perspectiva se divisa y ya se palpa para la Generación del Milenio, llamada por la revista Newsweek “Generación Frustrada” (“Screwed Generation”), representada por los jóvenes entre 18 y 29 años de edad, cuyo índice de desempleo es mayor de un 20 por ciento. Y ni que decir de los jóvenes afroamericanos que tienen inclusive mayor dificultad de encontrar trabajo.
Lo trágico de toda esta situación que ninguno de los candidatos tiene un sólido programa para salir de la crisis. Mitt Romney durante varios meses estaba abogando por el recorte general de impuestos en 20 por ciento lo que ocasionaría en 10 años un déficit de ingresos en cinco millones de millones de dólares. También prometió aumentar los gastos militares a dos millones de millones de dólares frente a los actuales directos e indirectos que son superiores a un millón de millones de dólares anuales. Pero parece que durante el último debate se olvidó de este plan diciendo que no tenía ningún proyecto de recortar los impuestos.
Es decir, miente abiertamente como si el pueblo norteamericano fuera ignorante. Tampoco se acordó de su desprecio hacia el 47 por ciento de los norteamericanos que no paga impuestos. Lo extraño es que a pesar de todos sus incoherencias y mentiras los medios de comunicación le adjudicaron una victoria en el debate con Barack Obama aparentemente debido a su tono más seguro y agresivo durante aquel encuentro.
Barack Obama tampoco ha mostrado durante su campaña electoral una coherencia y claridad respecto a las medidas que planifica tomar para sacar a Norteamérica de la severa crisis económica. Lo único que ha hecho hasta ahora es aumentar la velocidad de la impresora de dólares y de aplicar tres programas de Flexibilización Cuantitativa (Quantitative Easing: QE1, QE2 y QE3) facilitando en total una aportación de más tres millones de millones de dólares a los bancos con un cero por ciento de interés para que los últimos hagan reactivar la economía.
Por supuesto que los bancos se aprovecharon para hacer “trabajar” estos aportes de dinero en la bolsa de valores aumentando aún más su capital. A la vez las corporaciones, las que todavía existen en los Estados Unidos, no han utilizado los créditos nuevos para aumentar puestos de trabajo sino para robotizar más el proceso productivo.
Todo este proceso está creando una disparidad más alarmante cada año en el ingreso y la distribución de la riqueza en el país. Durante los últimos 20 años no hubo ningún mejoramiento económico para una típica familia norteamericana, registrándose desde el 2007 un visible empeoramiento. En 2011 seis herederos de la cadena de tiendas Wal-Mart poseían unos 70 mil millones de dólares equivalentes a la riqueza total de 63millones de norteamericanos ubicados en la parte baja de la pirámide social.
Actualmente el destino de los jóvenes en Norteamérica depende cada vez más del ingreso de sus padres, lo que ha producido, de acuerdo al Premio Nobel en la Economía Joseph Stiglitz, la “muerte del mito norteamericano”.
Lo trágico que este sistema de desigualdad en la distribución de la riqueza se está reproduciendo cada vez con mayor fuerza por la elite del país debido a la manipulación económica originada por su sector financiero cuyas sólidas contribuciones a los políticos le permite definir las normas de las leyes para acomodar sus intereses.
En el libro “Imperio Privado” de Steeve Call, el presidente de ExxonMobil entre 1995 y 2003, Lee Raymond declaró que “los lobistas de Exxon moderaron a su favor a la política exterior estadounidense, así como modificaron las regulaciones sobre la economía, el medio ambiente o la industria química”.
A cambio de permitir a la elite comprar las leyes, los políticos están recompensados por unas generosas donaciones de las corporaciones. Esto se ve a través del incremento de costo electoral. En 1960 se gastó durante la campaña electoral presidencial entre 10 a 15 millones de dólares para ambos candidatos mientras que el costo de la actual contienda está superando 2,5 mil millones de dólares, es decir más de mil millones para cada candidato.
Si no se recolecta esta cantidad no habría la posibilidad no solamente no ganar sino simplemente participar en la campaña electoral. Así se reproduce este círculo vicioso donde el poder político está subordinado a los intereses de la elite y el pueblo se queda marginado y olvidado.
El economista George Stiglitz dio un ejemplo de cómo funciona este sistema del embudo pues durante una reciente entrevista publicada por la revista alemana Der Spiegel. Contó que “en 2008, el presidente George W. Bush explicó que el gobierno no tenía suficiente dinero para dar un seguro médico a los niños norteamericanos pobres, es decir unos cuantos mil millones de dólares al año, sin embargo cuando una de las aseguradoras norteamericanas más grandes en el mundo American International Group (AIG) entró en la crisis, inmediatamente transfirió 150 mil millones de dólares para evitar su quiebra. Esto significa que algo está errado en el sistema político que está funcionando a base de “un dólar – un voto” en vez de “una persona – un voto”.
Parece que tanto Barack Obama como Mitt Romney “no se han dado cuenta de esta realidad” y aparentemente “no saben” cómo sacar el país de la crisis. Para Stiglitz, Estados Unidos tiene todas las facilidades para prestarse el dinero con un cero de interés e invertirlo en la creación de puestos de trabajo.
Numerosos otros profesionales como por ejemplo, Karen Dolan sugiere que se puede obtener 325 mil millones de dólares al año poniendo un pequeño impuesto en derivativos, otros tantos en incrementando el impuesto que pagan los ejecutivos a nivel de sus secretarias. El recorte definitivo de las bases militares en Irak y el cierre de la tercera parte de las bases militares norteamericanas en el mundo traerán unos 130 mil millones de dólares adicionales y así sucesivamente. Todo depende de la voluntad de los gobernantes de hacerlo.
Faltando dos día para el segundo debate entre Barack Obama y Mitt Romney dedicado a la política exterior, valdría la pena hacerles recordar a los dos candidatos que la economía norteamericana está seriamente debilitada y ya es hora de dedicarse a solucionar los problemas internos en vez de seguir lanzándose a las aventuras en el exterior haciendo guerras e instalando gobiernos satélites. Llegará el momento cuando el electorado cansado de buscar cómo sobrevivir en la crisis, se lanzará a la calle como lo está haciendo en Europa.
La globalización ya ha superado el período unipolar abriéndose el mundo cada vez al sistema multipolar basado en la interdependencia, tecnología y política que son incompatibles con la hegemonía de un país. El mundo ya está listo para una real “peresagrusca” ( término ruso respecto a la política de acercamiento entre los pueblos), solamente faltan líderes que no tengan miedo para ponerla en marcha. Recién entonces nuestro sufrido planeta podrá dar un respiro de paz dejando atrás las paranoias de ahora.