María Platia

Lanata bochornoso: está rifando el poco prestigio que le queda como periodista. Se fue para “ganar” las elecciones venezolanas con los macromedios y las perdió. Afirmó varias veces —pasadas las nueve y media de allá— que había “casi un empate técnico” entre los candidatos: “Pero hay una legislación local —dijo— que me impide dar la boca de urna aunque las diferencias son mínimas”.1 MARÍA PLATIA.*

Su movilero, que era aún peor que él —lo cual ya es mucho—, reportó que en la noche de Caracas “había tiroteos y hasta muertos” y que la policía estaba tratando de contenerlos en algunos barrios de la ciudad.

Después de conocida la victoria de Hugo Chávez por el 54%, y luego de que Lanata mostró su semblante destruído por la derrota, el cronista se dio vuelta en el aire como una tortilla y dijo que “los muertos fueron por ajustes de cuentas”. Ahí quedó claro que todo era una mentira.

El andamiaje se les cayó. Lanata prometió, inclinado sobre su escritorio, volver con más datos pero su programa terminó diez minutos antes de lo previsto.

Da la impresión de que estos tipos están tan enfermos de soberbia y de su propio microclima mediático, que hasta llegan a creerse sus propias mentiras en el tren de mentirnos. Periodísticamente, lo inadmisible es que si sólo hubiesen escuchado con atención al propio Henrique Capriles durante la conferencia que dio luego de emitir su voto, se hubiesen evitado tanto papelón.

El candidato de la derecha había adelantado tácitamente que ganar no estaba en su horizonte. Cualquier periodista medianamente avezado pudo deducirlo de sus palabras. Dijo, entre otras cosas, que sería “el primero en llamar al presidente” luego de que se conocieran los resultados.

Como nadie lo interrogó sobre a quién llamaría si ganaba él mismo, el tipo siguió sin notar (o sí) su propia boutade. Dijo que en los próximos días pensaba descansar “de tanto trajín por la campaña” cosa que, se sabe, ningún ganador de semejante elección haría; y tampoco supo explicar cuál sería su estrategia de “reconciliación” con los chavistas.

Con menos luces que el argentino Macri, si eso es posible, Capriles parecía con la mallita en la mano y un pie en el avión hacia Miami. Estaba entregado. No era alguien que se imaginara triunfador. Pero todo eso se les pasó por alto a Lanata y a los suyos.

 

También, parece, a la Bullrich (Patricia, diputada de Unión por Todos), que hasta cometió la torpeza de violar la veda electoral y dar por ganador a Capriles “con el 50 por ciento de los votos” antes de que se conocieran los resultados oficiales… Eduardo Amadeo, mientras tanto, se estrenaba como corresponsal del dúo Grondona-Rossi desde el bunker de Capriles y cronicaba eufórico “aromas de cambio”.

Tal parece que la derecha oligarca argentina viaja con la idea fija de ganar con palabras, con cámaras de televisión y políticos “de cuarta” las elecciones de un país latinoamericano.

Al fin y al cabo para ellos no es más que otro país bananero, mayoritariamente mulato, gobernado por un “dictador que pretende eternizarse en el poder”; mientras que acá somos tan blanquitos, tan superiores, tan europeos, tan gente como uno…

Pero ya se sabe, che: estos negros de mierda no aprenden, no hay caso. Les lavan la cabeza en masa. 54 por ciento allá y 54 por ciento acá. Too much!