En la euforia belicista posterior al 11/S, George W. Bush pronunció aquella sentencia marcial: los que no están con nosotros están contra nosotros. Ella corría parejo con el proyecto neoconservador de reestructuración del Gran Medio Oriente y de instaurar un estado policial mundial que preservara la ya precaria hegemonía de la superpotencia aprovechándose del clima sicológico creado por los atentados terroristas y su conveniente manejo mediático para justificar las guerras coloniales contra Afganistán e Irak. La citada reestructuración se proponía el control por Washington del petróleo, el gas y el agua en un arco que comprende desde el norte de África, pasando por la península Arábiga y el golfo Pérsico hasta Afganistán y Paquistán. Como complemento, dominar la infraestructura de ductos y vías marítimas principales. El Plan permitiría también rodear de bases militares a Rusia y China, como en efecto hicieron.
Ello exigía el desarrollo de varias guerras, abiertas o encubiertas, con el despliegue de importantes fuerzas y medios militares así como acciones subversivas para acabar con todos los gobiernos y fuerzas populares de esa región que opusieran algún grado de resistencia al dominio imperialista. Como apoyos en la aventura Estados Unidos contaba con sus complacientes socios europeos y una colección de marionetas de distintas latitudes con los que ocupó Afganistán e Irak. En la retaguardia disponía de todas las facilidades a cargo del CCG, devenido hace dos años en alma de la contrarrevolución árabe. Mientras, para mantener a los palestinos enjaulados, perseguidos, acosados y continuar privándolos de sus ya disminuidos territorios y fuentes de agua allí estaba su aliado consentido, Israel, al que convirtió en gran potencia nuclear. Pese a ello, la supuesta invencibilidad militar del ejército sionista fue puesta en solfa por la resistencia patriótica libanesa de Hezbolá que lo ha derrotado dos veces(2000 y 2006); y los palestinos no han descansado un día en su resistencia.
Obama, es evidente, ha sido un fiel continuador de la política exterior de Bush. Aunque se viera obligado a una humillante retirada de Irak y difícilmente se libre de una derrota vergonzosa en Afganistán, ha extendido una guerra de baja intensidad contra Paquistán, Yemen y Somalia, al tiempo que participado activamente en las operaciones contra Libia y ahora en el sangriento intento de cambio de régimen en Siria. Curiosamente, en ambos países los aliados principales de la OTAN lo han sido bandas terroristas sectarias, algunas vinculadas a Al Qaeda, armadas por el CCG y entrenadas y apoyadas por la CIA y grupos de operaciones especiales ingleses y franceses. Es el caso del llamado Ejército Sirio Libre. Por Damasco se llega a Teherán, pletórico de hidrocarburos y serio obstáculo a los planes de dominación yanqui en la zona. Las aventuras contra Libia y Siria se han caracterizado por una desvergonzada participación de los “medios”, que fabricando protestas, matanzas y desenlaces falsos desempeñan una función cada vez más decisiva en los planes del Pentágono.
Ahora bien, lo que ha impedido una intervención militar abierta en Siria -aparte de su indudable capacidad militar- es la firme oposición de Rusia y China que han trabajado arduamente a favor de una salida política del conflicto. Es por ello que “Occidente” se ha visto obligado a aceptar a regañadientes que el mediador Kofi Annan involucre a Irán e Irak en el diálogo para buscar una solución negociada. Al parecer, un ataque a Siria o a Irán deberá esperar ahora a que pasen las elecciones en Estados Unidos. Pero ya hay una lección importante y es que Washington y sus aliados no pueden actuar como si Rusia y China no existieran, sin contar con otras fuerzas que, sin ser superpotencias, también disponen de la voluntad y capacidad de oponérseles.