Ángel Guerra Cabrera
El pretexto de Israel en esta ocasión para poner en marcha los inclementes ataques aéreos y de artillería contra Gaza es defenderse de los misiles caseros, o muy imprecisos, lanzados desde allí contra el sur de Israel por la resistencia palestina y que según Obama y Netanyahu “ningún país de la tierra aceptaría”. Por supuesto, Obama añade el “apoyamos el derecho de Israel a defenderse”, la muletilla políticamente correcta para todo político estadunidense. Lo que nos lleva a la falsa idea machacada durante décadas por la cultura y los medios de difusión dominantes de que los palestinos son sanguinarios asesinos terroristas que agreden a pacíficos colonos israelíes. Otra y mucho más compleja es la historia que se oculta e intento sintetizar en unas líneas.
Con la noción justa de reparar a las víctimas del holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial se abrió la puerta a una solución que en su propia esencia constituía la negación de su proclamado objetivo. Y es que al decretar el surgimiento de un estado hebreo en tierras habitadas durante al menos veinte siglos por el pueblo de Palestina, de hecho se estaba consagrando el advenimiento de una entidad de raíz necesariamente racista, excluyente y colonialista. Llamada, por su propia dinámica ultranacionalista/ sionista a expulsar a ese pueblo de su patria, recluyendo a muchos de sus hijos indefinidamente en campos de refugiados dentro o fuera de Palestina, a privándolo de sus hogares y granjas ancestrales mediante el uso del terrorismo. Terrorismo de las organizaciones armadas sionistas antes de la partición por la ONU de Palestina y desde 1948 terrorismo del Estado de Israel, principalmente contra la población civil palestina.
Paradojas de la historia, el liderazgo de Israel estrechó relaciones rápidamente y unió su suerte hasta convertirse en su gendarme en el Medio Oriente, con la potencia genocida de Hiroshima y Nagasaky, de Vietnam, Cuba, Panamá, Irak y Afganistán, saqueadora y violenta contra los pueblos, como bien sabemos en América Latina y el Caribe. Mientras, la conducta del gobierno de Tel Aviv hacia los palestinos se ha ido pareciendo cada vez más a la de los victimarios nazis de sus antecesores en la Europa de las décadas de los treinta y cuarenta del siglo 20.
El problema fundamental de la franja de Gaza es el bloqueo de Israel, que impide la llegada de lo más indispensable para la vida al más de un millón 700 mil palestinos que se hacinan en 360 kilómetros cuadrados. Personas honestas, como Noam Chomsky, han dicho que es la mayor prisión del mundo al aire libre. Pero más propio sería calificarla de campo de exterminio, al que el Estado hebreo solo permite llegar el agua y la comida calculada científicamente para que sus habitantes apenas sobrevivan. El móvil de las flotillas organizadas por abnegados activistas solidarios, y reprimidas sistemáticamente por Tel Aviv es llamar la atención sobre este crimen de lesa humanidad.
Israel ha aceptado una tregua cuando entrego este artículo pero no quiere una paz verdadera. Por eso comenzó la operación de los últimos días asesinando a Ahmed Yabari, no un terrorista como dijeron sino el jefe militar de Hamás, que sí quería la paz -con dignidad, claro-, y conversaba con un enlace israelí para llegar a un acuerdo de alto al fuego.
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