Nunca entenderé a las personas que añoran el capitalismo como forma de gobierno. Esto lo atribuyo al desconocimiento de la historia o quizás, porque sus padres no le contaron nada sobre ciertos sucesos ignominiosos. Yo por mi parte de ese protervo modelo no tengo buenos recuerdos. El capitalismo es el responsable de grandes calamidades, entre la que debo destacar: contaminación ambiental, consumismo, calentamiento global, destrucción de la capa de ozono, explotación del hombre pobre por parte del hombre rico, monopolios de empresas transnacionales, explotación desmesurada de recursos energéticos y naturales no renovables, iniquidad en la distribución de las riquezas del planeta, apropiación indebida de las patrimonios ajenas, destrucción de culturas milenarias, millones de muertos consecuencia de numerosas guerras, destrucción de la naturaleza, eliminación de los bosques y otros males que mi memoria senil no los retiene en la pensadora.

Pero no sólo lo anterior es lo que mi archivo de recuerdos deja al descubierto, como olvidar a los EEUU, el mejor ejemplar representativo de un gobierno capitalista. Debo aclarar, no existen países capitalistas, sino gobiernos capitalistas. No puedo imaginarme a un maestro de escuela de una región apartada de Texas con los mismos privilegios de un accionista de la General Electric. De la nación referida sólo recuerdo el robo de las tierras de México, la colonización de Puerto Rico, las invasiones a Panamá, Nicaragua, Santo Domingo, Vietnam, Granada, Irak, Siria, Afganistán, entre tantas; el bloqueo inmoral a Cuba por más de 50 años, la confabulación en la muerte de líderes como Salvador Allende, Torrijos, Bishop, Kadafi, Lumumba, Arbenz… Se me olvidaba, la complicidad del gobierno de USA con todas las dictaduras de América del Sur, América Central, del Caribe, de Asia y África. Como dejar de lado que el gobierno de EEUU es el único país que ha lanzado dos bombas nucleares sobre dos poblaciones de Japón, dejando la minucia de más de 250 mil muertos y una secuela de enfermos de cáncer, fruto de la radiactividad.

Pero no crean que Venezuela se mantuvo ajena de las protervas praxis del capitalismo. Las conocidas siete hermanas, las arteras petroleras que monopolizaban la producción explotación y comercialización del petróleo, a principio del siglo XX nos pagaban el barril del petróleo a unos cuantos centavos de dólar. Nos convirtieron en un país mono productor y mono exportador, para vendernos las mercancías traídas de sus fábricas del norte. No permitieron que desarrolláramos industrias, sólo consintieron que se ensamblaran carros y otras maquinarias. Todo eso ocurrió por más de un siglo. Sin embargo algunos venezolanos aman con fervor el capitalismo.

Pero no sólo el capitalismo en maléfico en su política exterior. EEUU tiene 40 millones de pobres, además, 75 millones de sus nacionales sufren de enfermedades cardíacas, 20 millones padecen diabetes y 57 millones son pre diabeticos. Asimismo, es el país con mayores consumidores de drogas y el decano en la producción de drogas sintéticas. Sin olvidar los millones de alcoholizados y adictos a narcóticos y un 25 % de la población que consume medicamentos a bases de estatinas.

Teniendo como proemio lo anterior me permití escribir un relato, de algo vivido, sobre las infamias del capitalismo que nos muestra lo inhumando de este modelo político-económico-social.

BRILLO MORTAL

Por lo general mis ocupaciones no me permiten momentos de ocio, pero en una oportunidad decidí disfrutar de un rato libre en un asiento del parque Miranda. Me llevé un libro y durante cierto tiempo permanecí absorto en la lectura. Era una límpida mañana con fondo melódico: escuchaba el seductor trinar de unos pájaros. Asimismo, me solazaba con el reconfortante verdor y del aroma de balsámicas flores proveniente del abigarrado jardín. Después de un rato decidí hacer un alto en la actividad para apreciar con detenimiento el panorama. Fue en ese intervalo cuando vi acercarse hacia mí un hombre de unos cuarenta y tantos años, sumamente alto y fuerte para ser de este país, de piel oscura y pelo ensortijado. La cara de desaliento y angustia, a pesar de sus duras facciones, demostraba la necesidad de comunicarse con alguien. Se sentó a mi lado y sin saludar expresó con un marcado solecismo, indicador de un gentilicio no nacional:

– Señor ¿qué se puede hacer cuando se tiene tanto dolor acumulado en el corazón?

Sabía, este extraño no esperaba una respuesta, sólo era una manera de desfogarse de algún tormento insondable. No le contesté, esperé que se serenara y buscara en el cerebro esos arcanos a punto de revelar. Una historia desgarradora de un mundo inclemente afloró de aquel abrumado.

Dijo llamarse Kigeli Kabarebe, natural de Rwanda. Salió huyendo de su país a raíz del genocidio donde murieron millones de compatriotas, consecuencia de las guerras tribales propiciadas por los empresarios europeos deseosos de controlar el mercado de diamantes. Trabajaba en una mina y huyó, luego tragarse dos gemas con lo cual pudo pagar su salida de África. Logró vender las piedras, llegó a Europa y por reconcomio contra aquellos responsables, en parte, de aquella matanza se negó a laborar en ese continente. Además, deseaba olvidarse de todo aquello que le recordara la barbarie genocida. Por tal razón se fue a vivir un tiempo a Brasil donde gastó parte del dinero obtenido por la venta de las gemas. Finalmente, resolvió venirse a este país donde fue acogido sin problema. Como no tenía capital se dispuso a buscar empleo. Su único saber era el de la minería, además, conducir camiones, por lo tanto se decidió por el trabajo de chofer de una familia adinerada residente en una mansión del Este de la ciudad. Todo marchó a la perfección, hasta que una noche llevó a su empleadora hacia una refinada recepción. Veamos lo expresado con sus propias palabras, con cierta reticencia, posiblemente por la dificultad con el idioma.

– Cuando vi a mi patrona con un hermoso y costoso collar de diamantes, un solitario en el dedo y un par de aretes de oro exornado con esta piedra, me vino a mi mente tres millones de muertos africanos, consecuencia de las luchas por el control de mercado de estos brillantes. Nunca imaginó esa dama que sobre ella cargaba los espectros de una gran parte de las víctimas de un vil comercio. Incontinente abandoné el trabajo, no podía soportar tal ignominia.

El hombre no se despidió y se alejó tal como llegó. Evidentemente, el afligido sólo necesitaba evacuar ese pesar que le indigestaba el entendimiento y en mi sembró una gran duda. Es verdaderamente inaudita la muerte de millones de seres, sólo para que una dama de la sociedad fulgure entre sus amistades con el brillo mortal de una sociedad que se extingue, ante las miradas indiferentes de los hombres “civilizados”.

Ciertamente, tal como afirma mi comandante Hugo, es el capitalismo salvaje el que está arrasando el planeta y la humanidad. Por eso, los capitalistas de alpargata de este país más nunca volverán.

Enoc Sánchez
enocsa_@hotmail.com