Su palabra fluye caudalosa, vehemente, con un inconfundible acento azteca, pese a que hace varios años que vive en Buenos Aires. Fernando Buen Abad Domínguez (México DF, 1956) es doctor en Filosofía, especialista en teoría y filosofía de la comunicación, y miembro del Comité Consultor de Telesur.

El filósofo mexicano estuvo en Rosario participando en una charla-debate sobre “Comunicación en Latinoamérica: disputa simbólica y política para la soberanía cultural”, organizada por la Corriente Peronista Descamisados y la Corriente Socialista El Militante. El encuentro se realizó en la Facultad de Ciencia Política de la UNR, precisamente en la tarde del polémico 8-N.

Antes de su participación en el panel, Buen Abad Domínguez mantuvo una charla con La Capital, en la que hizo un pormenorizado análisis en torno a la puja que se está desarrollando entre el gobierno de Cristina Fernández y el Multimedios Clarín respecto de la Ley de Medios. Aprobada luego de un extenso debate y con amplias mayorías en el Congreso de la Nación en octubre de 2009, para el ensayista azteca la norma “debe ser una fortaleza política movilizadora”.

—Tal como definiera Antonio Gramsci y luego profundizara Louis Althusser (y de manera más clara y contundente en el capitalismo globalizado), la lucha de clases por la hegemonía se está dando en el «campo de batalla» de los medios masivos de comunicación. ¿Cómo ve ese fenómeno en el caso de la Argentina?

—Creo que lo que vemos es más bien el espejo de una agudización que se está dando en otros campos, como es el caso de la agresión sistemática contra la clase trabajadora; o como el del saqueo cada vez más demencial de los recursos naturales, y eso tanto aquí como en el resto del mundo. Esto ha tenido necesariamente un correlato en el escenario de los aparatos comunicacionales de las oligarquías. También se verifica una expresión al interior de esas estructuras mediáticas, protagonizada ciertamente por una parte de sus trabajadores. Estos viven bajo presión y chantaje, en condiciones laborales absolutamente deleznables, en las que ven agudizadas esas pujas propias de la lucha de clases. Están obligados a hacer cosas con las que no están de acuerdo, no solamente por convicción sino por identidad incluso de clase, de lucha y de militancia. Hay otra dimensión de esa lucha, que es la de la mayoría de la sociedad contra los aparatos de comunicación de la burguesía. Estos presentan cada vez con mayor claridad el abismo entre un proyecto de profundización del modelo depredador neoliberal, frente a un clamor mundial que aspira a avanzar en los proyectos democráticos. Estos tratan de ir desarticulando todos esos factores propios de la gran crisis del capitalismo, que presenta hoy fases agudas y complejas en su descomposición.

—Los elementos mencionados pueden rastrearse en los sistemas de comunicación a nivel planetario, con particular virulencia en Europa central frente a la consolidación de los movimientos contrahegemónicos que protagonizan los «indignados»…

—Ocurre que la estructura oligárquica en materia de comunicación ha crecido de manera muy anárquica a lo largo del siglo XX. Ha sido un crecimiento llevado por la vorágine del control de los mercados comunicacionales. Eso ha suscitado las propias guerras que conocemos entre las burguesías nacionales frente a los proyectos transnacionales de comunicación. Hemos visto la necesidad de apuntalar toda la estrategia de control de mercados a través de las herramientas comunicacionales, para profundizar el consumismo más desaforado. El capitalismo central atraviesa una terrible crisis de sobreproducción, y necesita colocar sus mercancías a como dé lugar. Las grandes cadenas comunicacionales van avanzando en su organización, haciendo un trabajo de unidad de discurso, de acompañamiento y de alianzas, de compras y recompras, para consolidar sus estructuras monopólicas u oligopólicas. Por eso es que vemos en sincronía el discurso del diario El País (España), con el de Clarín (Argentina), el de El Mercurio (Chile), el del Excelsior (México), y el de El Comercio (Perú).

—Es notable la coincidencia entre grandes propietarios de cadenas mediáticas que a su vez son líderes de la oposición de derecha a las democracias de avanzada en Latinoamérica, como el caso de Henrique Capriles en Venezuela, que acaba de perder la elección ante Hugo Chávez…

—Sí. También se ve en Manuel Santos (Colombia) y Enrique Peña Nieto (México). Ellos están dando la lucha ideológica, en el campo de batalla de las ideas.

—El manejo de las herramientas de comunicación alternativas (como el caso de las redes sociales, en especial Facebook) ha tenido una importancia decisiva para la oposición de derecha argentina en la convocatoria al «cacerolazo» del 8-N contra el gobierno de Cristina Fernández…

—Está claro que todo lo que implique incrementar el «malestar» o los «discursos del malestar» (que no es lo mismo), para hacerles sentir a los trabajadores y en general al pueblo que esto es un «desastre», que no hay gobierno que «ordene», que no hay «autoridad» y sí «vacío de poder», va a ser usado por la derecha desestabilizadora y destituyente. Toda esta profundización de una «sensación de caos» (que cumple puntillosamente con los pasos del “Golpe suave”, ese «Evangelio del golpismo» que concibiera Gene Sharp) se aplica como un libreto por ciertos sectores de las corporaciones, de la burguesía más concentrada. Pero esto no es un problema sólo de la derecha vernácula o de cabotaje de la Argentina, expresada en estos «cacerolazos». Es una herramienta que ha proliferado en las derechas de todo el continente.

—Haciendo historia, hasta podemos incluir el «cacerolazo» que le propinó la burguesía chilena a Salvador Allende, previo al golpe del 11-S de 1973…

—Exactamente. A estos actos simbólicos de la derecha hay que oponer la exigencia de una explicitación de su discurso político.

—La oposición de centro-derecha argentina no encuentra su rumbo, ni un líder aglutinador. Francisco De Narváez, ese Capriles devaluado que ostenta la derecha del peronismo, no se cansa de clamar por un frente unitario de la oposición «en defensa de la propiedad privada»…

—Son gestos de profunda desesperación. Son individuos incapaces de organizar una «piñata» en su casa con sus amigos. La capacidad de movilización popular o social que tienen es absolutamente raquítica. Sienten que deberían ser los dirigentes representativos de quién sabe qué grupos empresarios, pero no han logrado cohesionar políticamente a esos sectores, ni establecer un proyecto con cierta profundidad teórica sobre el Estado.

—¿Cómo analiza el caso del PRO macrista, que convoca a los «caceroleros»?

—En una actitud más bien de conspiración que de construcción política. Tal como también se observó en Venezuela con Capriles, el PRO demuestra una brutal incapacidad organizativa y de comprensión de la realidad política, de la necesidad histórica de un continente que tiene que poner a salvo sus recursos naturales, y aportar fortaleza a la clase trabajadora. Las condiciones en que ellos creen que pueden seguir reinando ya se agotaron. Son fuerzas con un pensamiento absolutamente golpista, con una base de sesgos fascistas muy llamativos. Hoy hay una demanda y un nivel de discusión política totalmente distintos.

—No logran articular un programa común para enfrentar al kirchnerismo…

—Es que entre ellos mismos tienen un problema fenomenal: son fanáticos del individualismo y de su propio poder. ¿Cómo se puede sentarlos a que se pongan de acuerdo en qué van a hacer? El «escenario Capriles» es ejemplar porque se está repitiendo aquí. Lo que el empresario venozolano había propuesto como modelo, que era la unidad de diez partidos, nunca se consolidó. Eso es un mito. Esa «mesa de la unidad» estalló en pedazos a los tres meses. Llegaron a las elecciones apuñalándose unos contra otros, porque no se ponían de acuerdo sobre quién iba a hacerse cargo del petróleo, qué iba a pasar con la propiedad agraria, etcétera.

—El tan mentado «afán de lucro», propio de la burguesía, es lo que termina enfrentándolos…

—Sí. Y lo mismo está pasando en Ecuador, con una dura batalla contra los medios concentrados.

—¿Qué perfil destacaría de la Ley de Medios?

—Esta ley tiene la cualidad de venir «de muy abajo» y «de muy atrás». Tiene raíces históricas muy importantes, ancladas en viejas e importantes luchas, que deben ser permanentemente reivindicadas. La Ley de Medios debe ser una fortaleza política movilizadora. Uno de nuestros más angustiosos y grandes problemas es cómo reconstruimos el problema central del relato. Seguimos relatando la historia bajo las cárceles de la sintaxis que nos han impuesto. No logramos todavía hacer el gran esfuerzo de incorporar las nuevas teorías, estrategias, tácticas y experiencias que nos han ofrecido las grandes revoluciones en el relato durante el siglo XX.