JM. Rodríguez

Hasta hace poco tiempo pensaba que el enorme esfuerzo de inclusión realizado a través de las misiones, era lo más significativo de estos últimos catorce años. El desmadre al que se sometió este pueblo ofendía a cualquiera que no fuera un desalmado neoliberal. Pero, ese esfuerzo no era suficiente.

Me desesperaba, como a muchos otros, seguramente radicales, las vueltas y revueltas que damos en este camino al socialismo. Anticipaba que depositar en manos de ministros, gobernadores y alcaldes, el manejo del nuevo estado social, era relegar el poder popular a labores reformistas y contraloras que le impide trascender del nivel primario de organización. ¡Se trata de hacer exactamente lo contrario!

No he olvidado la recomendación del Presidente Mao: “para poder construir un sistema social completamente nuevo en el sitio del viejo sistema, hay que limpiar el lugar…” Y para mi, ese limpiar el lugar en nuestro caso, es el desarrollo de los valores éticos que son cruciales para la elevación de la conciencia en cada uno de los que acompañan la revolución.

Es decir, asumía que no era posible lograr tal limpieza si no construimos, como parte de la educación, una armadura impenetrable de virtudes personales que proteja a cada uno de los participantes en este proceso. Esa que llamamos la conciencia individual del colectivo. Tal tarea, a mi entender, correspondería al partido que no tenemos.

Por todo esto, puedo reconocer ahora que, Chávez, al colocar el bolivarianismo como corazón de la patria, vislumbró que enseñar al pueblo a amar y honrar a su país era la mejor manera de limpiar el territorio donde mal vivíamos (el campamento del que hablaba Cabrujas), convirtiéndolo en hogar. Son suyos ambos logros, y fundamentales en el avance al socialismo, entendido como un estado comunal. No esperemos que también sea él quien exija que se concrete el traslado progresivo del poder a las comunas.