Saul Landau
Progreso Semanal
“¡Somos los Mejores! ¡Somos el Número Uno!” – Kid  Rock, gritando a favor de Mitt Romney

¿Debemos  continuar alardeando de que somos “El Mejor País del Mundo”?

Imagínense a un  norteamericano junto con un alemán, un ruso, un  inglés, un iraní, un chino y un turco  proclamando con orgullo: “Yo vivo en el mejor país del mundo”. El alemán  pudiera preguntar cuáles son las grandes figuras de la música y la literatura  que EE.UU. tiene y que se puedan comparar con Beethoven, Bach y Brahms, y con  Goethe, Schiller y Brecht. Los rusos preguntarían lo mismo y se regodearían en  la producción literaria y musical de su nación, mientras que el iraní y el  turco anunciarían el gran glamor y las creaciones de los antiguos imperios  persa y otomano. Los chinos discutirían acerca de los males que aquejan a  nuestra presente economía –aún la primera, pero cojeando– y alardearían de  poseer muchos miles de millones de bonos norteamericanos de la deuda, y también  alardearían acerca de los fabulosos descubrimientos de la antigua China.

Comparada con  esas otras, nuestra nación tiene  una  corta historia, gran parte de ella dedicada a la guerra, matando a indios y  apoderándonos de sus tierras, y luego situándolos en reservaciones mientras  nosotros “poblábamos” el Oeste que ya ellos habían “poblado”. Luego podríamos  discutir nuestra gran historia de esclavismo hasta 1863, y nuestra segregación  institucional de 100 años adicionales. Sin embargo, persistimos en autodenominarnos  «los mejores”, como si al igual que Muhammad Alí, quien se negó a servir  en las fuerzas armadas, hubiéramos ganado heroicas batallas y todas nuestras  guerras. No es así

Perdimos en 1812,  apaleamos a un débil México en 1849, nos matamos unos a otros en la Guerra  Civil. En 1898, Dios dijo a McKinley, según su confesión a la prensa, que “tomáramos  las Filipinas y convirtiéramos en cristianos a todos esos paganos”. Eso provocó  más de tres décadas de guerra y masacres contra rebeldes peor armados que nosotros.  Simultáneamente, McKinley invadió a Cuba y arrebató a los cubanos su  independencia, que casi la habían ganado ya de los españoles. En corto tiempo,  EE.UU. convirtió a la Isla en una colonia económica informal de EE.UU., hasta  que Castro y sus rebeldes la recuperaron.

Más tarde  desempeñamos un papel, no el decisivo, en la victoria de la 2da. Guerra  Mundial, aunque fueron los soviéticos quienes les rompieron el espinazo a los  alemanes. Desde la 2da. Guerra Mundial, solo hemos ganado guerras en las cuales  el oponente no ha opuesto resistencia, como Granada y Panamá. No ganamos en  Corea ni en Vietnam, desangramos a Iraq hasta destruir la integridad de ese  país, y permanecimos en Afganistán –¿por qué otra vez? –, donde la palabra  “ganar” no tiene mucho significado y/o los generales tienen aventuras  extramatrimoniales. Debemos liderar al mundo hacia la libertad, insistió  Romney. ¿Por qué?, pregunto. Hemos mostrado poca capacidad para liderar más  allá de nuestros propios intereses.

Algunos de los  hechos de la presente vida norteamericana opacan el brillo del bombo de número  uno vertido sobre la nación por líderes políticos y publicitarios.

En octubre, las  propias fuerzas de la Naturaleza que bendicen a la nación también humillaron al  autoproclamado “mejor país del mundo”. Los residentes de la Costa Este  perdieron la energía eléctrica y sus casas. Debido a que nuestro gobierno no ha  colocado las líneas eléctricas bajo tierra, muchos residentes de la Gran  Manzana mostraron cuán vulnerables se habían vuelto a la invasión del agua  marina. ¿Por qué el gobierno no dio el mantenimiento mínimo a la  infraestructura? Escuchando durante muchos meses a la retórica de las  aspirantes presidenciales, no nos enteramos de nuestra muy vulnerable  infraestructura porque no discutían el cambio climático. Romney sonó sus  fracasados tambores a favor de un mayor uso del carbón y Obama no educó al  público con lo que los científicos le han enseñado acerca de los peligros del  calentamiento global: tormentas, huracanes, tsunamis, etc.

Ninguno de los  candidatos cuestionó el mito del poder y la gloria al que se ha anexado el  país. Ni tampoco hablaron del poder de la Naturaleza. Los datos pronto negaron  su bombo. Como ofreció a sus televidentes el personaje principal de la serie de  TV “Newsroom”:

“Somos séptimos  en alfabetizados, 27mo. en matemáticas, 22do. en ciencias, 49no. en expectativa  de vida, 178vo. en mortalidad infantil, tercero en ingreso promedio por hogar,  número cuatro en fuerza laboral y número nueve en exportaciones. Somos líderes  mundiales en solo tres categorías: cifra de ciudadanos encarcelados, número de  adultos que creen que los ángeles son reales, y presupuesto para la defensa,  del cual gastamos más que los siguientes 26 países en conjunto.”  No mencionó una economía estancada y una  creencia infundada por parte de muchos ciudadanos que su país les fue robado  –en realidad nunca lo tuvieron– por ilegítimas personas de color. Ver “[LINK=http://www.spiegel.de/international/world/divided-states-of-america-notes-on-the-decline-of-a-great-nation-a-865295.html]Divided States of America? Notes on  the Decline of a Great Nation[/LINK].” (¿Estados Desunidos  de América? Notas Acerca de la Decadencia de una Gran Nación.)

Los resultados de  las elecciones nos mostraron una cruda representación de la realidad de EE.UU.,  un país de blancos –y de algunas mujeres blancas– en proceso de envejecimiento,  residentes de los estados del Sur,  Medio  Oeste y montañosos en contra de todos los demás. Altos niveles de amargura y  odio dominaron las campañas. Escuchen  a  Rush Limbaugh, quien suplicó a sus oyentes: “recuperen nuestro país”. ¿De manos  de quién? ¿Quizás de manos de aquellos que no comparten su pálida piel y aún no  han oído a Jesús ordenar a los norteamericanos religiosos a armarse?

California, por  ejemplo, con casi 50% de su población descendiente de latinos, asiáticos y  africanos, suministra a los norteamericanos grandes cantidades de frutas y  vegetales. Algunos de los que cosechan y procesan nuestros alimentos puede que  no posean los documentos apropiados y el adecuado color de la piel. Pero la  tendencia de la población de California, más que la de Kansas, muestra la ola  de la población futura. El bloque blanco del centro del país, especialmente de  partes del sur donde algunos abrieron tumbas de la Guerra Civil y permitieron  que las almas muertas de los soldados confederados salieran y entraran en el  cuerpo de sus contemporáneos, puede ofrecer algunos indicios de lo que  defendían los seguidores de Romney. La mayoría de los muertos confederados no  eran propietarios de esclavos y ni siquiera aspiraban a tal “riqueza”, pero  murieron por la eslavocracia.  Sus obesos  contemporáneos  –alimentados en cadenas  de comida rápida y tiendas generales– decidieron igualmente optar en contra de  sus propios intereses y seleccionar un candidato y un partido político que  defienden a multimillonarios y a acaudalados predicadores fundamentalistas.

Otros enemigos de  los blancos amargados son mujeres que desean protegerse del embarazo,  incluyendo mediante el aborto si se embarazan por error, y la joven generación  que no encuentran un interés común en la oratoria de Romney y Paul; ni tampoco  les atrae la posición de Romney de “mostrar más músculos en el extranjero”.

El músculo  norteamericano no ganó en Corea o Vietnam. En Iraq, destruimos la integridad de  esa nación, ¡pero qué victoria pírrica! En Afganistán hemos perdido a más de 2  000 soldados y miles más han resultado heridos. ¿Y para qué?

Los veteranos  regresan al desempleo, a la carencia de vivienda y al Síndrome de Estrés  Post-Traumático. El lema de “APOYEMOS A NUESTRAS TROPAS” se traduce en “coloque  esta pegatina en el parachoques de su auto” y no en más cuidados y confort para  los jóvenes que regresan. Para los conservadores, el gobierno debe pelear las guerras  y no en hacerse cargo de los heridos cuando regresan.

La economía  norteamericana se estanca mientras los del Tea Party han capturado el mando  republicano y el sistema político se ha hecho disfuncional. Los demócratas no  han presentado un plan claro.

La fisura  cultural que dividió al país hace 150 años durante la Guerra Civil fue  camuflada por avances económicos durante el pasado siglo 20, cuando Estados  Unidos se convirtió en el mandamás de Occidente, Los norteamericanos se  sintieron seguros: sus hijos vivirían mejor.

Permitamos que  otros alardeen acerca de nosotros y dejemos de autoproclamarnos el “Número Uno”  y “Los Mejores”. Olvídense de esos términos estúpidos de gloria. La Naturaleza  nos ha bendecido con un país pleno de recursos y belleza, una muchedumbre de  personas generosas y de buena voluntad, y tradiciones de trabajo duro e  innovación. Son virtudes suficientes para sentirnos orgullosos.