Autor: José Javier León
Váyase un ratico a las noticias sobre las «elecciones al Congreso Nacional en Libia». Hablan los medios de derechas e izquierdas de las primeras elecciones en más de cuarenta años. ¡Qué maravilla! ¡Viva la democracia impuesta a la cañonera! Total, nadie se acuerda -o acordarse no significa absolutamente nada- del fuimos, vimos y linchamos de la Clinton. La redacción de todos los medios calcó la del periodismo embutido y de guerra; no se salvó ni uno. Nos encontraremos en términos generales con que los arrinconados y perseguidos representantes de eso que constituye a la Libia histórica las tribus nómadas del desierto a las que sólo el liderazgo de Gadafi les había dado una idea de nación y unidad contra la voracidad de Europa y EEUU ahora son simplemente «federalistas». Bengazi es la «cuna del alzamiento popular; retornó la división territorial del rey Idris I; los terroristas son «insurgentes» y además «autonomistas» y hasta se alebrestan y buscan boicotear las elecciones; incluso amenazaron con atentar contra la empresa petrolera. Si faltaba más, lo del 2011 fue toda una «revolución».
Los números hablan de una participación de más del 60% y 45% mujeres. Todo un éxito.
En televisión aparecen las imágenes de una población que acude a votar como en cualquier país «democrático», se observa un flujo de autos intenso, y alguna que otra toma se hizo desde algún boquete que nos recuerda que así, a bombazos, fue creada esta oportunidad histórica de «elegir» (SIC) a los «gobernantes». Aparecen también imágenes de la propaganda electoral, fotos de los candidatos, comentarios de la población que apenas se lo creen. Y hasta lágrimas.
Se dice que los musulmanes se impondrán con toda seguridad («los islamistas esperan tener el mismo buen resultado que sus vecinos de Túnez y Egipto.»), pero no se dice lo que todo el mundo sabe y calla: ahí –en el suelo terrible y concreto, imponiendo la fuerza a los cuerpos y aterrorizando las mentes- gobierna Al Qaida si es que se puede llamar gobierno a eso; gobiernan los intereses de las trasnacionales de la guerra cuyos intereses coinciden con el negocio petrolero y el control geopolítico de esa enorme cabeza de playa que es el norte de África. Allí gobiernan las potencias militares de la Otan y sus mercenarios (hoy camuflados tras el mote neoliberal de contratistas) y creo que por unas cuantas décadas a ningún libio se le ocurrirá echárselas de libio y pretender gobernar a su propio país.
La democracia libia choca con las armas, decía EL PAIS.COM (y cito a ese medio, pero absolutamente toda la prensa digital e imagino la física decía más o menos lo mismo) agregando a tono con lo que llevamos dicho: «En un país en el que se han desmantelado desde los cimientos las estructuras del Estado, y donde las milicias son dueñas del terreno en varias ciudades e imponen a veces violentamente su autoridad a la del Gobierno central, se producen cambios tan repentinos como fundamentales»
Pero eso no importa. La democracia de las trasnacionales no se detiene en minucias, en leguleyerías y formalismos. Ha ocurrido –pese a las «tensiones»- un acto histórico (apenas un incendio, algunos disturbios, uno que otro muerto; ¡bah! nada de qué preocuparse: todo forma parte de la democrática disputa por escaños y por algo de poder para medrar –que es la forma de gobernar –o vivir del poder- aguas abajo del capital, que es quien en definitiva toma las verdaderas decisiones).
¡Hip Hip Hurra! ¡Elecciones a la occidental! Tres vivas a la democracia y muerte eterna al Tirano. Consumatum est el terrible golpe de Estado. Como ha ocurrido cada vez que se han torcido los destinos de un país para imponer el gobierno de facto de la plutocracia. Fue consumado en Honduras; lo será en Paraguay; lo fue en Haití. Y etc. Un largo y doloroso etcétera.
Pero tranquilo, que no panda el cúnico: dice por su parte Peña Nieto; el tráfico volverá a fluir y otra vez, los que sobrevivan, podrán participar en una «jornada histórica» y hasta enjugarse las lágrimas con una bandera hecha a la medida: con siete estrellas por ejemplo, o gris, o al revés.
Después de los muertos y todavía medio turulatos volveremos a elegir como le gusta al capital (y a los medios): sin opción: la bolsa o la vida.