Javier Colomo Ugarte
Tras el agotamiento del ciclo económico neoliberal (1973-2008), los países desarrollados, como consecuencia de los intereses creados de los poderes fácticos financieros occidentales persisten en reeditar un nuevo ciclo neoliberal, pero tal opción, debido a la quiebra del modelo consumista occidental y a la desregulación financiera internacional que ha concentrado la renta inversión fuera del control de los Estados, lo hace inviable, pues, el volumen de la renta inversión acumulada no es posible traducirla en renta consumo, y este persistente desequilibrio conlleva que la renta inversión no genere valor económico, convirtiéndose progresivamente en una burbuja monetaria carente de valor efectivo, lo que seguirá alargando y profundizando la crisis económica en los países industrializados.
La crisis de los países desarrollados incide negativamente en los países en desarrollo, debido a que su estructura económica históricamente se ha conformado como exportadora de materias primas para atender la demanda efectiva consumista de los países industrializados. No obstante, la prolongación de la crisis está generando en los países emergentes del Oriente asiático, Sudamérica y África austral la necesidad de realizar cambios en su estructura económica, para evitar el verse arrastrados en una crisis de larga duración de los países desarrollados. Estos cambios implican una mayor integración en sus respectivos ámbitos geográficos, la apuesta por la innovación tecnológica y el comercio recíproco en el objetivo de alcanzar un desarrollo económico regional estructurado de los diferentes sectores económicos. Si bien, este proceso, como todo periodo de transición, será largo.
Occidente pretende seguir manteniendo el estatus de líder político mundial alcanzado tras la Segunda Guerra Mundial. Ello conlleva su oposición a la emergencia autónoma de ámbitos económicos porque la misma implica la fractura del modelo económico mundial de un centro rector occidental y una periferia subordinada al mismo como suministradora de materias primas y manufacturas basadas en mano de obra barata.
Esta contradicción de intereses en la nueva conformación de la estructura económica mundial se está traduciendo en una acentuada pugna en la superestructura ideológica y política internacional, que se expresa en la forma de entender las relaciones internacionales por parte de Occidente y por parte de las potencias y países emergentes.
Mientras que para Occidente liderado por EEUU la injerencia en los asuntos de las naciones que no se subordinan a su tutela está plenamente justificada en base a su auto-arrogada supremacía moral en derechos humanos que le confiere un estatus especial para convertirse en el gendarme mundial velador de los mismos, para los países emergentes el valor supremo de las relaciones internacionales se fundamentan en primar la paz entre naciones por encima de otras consideraciones, en consonancia con los principios fundacionales de la ONU, por los que el respeto entre naciones con independencia de su sistema político es la base de las relaciones internacionales.
En el fondo de la cuestión, esta lucha en la superestructura ideológica y política en la forma de entender las relaciones internacionales, es la respuesta a los cambios en la estructura económica mundial. Los países emergentes que tienen capacidad política y económica para articular acuerdos regionales de desarrollo autónomo como son Rusia, China, India, Brasil y Sudáfrica necesitan de la paz, pues sus propias sinergias económicas les otorgan progresivamente mayor poder político económico en el escenario mundial, mientras que, los países industrializado sumidos en una crisis sin solución, parecen apostar por la vía de la injerencia y llegado el caso de la guerra para mantener el estatus hegemónico mundial anterior al inicio de la crisis en el 2008.
Tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial la lucha de ideas en la superestructura ideológica y política internacional entre el centro económico mundial y la periferia del Tercer Mundo estuvo protagonizada entre la legitimidad de la lucha de las colonias por alcanzar su independencia y el discurso de las metrópolis dominantes por mantener las colonias en base al derecho histórico de conquista. En este periodo, la ideología de la guerra justa anticolonial para alcanzar la independencia se impondría al discurso de la opresión colonial dando lugar a la mayoría de las naciones que conformaron el denominado Tercer Mundo.
En los inicios del siglo XXI, los países en desarrollo precisan de la paz como base para fraguar su prosperidad, y los países industrializados rectores de la economía mundo precisan de la injerencia y de la guerra si es preciso para impedir un cambio del modelo económico mundial que relegue su hegemonía mundial. Esta lucha entre la ideología de la paz y el desarrollo, liderada por los países económicamente emergentes, y la ideología de la supremacía moral occidental como garantes de los derechos humanos en el mundo, adquiere especial relevancia en los países que poseen abundantes recursos de materias primas.
Los países con abundantes reservas en materias primas se pueden dividir en su relación con Occidente en dos grupos, por una parte, aquellos que defienden la soberanía de sus recursos y por ello se apegan a la ideología internacional basada en los principios fundacionales de la ONU por los que la paz y la no injerencia entre naciones es el aspecto principal, y por otra parte, los países donde el poder político y económico lo detentan minoritarias elites tuteladas por Occidente asumiendo de facto el rol de países súbditos.
En el primer grupo destacan por su importancia, Rusia y China en el espacio euroasiático; los países más importantes de la UNASUR en Sudamérica, e Irán en Oriente Medio, y en el segundo grupo se sitúan particularmente las monarquías absolutistas del Golfo Pérsico. Paradójicamente, los países del primer grupo son permanentemente asediados por Occidente y sus aliados siendo acusados de vulneraciones de los derechos humanos, mientras que a las retrógradas monarquías del golfo pérsico en la que no existen elecciones de ningún tipo y la mujer es considerada como un ser inferior sometida al varón, son considerados como países amigos sin que medien acusaciones de ninguna clase en materia de vulneración de derechos humanos. Ni tampoco se adjudican vulneración alguna en esa materia los propios países occidentales en las guerras de agresión protagonizadas contra Irak y Afganistán. Paradoja que muestra la falacia del discurso Occidental.
En la medida que vaya aumentando el poder emergente de países como Rusia, China, India, Sudáfrica y Brasil, el enfrentamiento en la superestructura ideológica y política internacional se acentuará. Por parte Occidental se ira escorando hacia la justificación de la injerencia y de la guerra, particularmente contra los países que reúnen la condición de poseer abundantes recursos de materias primas, ser rebeldes a la tutela occidental y no ser potencias mundiales como lo son China y Rusia. En este bloque entran particularmente dos países, Venezuela en Sudamérica e Irán en el Oriente Medio, contra los que Occidente actúa directamente o a través de países “súbditos” interpuestos.
Occidente, a pesar de su retórica moralista de “paladín de los derechos humanos”, sólo puede ofrecer a los países en desarrollo el sometimiento neocolonial, pues el mismo, forma parte de la estructura económica mundial que precisa para mantener su tradicional modelo económico de ser el centro rector mundial con una periferia subordinada. Sin embargo, el triunfo de la ideología de respeto entre naciones, paz y desarrollo es la que puede abrir el camino hacia la prosperidad de los países donde se encuentra la mayoría de la humanidad.
El desenlace de la lucha ideológica en las relaciones internacionales es importante, pues el triunfo en la misma otorga al que la obtiene la iniciativa en el campo de la acción política internacional. Las palabras pronunciadas recientemente por Cristina Fernández presidenta de Argentina son elocuentes: «siempre que nos derrotaron política y económicamente fue porque antes nos habían vencido culturalmente, por ello, la batalla que se debe dar es cultural, modificando los paradigmas sobre las inconveniencias de juntarnos entre los países sudamericanos».
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