Ángel Guerra Cabrera
Las agresiones de Washington contra Cuba se iniciaron desde el triunfo de la Revolución, sin contar el respaldo político y militar que brindó anteriormente a la dictadura de Batista, cuyos personeros en fuga acogió y protegió en su territorio pese a conocer sus crímenes de guerra y el saqueo que habían hecho del tesoro público. Veamos lo que afirma en sus memorias el presidente estadunidense a la sazón Dwight Eisenhower: “En cuestión de semanas después de que Castro entrara en La Habana, nosotros, en el gobierno, comenzamos a examinar las medidas que podían ser efectivas para reprimir a Castro”. De este modo, no debe sorprender que después de fracasar los intentos de crear una sublevación interna y de la derrota de la invasión de Bahía de Cochinos precedida de numerosas acciones terroristas, Estados Unidos decidiera la aludida intervención militar directa. Diseñó también el Plan Mangosta, un intenso ciclo de acciones paramilitares en Cuba, incluyendo la infiltración de agentes, la organización de bandas armadas y más terrorismo, con el fin de provocar –unido al bloqueo- el debilitamiento o derribo del gobierno revolucionario como preludio de la invasión.
Cinco meses antes de la Crisis de los Misiles, la Unión Soviética envió una delegación de alto nivel a Cuba que comunicó oficialmente a Fidel y Raúl Castro la medida extrema decidida por Washington, información obtenida por los servicios secretos de ese país. Confirmaba informes conseguidos también por la inteligencia cubana. Preguntado por los soviéticos qué pensaba que podía hacerse para evitar el ataque, Fidel respondió: “Hagan una declaración pública advirtiendo a Estados Unidos, igual que ellos hacen en circunstancias similares, que un ataque a Cuba sería considerado como un ataque a la URSS” y argumentó su criterio. Tras pensar unos instantes los soviéticos expresaron que para que no se tratara de una simple declaración era necesario adoptar algunas medidas concretas. Fue entonces cuando formularon la propuesta de instalar en Cuba proyectiles nucleares de alcance medio.
Como era lógico, Fidel les contestó que antes de dar su respuesta deseaba consultar el asunto con los restantes miembros de la dirección revolucionaria. A estos el líder cubano les manifestó su opinión de que además del sincero deseo de Jrushov de evitar un ataque a Cuba, con lo que se sentía muy comprometido, los soviéticos deseaban mejorar la correlación de fuerzas estratégicas ya que la presencia de sus proyectiles en Cuba equivalía a la ventaja obtenida por Estados Unidos con los misiles que había instalado en Turquía e Italia. Añadió que sería inconsecuente de la dirección cubana esperar de la URSS y del campo socialista el máximo apoyo en caso de agresión de Estados Unidos a la isla y en cambio negarse a enfrentar riesgos políticos y de prestigio cuando ellos necesitaban de Cuba, lo que fue apoyado por unanimidad por Raúl, Che Guevara y demás compañeros de la dirección. De vuelta con los soviéticos, el comandante les manifestó que si se trataba de proteger a Cuba de un ataque directo y fortalecer a la vez a la URSS los dirigentes cubanos estaban de acuerdo con la instalación de los cohetes. El resto de la reunión se invirtió en el examen de las medidas complementarias que requeriría la instalación de 42 misiles de alcance medio en Cuba. Entre ellas, el envío a la isla de un contingente militar soviético de 40 mil hombres, que incluía misiles nucleares tácticos. Vendrían meses de gran actividad y tensión pero de eso hablaremos en la próxima entrega.
aguerra21@prodigy.net.mx
Twitter: @aguerraguerra