Así, habría que recalcar que, al hablarse del reconocimiento de la soberanía del pueblo, se debe comprender que ello significa ser partícipes de la idea de transferirle a ese mismo pueblo el poder que tradicionalmente ha sido usufructuado por las elites gobernantes, eliminando todo rasgo de representatividad para dar nacimiento a la democracia participativa y protagónica en toda su potencialidad y originalidad creadora. De ahí que no basten los discursos ni las buenas voluntades para lograrlo. Hace falta producir una revolución desde abajo que termine por influir en el cambio estructural del Estado en todas sus manifestaciones, de manera que el ejercicio pleno de la soberanía popular marque el camino a seguir en la construcción y el desarrollo del socialismo revolucionario, sin dogmas preestablecidos que afecten su organización y movilización, por lo que todas las instancias gubernamentales han de compartir esta nueva concepción del poder, lo que implicará que la gestión del gobierno (y, por extensión, del Estado) sea esencialmente popular. Habría que procurar, por tanto, una democratización del poder, expresada ésta en la autogestión de las comunidades organizadas, evitándose entonces el autoritarismo, la verticalidad y la jerarquización que caracterizan hoy por hoy, a nivel mundial, las relaciones de poder en beneficio de unas minorías dominantes. Como podría inferirse, todo esto escapa al escenario meramente electoral y supone una tarea permanente, sustentada en la elaboración, difusión y debate de una teoría revolucionaria que la explique y la consolide, definiéndose el socialismo revolucionario propiamente dicho.
Otra de las cosas que debiera revisarse a profundidad -a la par de la campaña electoral- es lo que tiene que ver con el orden económico imperante, si aún estamos hablando de la construcción de un socialismo revolucionario que, aunque parezca algo trasnochado para algunos dentro del chavismo gobernante, representa la alternativa histórica para desmantelar definitivamente el sistema capitalista, explotador y depredador de plusvalía y de recursos naturales. No se pueden promover relaciones económicas capitalistas que, en el fondo, resultan ser relaciones eminentemente egoístas, y querer construir -al mismo tiempo- formas de convivencia de carácter socialista, siendo las mismas incompatibles, en esencia y objetivos; repitiéndose así, en cierto modo, la historia y planteamientos de los socialistas utópicos de hace siglos atrás, quienes creyeron ingenuamente que de esta forma se humanizaría el capitalismo. Hace falta ser más decididos en esta materia y no prolongar más las contradicciones que resultan de ello, dejando brechas abiertas para que se perfile una nueva clase burguesa, pero ahora con ropajes “socialistas”, manteniéndose en consecuencia los mismos grados de diferenciación entre ricos y pobres que siempre ha combatido el socialismo revolucionario en el mundo. De ahí que no se trate simplemente de apoyar a Hugo Chávez en estas elecciones sino de contribuir a la profundización y ampliación de los cambios hasta ahora alcanzados bajo su liderazgo.