Los que ya pasamos las cinco décadas de tránsito vital en el planeta, añoramos los tiempos idos;  cuando automóviles, electrodomésticos, herramientas, componentes para la construcción, maquinaria agricola e industrial, equipos médico odontológicos, los benditos bombillos y un muy largo etcetera, «duraban, duraban y duraban», parafraseando la cuña de las baterias del conejito.

Desde el comienzo de la revolución industrial, y hasta bien entrado el siglo XX,  la burguesía propietaria de los medios de producción, inundó a los consumidores con  infinidad de productos muy útiles y de alta durabilidad, que mejoraron las condiciones de vida de la sociedad.  Los hogares se llenaron de ropas, neveras, cocinas, calefactores, radios, televisores, tostadoras, licuadoras, mezcladoras, lavadoras y secadoras de ropa, lavaplatos, computadoras, impresoras, teléfonos fijos, celulares, etc. Tambien, fuera del ámbito hogareño, se notó un gran impacto con la aparición del automóvil.  Que decir de la industria aeroespacial y el desarrollo desmesurado de la informática y las telecomunicaciones.

Muy pronto fué evidente para las oligarquias dominantes, que la alta durabilidad de los productos constituia un freno para sus ganancias, por lo que decidieron poner coto a esta situación preestableciendo la vida útil de cuanta cosa salía de sus fábricas, utilizando para ello investigación y tecnología, forzando así a los consumidores a sustituir periódicamente los «corotos» dañados (comprar, tirar, comprar), con lo que se comenzó a llenar el planeta de basura tecnológica, altamente dañina para el medio ambiente, al tiempo que se vaciaban los bolsillos de los desvalidos usuarios.  Es dolorosamente ilustrativo y emblemático el caso del famoso bombillo instalado en una estación de bomberos en Estados Unidos, al que le cantaron su happy birthday número cien, se dice que este útil artefacto fué la primera víctima del cartel promotor de la obsolescencia programada.

En una sociedad verdaderamente socialista no veriamos este escenario, puesto que la finalidad de la producción sería satisfacer las necesidades del pueblo, maximizando la eficiencia y la eficacia en la producción, para proporcionarle la mayor suma de felicidad posible.

Con el ingreso de Venezuela al Mercosur nos asalta la preocupación sobre el rumbo que tomará la producción industrial de nuestros paises, cuando sabemos que  los empresarios de la zona; nacidos, criados y aun no destetados del sistema capitalista, sólo buscan la ganancia grosera.

Capítulo aparte merecen los nuestros, «hombres y mujeres de industria».  Salvo muy curiosas excepciones, éstos y estas  sempre vivieron como rémoras del estado, traficando con cuanto medio encontraron, buscando siempre la riqueza facil con riesgo cero, sin preocuparse por la industrialización y el desarrollo del pais.  A estos pseudoempresarios y pseudoempresarias sólo los mueve el afan de lucro, mediante la explotación de la clase trabajadora y de los consumidores y sinceramente no creemos que cambiarán; recordemos los casos de RECADI y los famosos BONOS DE EXPORTACION o RECADI al revés.

Hacemos un llamado al gobierno nacional para que estos temas sean planteados en el seno de la organización y se vaya corrigiendo gradualmente esta injusta situación y así podamos proveer a nuestros pueblos de productos con precios razonables, calidad y durabilidad mejoradas, para convertir a Nuestra América en zona libre de obsolescencia programada.

navaajnch@hotmail.com