Declaración del Nuevo MAS sobre el 8–N
Multitudinaria pero no millonaria
En el día de ayer se realizó el anunciado cacerolazo que venía promoviéndose desde los medios de comunicación hace semanas perdiendo en el camino toda su «espontaneidad». Está claro que tuvo una participación masiva, sobre todo en las concentraciones del Obelisco y frente a la Quinta de Olivos. Las cifras más serias hablan de algo en torno a 200.000 personas en el centro, unas 30.000 en Olivos y unas 70.000 personas más en el resto del país; es decir, muy lejos de los 2.000.000 de los cuales han salido a hablar el diario Clarín y Macri.
Si bien fue una acción masiva, también se puede decir que por su composición social no dejó de ser muy «unilateral»: en general el promedio de edad fue alto, de familias de clase media para arriba, poca juventud independiente, y ni que hablar de sectores de trabajadores y, más en general, populares.
Claro que en una movilización de tal magnitud hubo componentes sociales de todo tipo aunque muy distintas proporciones; pero no deja de ser casual que los principales centros de concentración hayan ocurrido en zonas como Barrio Norte, Recoleta, Belgrano, Olivos, Caballito y en los barrios más de clase media alta de las ciudades capitales del interior del país.
En defensa de la Argentina neoliberal
Lo anterior tiene que ver con la composición social mayoritariamente pudiente de su participación. Veamos ahora el contenido principal de sus reivindicaciones. En este sentido también la cosa quedó bastante clara: si la consigna que más se escuchó fue el reclamo de «seguridad», el otro elemento clave fue la defensa de la actual constitución neoliberal heredada del menemismo de los años ’90.
No hace falta estar a favor de la reelección del gobierno de Cristina Kirchner para darse cuenta que detrás del operativo burgués del rechazo a su eternización en el cargo, lo que se expresa es un repudio a que se le toque una coma a una Constitución que consagró legalmente la Argentina capitalista neoliberal, heredera de los peores años de la dictadura militar y el menemismo.
¿Qué otras reivindicaciones se expresaron? El rechazo a las dificultades para comprar dólares (pobrecitos los que no pueden irse de vacaciones a Miami!!), la exigencia de que se deje que «la justicia sea independiente» y planteos por el estilo.
Si bien la preocupación por la inflación fue expresada por algunos de los participantes (un flagelo que afecta en primer lugar a los sectores populares), no fue el que dio la nota, y, en todo caso, el problema no es sólo identificar la existencia de la inflación, sino qué respuesta se le da a ese flagelo: ¡porque muchas veces hemos vivido la utilización de la excusa de la inflación para legitimar políticas de ajuste, donde la cuenta de la crisis se le hace pagar a los trabajadores! No olvidemos que Caballo subió montado en ese caballito.
De lo social a lo político
El interrogante político inmediato es si la manifestación de ayer abrirá una crisis política en el gobierno o no. Eso es probable, pero aún no es seguro. Es que hay varios elementos «atenuantes» en ese sentido.
El primero es que la vasta movilización de ayer con su ristra de reclamos más bien conservadores, no tiene ninguna expresión política directa. Da vergüenza ver cómo, incluso desde sectores considerados de «izquierda», se han lanzado desesperados a intentar «capitalizar» algo de un descontento que no es ingenuo, ni que está para cualquiera: los que se movilizaron ayer tienen un corte de clase muy característico que nada tiene que ver con el «público» de la izquierda, con los explotados y oprimidos.
Pero el problema subsiste porque incluso por la derecha es difícil que algunos de los grupos de la oposición como el PRO (el más visible en el cacerolazo), los radicales (que arrastran una crisis interminable), o mismo el FAP (como subproducto de la crisis del «narco–socialismo» se terminaron ausentando de la marcha en Rosario), puedan salir a canalizar este descontento. Más aún cuando falta un largo año para las elecciones.
Tampoco está claro qué «utilización» le podrán dar Moyano, Barrionuevo o Micheli. Los dos primeros convocaron abiertamente a la jornada del 8, y ahora están hablando de un supuesto “paro general” para el 20 de noviembre. Pero todavía no está claro qué van a hacer realmente, a qué van a convocar, y si, en realidad, su movida es para llevar agua al molino de la oposición patronal más que para lograr algún genuino reclamo obrero. Para precisar esto, habrá que esperar a que concreten su anunciada convocatoria (si es que lo hacen).
Una agenda conservadora
Existe un segundo problema ligado al anterior. Una movilización masiva pero reaccionaria como la de ayer, inevitablemente mete «presión» alrededor de una agenda conservadora para el país.
Esto también «escupe el asado» para los sectores vulgares y facilistas de la izquierda argentina. Creen que cuando miles salen a la calle, el problema ya está resuelto sin interrogarse acerca de la composición de clase, el programa y la dirección de los que reclaman.
Es que esos elementos pesan y mucho a la hora del verdadero carácter de los movilizados. Por eso, si bien la marcha del 8–N tiene enormes dificultades de canalización política orgánica en alguna de las fuerzas conservadoras existentes, no juega a favor sino en contra de las verdaderas reivindicaciones de los explotados y oprimidos que cuestionan al gobierno, aunque no por la derecha como el cacerolazo de ayer, sino por la izquierda.
Ha sido el gobierno K quien le dio de comer a los sectores pudientes que hoy protestan
Esto nos lleva a la responsabilidad del gobierno en particular y el kirchnerismo en general. A estos y a sus agrupaciones les gusta rasgarse las vestiduras presentándose como los que «luchan contra la oligarquía» mientras que una parte (vergonzosa) de la izquierda se suma al gorilaje.
Si lo segundo, lamentable, es verdad (hay una parte de la «izquierda» que es impresentable), no lo es lo primero. Es que el principal y casi único responsable de que estos sectores conservadores hayan salido a levantar el copete, no es otro que el gobierno K que viene administrando el país hace ya diez años.
Son los gobiernos de Néstor y Cristina los que se jugaron enteros a mantener y normalizar la Argentina 100% capitalista. Es su gobierno el que benefició más que a nadie, a los grandes grupos económicos transnacionales concentrados que desde la década del 1990 vienen dominando el país y que en los últimos años se llenaron de ganancias a dos manos. “Con pala”, como se jacta en sus discursos la misma Cristina.
Es también este mismo gobierno el que ha mantenido una estructura de la clase obrera heredada de los años 1990, caracterizada por la fragmentación del «mundo del trabajo».Como remate de esta realidad, es el mismo gobierno el que acaba de imponer una nueva ley de ART muy festejada por los patrones de la UIA, que consagra un precio absurdo para la vida del obrero, limitando en mucho la posibilidad de litigar en la justicia, reclamando a las patronales ante la muerte obrera.
En suma: es el gobierno K el que normalizando el país luego de la rebelión del 2001 y posibilitando que los capitalistas y la clase media alta se llenaran de plata a dos manos, creó las condiciones para que ahora, esos mismos sectores, le exijan un «punto final» a su gestión, en la perspectiva de un gobierno capitalista más “normal”, que haga aun menos concesiones al movimiento de masas.
Los justos reclamos populares
Un punto aparte merece aquí no tanto los que se movilizaron ayer, sino los vastos sectores populares que simpatizaron con la movida, aunque sin participar.
Aquí hay una confusión que los convocantes al cacerolazo van a intentar explotar los próximos días. Una cosa son los reclamos al gobierno de los sectores pudientes, y otra muy distinta es que, por no haber otras alternativas de magnitud, amplios sectores de los explotados y oprimidos que están viviendo un deterioro en sus condiciones de vida, depositen expectativas o simpatías en los «caceroleros».
Los sectores populares reclaman muy justamente al gobierno K por los bajos salarios, por el incremento de los despidos y la limitación en las expectativas laborales, por el impuesto a las ganancias (que se le aplica escandalosamente a los salarios), por las condiciones de los servicios electricidad (que se desmoronan en la ola de calor), por los servicios del transporte (una vergüenza nacional que en cualquier momento se puede cobra nuevas vidas como la tragedia del ex Sarmiento).
Pero lo que muchos compañeros y compañeras no ven, es que de estas demandas poco y nada se escuchó en el cacerolazo: ¡su agenda de justos reclamos contra el gobierno kirchnerista nada tiene que ver con la agenda conservadora de los satisfechos de ayer! En todo caso, una de las razones por las cuales hay que trabajar desde la izquierda revolucionaria por un tercer polo de clase en la situación nacional, tiene que ver justamente con esto: con romper con la polarización por arriba entre dos fuerzas burguesas, que nada tienen que ver –ninguna de las dos– con las justas reivindicaciones populares.
La crisis de la izquierda «porotera»
Esto nos lleva al problema de la izquierda. La pérdida de reflejos de clase y el electoralismo que domina a parte de la misma, ya son escandalosos.
En la Argentina existe suficiente tradición histórica y política como para darse cuenta que la movilización de ayer nada tiene que ver con los explotados y oprimidos. Una perspectiva de clase pasa por abrir una tercera vía, por desarrollar un camino de crítica y lucha contra el gobierno burgués kirchnerista desde la izquierda. Pero para hacer esto no se puede mezclar las banderas con el gorilismo neoliberal, como se está haciendo desde el FAP de Binner, la CTA Micheli y Libres del Sur, pasando por la CCC, Solanas y el MST hasta llegar a grupos menores como IS.
Una mezcla de banderas que tiene que ver, además, con una expectativa electoralista: tratar de ganar votos como sea, con el programa y las reivindicaciones que sean, haciendo las contorsiones que fuesen necesarias, sumándose a una crítica al gobierno kirchnerista que no es desde la izquierda del mismo, sino gorila y neoliberal.
De ahí que se hayan podido observar, incluso, carteles como el de Pino Solanas (supuesto «peronista de izquierda nacionalista») llamando a «defender» la reaccionaria, neoliberal y cipaya Constitución Nacional…
Pero lamentablemente el problema va todavía un poco más allá, evidenciando una crisis creciente en las filas del FIT (Frente de Izquierda y de los Trabajadores). Es que corrientes que mantengan una posición independiente como la nuestra (que viene desde el conflicto con el campo en el 2008), sobran los dedos de una mano para identificarlas. Lamentablemente incluso el PO, que es la fuerza hegemónica en el Frente de Izquierda, tiene una posición parecida al «no sabe, no contesta». Un día dice una cosa, otro día dice otra. Incluso en una misma declaración arrancan para un lado, pero terminan para el otro… Es una verdadera vergüenza. Y si Altamira se pasea por los medios asiduamente, eso no es garantía alguna de claridad.
Es que al PO le pasa el mismo síndrome que al resto de la centro izquierda y parte de la izquierda «porotera»: el síndrome del electoralismo. Todo el cálculo está puesto en los porotos: cómo meter algún diputado en la Capital el año que viene. Y para eso, en vez de apostar a una política revolucionaria, basada en posiciones claras, la cosa parece dominada por no «mal quistarse» con los posibles votantes; no quedar muy claro ni para un lado ni para el otro, a ver si obteniendo votitos aquí y allá, se produce otro «milagro» y sale el diputadito. ¡Una verdadera vergüenza!
Hace falta poner en pié un tercer polo de clase en la realidad nacional
La realidad es que ni los caceroleros ni el gobierno K parecen muy preocupados por los casos, por ejemplo, de persecución a luchadores obreros, como el de Maximiliano Cisneros, injustamente despedido por la patronal de Firestone por haber comenzado a organizar a sus compañeros para luchar contra la esclavitud laboral. Tampoco parecen interesados en responder al reclamo que viene creciendo e instalándose en la agenda nacional por el derecho al aborto. Y, menos que menos, por la condena a Pedraza por el asesinato a Mariano Ferreira.
Para que esos reclamos y muchos otros de la clase obrera y la juventud se abran paso, hace falta abrir un tercer polo, que exprese a la clase obrera y sectores populares en la coyuntura nacional. Y con ese objetivo hay que superar la experiencia de la izquierda porotera, superando el electoralismo y confiando en que solo la clase obrera puede abrir una vía para la transformación social.
Comité Ejecutivo del Nuevo MAS,
9 de noviembre del 2012