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Maryclen Stelling es coordinadora del Observatorio de Medios de Venezuela y Directora del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELaRG). Nos recibió en la sede del CELaRG, en la zona Este de Caracas, cuando todavía resonaban los ecos del triunfo del proyecto bolivariano en las elecciones presidenciales del 7 de octubre pasado.

En el despacho anterior publicamos la nota La revolución en presente continuo, primera entrega de esta entrevista. Allí, la socióloga se explayó sobre los orígenes convergentes de dos fenómenos sociales: la irrupción del chavismo y la crisis de representación política del modelo liberal bipartidista.

Explicó el cambio de rol de los medios de comunicación y resaltó el carácter fundacional del “Caracazo” como “el primer grito contra el neoliberalismo”. Remarcó, incluso, que Hugo Chávez contó en un comienzo con el respaldo de sectores medios y empresas mediáticas; un soporte que pronto se transformaría en el germen del bloque opositor.

La segunda y última edición del diálogo con Stelling transita alrededor del escenario configurado luego del intento de golpe de 2002. Define los límites intrínsecos a las batallas electorales y mediáticas para avanzar en el debate ideológico que demanda la implementación del Socialismo bolivariano. Una mirada incómoda y crítica de una intelectual que se reconoce parte del proceso revolucionario.

Al cierre de la nota, un interrogante no resuelto nos invita a trasgredir los límites de la realidad venezolana para pensar la dinámica política en la región: ¿La reflexión ideológica guía y orienta a los procesos trasformadores o es, más bien, una consecuencia necesaria de la propia puja al interior de los ámbitos en qué esta se desarrolla?

– ¿Cómo reaccionaron los medios frente a las definiciones políticas tomadas por Chávez en los primeros años de su gestión?

Fue, como lo llamamos aquí, el fin de la luna de miel. Hacia 2002 el poder económico y las élites culturales comienzan a adversar al Presidente. Los medios de comunicación aparecen, entonces, como voceros de esa oposición que se estaba conformando en torno a la figura de Chávez.

En muy poco tiempo se suceden el paro empresarial, el paro petrolero y el golpe comunicacional. Sobre ese hecho, ocurrido en abril de 2002, saben más los estudiantes de comunicación y periodismo en cualquier parte de la región que aquí. Es un laboratorio para entender la verdadera cara de los medios. Pero, insisto, aquí no se ve.

– ¿Por qué afirmas eso? Parece un absurdo

Porque aquí eso no se enseña. Las escuelas de comunicación social están en manos de los sectores de la oposición y de la derecha. Predomina el paradigma funcionalista que niega el rol de los medios de comunicación en los procesos de cambio. No hay, entonces, ninguna herramienta que permita interpretar este fenómeno.

– ¿Hubo políticas del gobierno para revertir esta tendencia en las universidades?

La Universidad Bolivariana -creada por la Revolución para intervenir en la formación- forma comunicadores sociales. Sin embargo, tengo entendido que no se han ajustado al programa original, que era revolucionario, y entonces se han acomodado a un modelo que no se diferencia mucho del resto. Es un tema pendiente.

– Ese golpe de 2002 fue el inicio de una serie de intentos de desestabilización en la región que adoptaron el mismo mecanismo. ¿Qué elementos se distinguen en él?

Los medios de comunicación social pasan de ser poderes políticos a operadores políticos.

– ¿Cuál es la diferencia?

Una cosa es que tú informes desde un interés político, desde una trinchera política; y otra cosa es que tú promuevas un golpe. Eso último los convierte en movilizadores políticos, en operadores políticos. Comienzan a tener una función mucho más activa, que va más allá de informar sesgadamente. Se asumen, ellos mismos, como instituciones políticas.

Es entonces cuando el país se polariza. Entre 2002 y 2004 la sociedad queda dividida entre chavistas y antichavistas. El país está polarizado, las academias están polarizadas, los centros de investigación están polarizados, las iglesias están polarizadas y, en ese contexto, los medios de comunicación se convierten en los ejércitos en la batalla.

– ¿Cómo y en qué escenario se fue desarrollando ese conflicto?

La confrontación entre chavismo y antichavismo hoy se expresa en dos modelos diferentes: socialismo bolivariano o neoliberalismo. Desde un comienzo, la sociedad fue ganando las calles para manifestarse en uno y otro sentido.

Ahora, esa puja se da en dos vías. La vía electoral, que supuso afrontar quince batallas electorales por el camino democrático institucional. La otra vía de confrontación es la mediática, que supone la destrucción simbólica del contrario, es la guerra simbólica.

-¿Cuáles son los elementos que intervienen en la guerra simbólica?

Hay cuatro elementos importantes que dictan las pautas de la confrontación mediática.

El primero es la evaluación de la gestión de gobierno. Allí se dirime una evaluación crítica negativa y una evaluación crítica positiva de las medidas adoptadas por la administración gubernamental.

El segundo es el termómetro político. A partir de él se presenta, por un lado, un país armónico, que explica la conflictividad desde la resolución de las contradicciones de clase, que tiene como protagonista a un poder popular y protagónico que se está configurando. Desde otro lado, el termómetro indica que este es un país enfermo, caótico, conflictivo, inseguro, al borde de la destrucción.

Las noticias expresan el termómetro político a través de sentimientos de medio, de temores, de odios, de felicidad, de alegría, de logros.

El tercer elemento es el que llamamos articulación de intereses. Está muy vinculada al anterior en la medida en que trata de expresar los diferentes modos en que se reseñan o interpretan los hechos. Un ejemplo: lo que para el chavismo es organización que avanza hacia un poder protagónico, para la oposición es conflicto por hambre y necesidades.

El último elemento es la situación internacional. Aquí lo que se pone en juego es la valoración positiva o negativa, de modo alternativo, de las instituciones internacionales que intervienen en la evaluación de las políticas locales.

Entonces, si los medios son los ejércitos en la batalla simbólica, los comunicadores sociales son los soldados, los “carne de cañón”, el arma es la información y las víctimas son los ciudadanos.

– ¿Por qué pensás a la ciudadanía como víctima de una batalla mediática? Es, al menos, discutible.

Porque aquí hay plena libertad de expresión pero tenemos coartado nuestro derecho a la información. La verdad está capturada en los medios de comunicación, tanto por parte del Sistema Nacional de Medios Públicos como de los medios privados de oposición. La verdad se ha convertido en un arma política mediática.

– Sin embargo es legítimo que la verdad sea terreno de disputa porque, en el fondo, es una construcción histórica que resulta de la lucha por el poder.

Sí. El problema es que el debate ideológico profundo se está dando en los medios de comunicación y no en otros ámbitos de la calle. Entonces se termina debatiendo aspectos pragmáticos sobre la gestión de gobierno y no la cuestión ideológica respecto de hacia dónde vamos. Yo siento que algunos teóricos latinoamericanos están pensando más que los propios venezolanos lo que sucede aquí. El verdadero debate de las ideas lo hemos postergado, o minimizado, por los frentes que nos tienen ocupados: el hiperelectoralismo y la batalla mediática

– Quizás ese debate profundo -que estaría pendiente- no sea el punto de partida para avanzar en una práctica transformadora sino la respuesta que esa práctica exige mientras sigue su rumbo.

Luego de ganar la última elección, el presidente Chávez pidió a sus ministros comunicar mejor los logros de la gestión. A mí lo que me preocupa es que esa gente que se ve favorecida por esos logros no reconozca si los alcanzó gracias a un proyecto socialista o a un proyecto liberal. Necesitamos más profundidad en la discusión ideológica.

El autor es director de APAS y de Radio Nacional Mendoza. Es doctor en Comunicaicón Social de la Universidad Nacional de La Plata y docente-investigador de la Universidad Nacional de Cuyo.